El planeado complot contra Jesús

Un extenso y siniestro plan fue lo que culminó con la muerte de Jesús 

08 DE ABRIL DE 2023 · 08:00

20th Century Fox. Captura de pantalla de 'La pasión de Cristo',Juicio Jesús, Pasión Jesús
20th Century Fox. Captura de pantalla de 'La pasión de Cristo'

La muerte de Jesús fue todo un proceso. No fue el resultado abrupto de un arranque de desesperación, ni el repentino impulso de un solitario inconforme.  A Jesús no solo se le quiso eliminar físicamente, antes se le pretendió eliminar en el plano político y religioso.

La estrategia consistió en ponerlo en ridículo, en hacerlo caer en contradicciones sospechosas por vía de la provocación y la zancadilla artera, para que apareciera como un desquiciado, una persona no confiable y sin ningún respaldo de las masas.

El plan parecía surtir el efecto contrario. Su arraigo popular fue suscitando envidia y animosidad en quienes  se resistían al impacto y penetración de este sencillo predicador carente de categoría y abolengo.

La muerte de Jesús es la suma de muchos motivos y voluntades. Es una vasta urdimbre de intereses. Es una conspiración de múltiples consultas, asechanzas, planes, esperas, intrigas y arreglos aviesos y mal intencionados.

Fue una muerte dramática, espectacular, controvertida y desconcertante. Era un punto clave de la agenda de Dios y una parada prevista de la historia de la humanidad. No fue el resultado de una voluntad resentida, el capricho de un alucinado o inconforme. Fue una conspiración, una conjura cargada de fatiga, de asechanzas expectantes y alevosas. Fue una muerte única que revela la condición de la raza caída y pervertida por el pecado y la maldad.

Jesús no fue ingenuo predicador que andaba a la caza de aplausos y simpatías. Él tenía un claro sentido de su misión. Él conocía la sicología de la sociedad que le rodeaba, de la saña y el morbo que se ceba del suplicio ajeno. Ejerció su ministerio bajo el fuego cruzado del exhibicionismo y la hipocresía, del resentimiento clasista que se resiste al desplazamiento y que no cede a nadie su principalía y protagonismo.

Después de la resurrección de Lázaro, la popularidad de Jesús alcanzó niveles insospechados por sus adversarios. El Evangelio de Juan dice que “desde aquel día acordaron matarle. (Juan 11:53)

En torno a la muerte de Cristo se agruparon las más perversas intenciones que definen la humanidad caída. El mal, en sus más sobresalientes expresiones, se encarnó en las personalidades que mejor canalizaran sus efectos inicuos. En torno a Jesús se encontraba el calumniador solapado, que hace comentarios supuestamente a favor del bien colectivo, pero su contenido como tóxico tienen  la finalidad es crear el clima de conspiración que contribuye a precipitar los hechos, aunque luego se jacte de que advirtió la tragedia.

En el círculo íntimo de Jesús estaba un habilidoso tesorero que negoció su entrega dándole un beso en la mejilla para señalarlo ante sus adversarios. No faltó quienes juraran nunca abandonarlo; sin embargo, como Pedro, lo negaron, en víspera de su muerte, con juramentos y maldiciones.

La muerte de Jesús fue una convergencia de poderes sociales e intereses de clase. En la cabeza de cada uno de estos poderes estaba una figura muy característica. Caifás, un artero y tortuoso personaje era el sumo sacerdote. Sus pintas biografías lo definen como un saduceo arrogante, insolente y osado. Jamás dudó en abusar de su autoridad para conseguir sus fines, por muy detestables que éstos fuesen, lo que quedó evidenciado en el caso de Jesús, pues Caifás  fue su acusador más diligente.

En la parte determinante de esta confabulación aparece Poncio Pilatos, procurador imperial de la provincia de Judea. Dado que el Sanedrín, aunque era la máxima institución política y religiosa del pueblo judío, carecía de la competencia debida para aplicar la pena de muerte, Jesús es llevado ante Pilatos. Lo primero que dicen las autoridades es que el reo ha cometido una blasfemia, pero Pilatos le responde que ese asunto no le atañe, como consecuencia, la imputación es cambiada y se le acusa de prohibir dar tributo al César y de proclamarse rey. Pilatos lo envía a Herodes, gobernador de Galilea, quien toma el caso como una oportunidad para la curiosidad y el entretenimiento.

Pilatos no quiere tomar responsabilidad en la muerte de Cristo y propone como última salida el indulto con motivo de la fiesta. Su alternativa es Barrabas, un sedicioso y homicida; sin embargo, la multitud, como siempre, manipulable y veleidosa, pide que suelten al antisocial y claman para Jesús, con frenético sadismo: ¡Crucifícale... Crucifícale! Mientras el procurador se lava las manos en público, la multitud asume la responsabilidad de la muerte de Cristo. “Su sangre esté sobre vosotros y vuestros niños” (Mateo 27:25).

El proceso legal que condujo a Jesús al suplicio fue irregular a luz de los propios procedimientos judíos. Se usaron falsos testigos que se contradijeron en sus versiones.  El juicio y el apresamiento se ejecutaron en horas de la noche. Caifás convocó el Sanedrín en su propia casa. Cuando Jesús contestó afirmativamente la pregunta ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Caifás, el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras para dramatizar aún más su hipócrita actuación.

Refirmar sus títulos fue toda la defensa de Jesús durante el proceso. Antes de llegar al lugar de la ejecución fue abofeteado, azotado con el látigo y zaherido en su dignidad y pudor por las más groseras burlas y las más punzantes ironías. La maldad humana en sus más variadas expresiones rondó la vida del más puro y justo de los hombres.

La envidia, el resentimiento, la hipocresía, la calumnia y la mentira como preámbulos de la violencia y el terror crearon las infaustas condiciones que  cerraron la trampa homicida en la que se ejecutó a Cristo Jesús. Pero aquel hombre tenía, y así lo cumplió, el designio supremo de encarnarse en la condición  humana para salvar al hombre de su pecado muriendo por ellos, y así lo hizo.

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