La pedantería teológica que habla griego y hebreo
Reflexión ante el afán desmedido por el estudio de las lenguas originales de la Biblia.
11 DE MAYO DE 2025 · 08:00

En nuestros días, observo con preocupación cómo en muchos seminarios teológicos y universidades se promueve con insistencia el estudio del hebreo y el griego como vía indispensable para acceder a un conocimiento profundo de las Escrituras.
Se ha llegado incluso a insinuar que quien no domina estos idiomas está condenado a una comprensión incompleta o superficial del mensaje bíblico. Esta tendencia, lejos de ser una simple moda académica, revela un problema más profundo: una visión elitista del conocimiento teológico que puede terminar alejando, en lugar de acercar, al creyente común de la Palabra de Dios.
No desconozco la importancia de los idiomas originales. Comprender los matices del texto hebreo o griego puede aportar luces valiosas en la interpretación bíblica. Sin embargo, me parece necesario señalar que hoy disponemos de una amplia y rica variedad de versiones bíblicas, fruto del trabajo dedicado de equipos de expertos que han consagrado su vida al estudio de los textos originales, y que además poseen un dominio sólido de su propia lengua. Estas traducciones no son improvisadas: son el resultado de un esfuerzo multidisciplinario riguroso que permite al lector acceder a una comprensión clara, fiable y espiritualmente provechosa del mensaje bíblico, sin necesidad de ser filólogo o lingüista.
Lo que me inquieta no es el estudio de estas lenguas en sí, sino el uso que se les está dando. En muchos casos, percibo que el conocimiento del hebreo y del griego se ha convertido en un instrumento de pedantería teológica. Se citan palabras en su idioma original como si fueran conjuros, para imponer autoridad en lugar de buscar claridad. Este uso no edifica; al contrario, fragmenta y crea barreras innecesarias dentro del cuerpo de Cristo.
Cuánto contraste hay entre esta actitud y el ejemplo de los reformadores, como Lutero, quien estudió las lenguas bíblicas con el fin de acercar la Palabra al pueblo en su lengua cotidiana, democratizándola.
No estoy sugiriendo que se eliminen estas asignaturas de los seminarios. Lo que propongo es que nos preguntemos con honestidad: ¿con qué propósito se enseñan? ¿Se trata de una herramienta introductoria que permite una lectura más consciente de las Escrituras? ¿O estamos formando expertos que conocen las raíces hebreas y griegas, pero que no han sido formados adecuadamente en su propio idioma ni en principios básicos de lingüística?
En muchos casos, observo que el dominio del español brilla por su ausencia, lo que debilita cualquier intento serio de exégesis o hermenéutica.
En mi experiencia, rara vez he visto a alguien usar el conocimiento de los textos originales para esclarecer asuntos de interés real para la iglesia. Lo más común es que estas referencias se utilicen como adornos eruditos que impresionan, pero que poco aportan a una comprensión viva y transformadora de las Escrituras.
Al observar el desarrollo de la educación teológica en América Latina, se hace evidente que el proceso de criollización ha sido lento, especialmente en lo que respecta al Antiguo Testamento.
Durante mucho tiempo, esta área fue controlada por académicos extranjeros, debido en parte a la complejidad de sus exigencias lingüísticas. Dominar el hebreo clásico, distinguir sus variantes, comprender el griego por su relación con la Septuaginta y conocer los idiomas semíticos vecinos no es tarea menor. A esto se suma la necesidad de un estudio histórico y cultural profundo de épocas que no se explican desde la historiografía clásica occidental. No sorprende, entonces, que este conocimiento haya estado fuera del alcance de muchas iglesias latinoamericanas.
Frente a este panorama, me parece urgente volver a valorar el aporte de las múltiples traducciones y comentarios que tenemos a nuestra disposición. Gracias al trabajo de traductores y exégetas serios, hoy podemos acceder a una Biblia comprensible, nutrida por las ciencias bíblicas, la arqueología, la historia y la lingüística. Este acceso plural y diverso debería animarnos a estudiar, comparar y dialogar con las Escrituras de manera abierta y edificante, en lugar de refugiarnos en un conocimiento técnico que, en muchos casos, termina siendo más una barrera que una herramienta.
En definitiva, debemos preguntarnos: ¿queremos usar el conocimiento de las lenguas bíblicas para servir al pueblo de Dios, o para diferenciarnos de él? La respuesta a esta pregunta definirá no solo nuestra práctica académica, sino también nuestra fidelidad al llamado de hacer accesible la Palabra para todos.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - La pedantería teológica que habla griego y hebreo