La compasión que se mide en infinitos

La misericordia de Dios no tiene ningún límite, ni de tiempo ni de espacio.

    06 DE SEPTIEMBRE DE 2024 · 08:00

    Jesse Sewell, Unsplash,cielo infinito, sol estrellas
    Jesse Sewell, Unsplash

    Soy feliz siendo misericordioso porque recibiré misericordia.

    La misericordia es el atributo divino más mencionado en las Escrituras, innumerables ocasiones se alude a la misma directa e indirectamente; ha de ser porque es la necesidad más grande que tenemos los mortales. Tan sólo como ejemplo (y esperanza), bástenos el salmo 136, allí se menciona una y otra vez en cada uno de sus 26 versículos “porque para siempre es su misericordia”. A Dios le gusta ser misericordioso y nosotros lo necesitamos como ninguna otra cosa. Hacemos muy buen equipo juntos.

    Veamos el primer versículo: Alabad a Yahwéh, porque Él es bueno, porque para siempre es su misericordia.

    Cada porción invita a alabar a Dios por algo diferente, sus atributos son inmensos; pero todas las ocasiones que hace esto, independientemente de la razón de la alabanza, incluye la causa más importante: porque para siempre es su misericordia. ¡Oh eterna virtud que siempre necesitaremos de ella!

    La palabra hebrea traducida «para siempre» es olam. Término que se refiere a la infinitud, no sólo en tiempo sino en espacio, pues se deriva del verbo alam (oculto a la vista). Indica que la misericordia de Dios no tiene ningún límite, ni de tiempo ni de espacio, Él es El Olam, el Dios Eterno y por lo mismo su misericordia es le-olam, para siempre. Tu no eres ilimitado en necesidad y sin embargo, Dios es ilimitado en socorrerte. ¡Para siempre! ¡Misericordia infinita! Cuando ya no existan más estos cielos y esta tierra, seguiremos dependiendo de su extraordinaria e eterna misericordia.

    Y siendo que el dueño y Señor del reino de los cielos tiene dicha característica, es necesario que cada súbdito del reino sea una persona de carácter sensible a las necesidades ajenas, identificándose en su dolor y actuando con todos los medios posibles para ayudarle. En cuanto podamos y según nuestra fuerza y limitaciones, tengamos misericordia, amor a quien no se lo merece o que no puede corresponderlo. Así es la vida normal del reino y lo contrario es un extranjero.

    Cuando Jesús citó la felicidad de los misericordiosos pareciera estar citando el Salmo 18:25: Con el misericordioso te mostrarás misericordioso, y recto para con el hombre íntegro.

    Cuando dice que será misericordioso con el que tenga misericordia no está diciendo que nuestra misericordia es antes de la suya. Esto es imposible, pues Dios nos amó desde antes de la fundación del mundo.

    El comentarista Trench dice: -Según el punto de vista de la Escritura, el cristiano se halla en un punto medio entre la misericordia recibida y la que aún ha de recibir. Algunas veces la primera se presenta como un argumento para que El mismo sea misericordioso: Perdonándonos los unos a los otros… de la manera que Cristo os perdonó (Col. 3:13; Ef. 4.32); algunas veces se presenta la otra: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia; Perdonad, y seréis perdonados (Luc. 6:37; Stg. 5:9).

    Así que si eres una de esas personas que dice: “te perdono, pero no quiero saber nada más de ti.” Piénsalo de nuevo, pues estás colocándote en una posición sin perdón real. Imagina que Dios te dijera lo mismo: “te perdono, pero no quiero volver a verte”. ¡Terrible! Recuerda que seremos perdonados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden y tendremos misericordia como también nosotros tenemos misericordia. Medidos con la medida que medimos y cosecharemos según lo que hayamos sembrado. Siempre podemos elegir cuanta misericordia, perdón y bondad daremos, pero no podemos elegir cuanta recibiremos una vez que hayamos hecho esto.

    Es como si Dios nos dispensará parte de su misericordia para que seamos movidos a ejercer la nuestra hacia los demás, lo que en consecuencia traería el resto de la bondad divina sobre nosotros. Por lo que cerrar el corazón y las manos equivale a detener el flujo de la gracia divina que desea dispensarse a otros por medio nuestro y a nosotros mismos en el proceso.

    Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me distéis de comer; tuve sed, y me distéis de beber, fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a mí (Mateo 25:34-40).

    A Yahwéh puesta el que da  al  pobre, y  el bien  que ha hecho, se le volverá a pagar (Proverbios 19:17).

    Todo esto no se refiere a la salvación por obras, de ninguna manera; sino que en realidad, es la manifestación de la salvación para obras:

    Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que  nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús  para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:8-10).

    Comprendiendo lo anterior, podemos entender que buscar misericordia con el único objetivo de salvarse es en sí, una evidencia de no tenerla. No que esté mal procurar ser salvo, sino que no es el motor de la vida cristiana de verdad. Ninguna relación funciona pidiendo amor, pero todas tienen oportunidad dándolo. Sentir junto con tener misericordia es compadecerse de la condición del prójimo y actuar en su ayuda sin considerar nada más. Los amantes teóricos funcionan como poetas, pero no como amantes genuinos. Solo el que es misericordioso hace misericordia y por ende, quien tiene misericordia, recibirá misericordia. En última instancia el Señor te dará el trato que tú le des a tus semejantes, perdona para ser perdonado, ¿no lo dice el Padre Nuestro como ya vimos? Y en otra porción dicen las Sagradas Escrituras: juicio sin misericordia se hará al que no tenga misericordia (Santiago 2:13).

    Por supuesto, todo esto es de corazón y no sólo en apariencia. La intención sí importa. No sea que la boca tenga una sonrisa y el alma una mueca.

    Cuentan que en una iglesia de Edimburgo, después de un sermón sobre la caridad, cierto individuo depositó por equivocación en la bolsa de las ofrendas, una corona (moneda de gran precio), en lugar de un chelín (moneda de muy poco valor). Al notarlo, se dirigió inmediatamente al diácono que estaba recogiendo la ofrenda y le suplicó devolverle la gruesa moneda a cambio del chelín, pero el diácono se negó a la devolución (juzgar sí hizo bien o mal es otro asunto), diciéndole:

    -Lo que ha sido dado, dado está. El hombre hizo un comentario además de retirarse, diciendo:

    -Bueno, ¡qué le vamos a hacer!, me lo acreditarán en el Cielo.

    -No es verdad - replicó rápido el diácono -, en el Cielo le acreditarán el valor de un chelín, pues esto es lo que usted estaba dispuesto a dar.

    ¡Más de una iglesia va a buscar a este diácono!

    El amor y la misericordia son semejantes, salen del corazón desinteresadamente hasta llegar a la práctica en bien de la persona amada o no son verdaderos.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Palabra viva - La compasión que se mide en infinitos

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