El altar del consumo y la idolatría de los deseos

Nuestra cultura, como la cultura pagana de otros siglos, es especialista en la creación de ídolos.

    07 DE ENERO DE 2024 · 08:00

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    El principio protestante afirma el señorío único de Cristo como la instancia suprema que merece toda devoción y pleitesía, y ninguna realidad fuera de Cristo merece nuestro total rendimiento. Absolutizar lo que es meramente relativo es una forma de idolatría.

    En época de Moisés, la idolatría era una práctica tan condenable que se consideraba como una traición, una violación a los principios de la nación judía. En los registros bíblicos esta práctica es abominada con reiteración y énfasis de parte de Dios. El altísimo se declara incompatible de forma radical con las divinidades que pudieran surgir de la imaginación humana. Incluso, el mandato de adorar al Dios verdadero y único encabeza la tabla la Ley. El énfasis de que “no tendrá dioses ajenos delante de ti”, esta reiterado en casi todo el Antiguo Testamento.

    Nuestra cultura, como la cultura pagana de otros siglos, es especialista en la creación de ídolos. Los expertos del mercadeo andan buscando ídolos en el arte, en los deportes, en la política y en todas las acciones desde donde se puede proyectar cierta grandeza y superioridad.

    Hemos creado una cultura que le rinde culto a todo. El consumo se ha convertido en un Dios. Las riquezas no se persiguen solo por las comodidades que nos pueden reportar, sino porque a través de ellas podemos parecer diferentes en términos de sentirnos superior a la mayoría. De ahí la conducta, con frecuencia extravagante y fanfarrona, de algunos ricos.

    La industria más rentable de nuestro mundo moderno es la creación de ídolos. Las grandes divas aseguran sus senos o sus glúteos, aunque no aseguran sus almas. Con frecuencia se confiesan vacías y aburridas. Hablan con desenfado de sus intimidades y revelan preferencias personales que deberían limitarse al círculo de la intimidad.

    Nuestro mundo moderno continúa tallando ídolos. Los hornos de fundición y los cinceles de retoque están vigentes como en el mundo antiguo. Los altares de hoy son los medios impresos y electrónicos y los dioses, simples mortales retocados por los cinceles de la tecnología y el mercado.

    Es lo que hemos llamado la cultura mediática. No obstante, el reclamo de Dios es el mismo. Él es único y soberano Dios y quiere compartir sus bondades con nosotros, si con sensatez y humildad podemos reconocer su amor e interés por el hombre.

    César Henríquez nos advierte tener extrema cautela ante peligro de convertir el culto en un medio sustentador de la idolatría que “se vive y celebra cuando hacemos del culto un fin en sí mismo, cuando magnificamos parte de la verdad y nos olvidamos del resto y cuando nos arrodillamos ante los ídolos postmodernos de la exclusión, el individualismo y la desesperanza”.

    La idolatría que solemos identificar está asociada a un objeto material, a algún fetiche o mito de carácter religioso. El narcisismo que es una exagerada concentración en uno mismo, rara vez lo identificamos como idolatría.

    Juan Mackay en su conocido libro “Realidad e idolatría en el cristianismo contemporáneo” dice que los ídolos aparecen cuando cualquier aspecto de la realidad se convierte en un fin en sí mismo. Cuando la teología o cualquier doctrina cristiana por ortodoxa que sea, se convierte en un fin en si mismo, se transforma en ídolo. Cuando nuestra lealtad a las ideas y métodos de interpretación sobre la verdad revelada son mas importantes que Dios, entonces caemos en la idolatría.

    Esta lealtad a las ideas es tal que hay iglesias que se han dividido en la tierra por no estar de acuerdo sobre antes o después de que acontecimiento profético se encontraran los fieles en el cielo.

    La misma experiencia cristiana puede convertirse en ídolo. Cuando todo el afán de la persona es experimentar cierta sensación, bastándole la emoción misma, estamos frente a un ídolo. De esta forma surge el culto a la emoción. La relación con Dios pasa a un segundo plano y las emociones ocupan su lugar. Esto es idolatría.

    La comunidad cristiana organizada, institucionalizada, esto es la denominación o concilio, puede convertirse en un ídolo. En el momento que se absolutiza un precepto especifico, un escrúpulo, o quizás un alto ideal, afirmando que la manera vivir la fe y de hacerse cristiano verdadero consiste en este u otro precepto, estamos en los linderos de la idolatría. Los medios se han convertido en un fin, en ídolos. Para Mackay la doctrina puede ser un ídolo, la emoción cristiana puede ser un ídolo; y una alta moral puede ser ídolo, sustituyendo así, y en forma muy sutil, la realidad cristiana, al mismo Dios.

    En este sentido Mackay nos ilustra que si un astrónomo en vez de usar su instrumento para ver el cielo, empieza a mirar no a través del telescopio, sino al telescopio, como para venerarlo, el telescopio (que es muy bueno e indispensable como instrumento) resulta un ídolo.

    En el libro del profeta Habacuc hay algo muy impresionante sobre los judíos que quemaban incienso a sus redes que le servían tanto (Habacuc 1:15-17) Aquí tenemos un ejemplo de un proceso psicológico por el cual un instrumento muy bueno puede convertirse en una especie de divinidad, a saber, en un ídolo.

    La Biblia es necesaria, mas lo que salva al hombre es la fe en Jesucristo y no el mero asentimiento de una doctrina acerca de la Biblia. La creencia acerca de Cristo es absolutamente necesaria. Pero lo es como instrumento para que yo, viendo lo que es Cristo y lo que ha hecho me entregue a Él. La creencia, la doctrina, ha de servir como instrumento o como guía para conducir al creyente a Cristo, pero ello no puede sustituir el encuentro con Cristo y la devoción a Él.

    Si no nos concentramos en Cristo, en su Palabra, en su realidad de forma vivencial, podríamos estar haciendo altares para idolatrar los instrumentos y no a Cristo mismo.

    Viendo las cosas junto al hermano Mackay, cualquier altar por bueno que aparente ser puede llevarnos a adorar dioses falsos.

    No olvidemos que el mercado es un altar y el dinero y los bienes materiales o religiosos y hasta morales pueden ser convertido en dioses. Recordemos a Santiago que nos dijo que: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - El altar del consumo y la idolatría de los deseos

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