La misión es la madre de la teología

Cualquier esfuerzo teológico que no esté alineado al propósito y misión de Dios deviene en especulación humana.

    02 DE MARZO DE 2025 · 08:00

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    Stock Snap, Pixabay

    Ser teólogo es aprender a pensar a Dios a través de su revelación para servirle al ser humano, para involucrarnos con Él de la manera más apropiada en la realización de su obra redentora de la creación y de la historia.

    La teología es un ejercicio del pensamiento, es una ruta hacia una profunda realización del espíritu, es la búsqueda en la que nos involucramos con Dios en el intento de acercarnos aquellas dimensiones de la existencia que a través del conocimiento nos son permitidas.

    Por vía de la teología podemos aproximarnos al conocimiento del carácter de Dios, del cual derivamos un conocimiento de los valores que rigen la existencia del ser humano. Conocemos la justicia porque somos hechos a imagen y semejanza de un Dios que se expresa y se revela, entre otras características, a través de la justicia. Lo mismo vale para su santidad, amor y otras características divinas.

    Con el conocimiento simple de estas y otras verdades reveladas podemos vivir la fe como cristianos; incluso, podemos establecer un marco doctrinal y de pensamiento para darle soporte a lo que somos y creemos. Toda ampliación de este conocimiento es importante y necesaria.

    Mi amigo Harold Segura (1) define la teología como una actividad de la fe por la cual buscamos comprender mejor aquello que creemos. Lo explica de manera más amplia cuando dice que es un esfuerzo humano que nos ayuda a comprender aquello que creemos (razón), afinar aquello en lo que nos comprometemos (ética y misión) y celebrar la fe que confesamos (liturgia).

    La teología la podemos ver como un estudio académico y especializado. En este sentido tenemos que reconocer que todo esfuerzo organizado por conservar y promover un conocimiento especializado y específico tiene un protocolo, unas normas y unos estándares que la sociedad ha organizado y establecido, y esto también vale y es útil en lo que concierne al estudio de la teología. Aquí entramos al rango social y a la prestancia que dan los títulos académicos a quienes los alcanzan. Algo meritorio que no tiene nada de objetable.

    Pero cualquier esfuerzo teológico que no esté alineado al propósito y a la misión de Dios deviene en especulación humana, en mera filosofía que se difumina por los vericuetos de la razón y el pensamiento del hombre.

    La teología, aunque anda al vuelo del pensamiento y la razón del hombre, está referida a hechos y a realidades históricas concretas. Este conocimiento levanta su impulso y razón de ser en una revelación especifica y en la ineludible misión que encomendó una persona singular que se afirma como el enviado de Dios que vino a salvar al mundo: Jesucristo.

    Ser teólogo inicia con conocer y aceptar estas verdades que están expresadas en las elementales y sencillas palabras que aparecen en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, más tenga vida eterna”.

    Ser teólogo implica aceptar estas verdades y proponerse ampliar este conocimiento para compartirlo con todos sus congéneres en lo que se llama la Gran Comisión expresada en Mateo 28:16-20 16: “Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.

    Los estudiosos de la teología nos han enseñado que existe una relación inseparable entre teología y misión.

     

    La misión es la madre de la teología

    Orlando Costas (2) sostiene que la teología nace del movimiento de la Palabra del Dios viviente al cruzar las múltiples fronteras de la historia para crear una nueva humanidad y con esto nos recuerda al teólogo luterano del siglo XIX, Martín Kaehler, quien describió la misión como “la madre de la teología”. Y más de dos décadas atrás a Harry Kuiter, profesor de Ética Cristiana en la Universidad Libre de Amsterdam, quien se refirió a la misión como “el génesis de la teología”. “La misión da nacimiento a la teología en la medida que produce una comunidad cristiana fiel y obediente para la búsqueda del entendimiento. No hay una iglesia auténtica sin misión, así como una teología cristiana sin iglesia”.

     

    La misión: desafíos y perspectivas

    La misión de la iglesia hay que verla como una realidad dinámica que se mueve en la historia, que se contextualiza de manera permanente en el tiempo. Para Emilio Núñez (3) la misión es un tema que cada generación tiene que estudiar de nuevo y definir con base en el testimonio permanente de las Sagradas Escrituras, y en respuesta a las necesidades del mundo contemporáneo, por lo que él nos sugiere que hagamos el ejercicio de preguntarnos en las diferentes etapas de nuestra vida y ante las circunstancias cambiantes de la Iglesia, de la sociedad, y del mundo en general, ¿qué es la misión de la Iglesia?

    La misión consiste en que la iglesia se haga presente en el mundo como la comunidad del Reino de Dios, “para comunicar el Evangelio por palabra y obra, en el poder del Espíritu Santo, en pro de la salvación integral del ser humano por medio de Jesucristo, a fin de que Él sea glorificado.

    La mayoría de los teólogos cristianos reconoce que la misión no es producto de la invención humana, sino que tiene su origen en la mente y en el corazón de Dios. Se trata de “Misio Dei”, ya que su determinación pertenece al soberano propósito infalible e inmutable de Dios de tomar la iniciativa de salvar al hombre y a todo lo que Él creó en Jesucristo, valiéndose de su iglesia. De forma que tenemos que admitir que Dios es el primer y principal misionero con cuenta la iglesia. Podemos afirmar que nuestro Dios es un Dios misionero.

    Ser teólogo, es también, y sobre todo, ser misionero.

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    1. Segura, Harold, referencia compartida a título personal.

    2. Costas, O. (1986). Educación teológica y misión. En R. Padilla, Nueva alternativa de la educación teológica (pág. 11). Buenos Aires: Nueva Creación.

    3. Núñez, E. (1996). Teología y Misión: perspectiva desde América Latina. San José: Visión Mundial.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - La misión es la madre de la teología

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