Feliz porque Dios me llama justo
Seguir a Dios hace que te parezcas a Él
09 DE MARZO DE 2023 · 08:00

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mat. 5:6). Soy feliz anhelando la justicia interna.
¿Te dieron ganas de tomar la capa y el antifaz? Reconócelo: no te sientes un súper héroe, pero hablar de justicia te hace pensar que los demás son injustos. La primera reacción, muy humana y común, ante la feliz búsqueda de la justicia es el deseo de lanzarse como justiciero señalando la injusticia del mundo.
Es como si no tuviéramos conciencia de nuestra propia maldad y nos consideráramos en automático buenos a nosotros mismos. Por algo el Maestro nos habló de sacar primero la vida de nuestro propio ojo. El falso sentido de justicia personal no nos permite ver bien la condición ajena.
Es como leer un libro de medicina, como no es algo relacionado con la conducta, procuras buscar los síntomas en ti cual víctima; pero si lees un libro de psicología, siendo que sus tópicos tratan de la conducta humana y ponen en entredicho tu moral, de inmediato buscas a otros a quienes aplicar los síntomas ahí leídos. No amado, esa no es hambre ni sed de justicia.
El hambre y la sed de justicia hablan de la urgente necesidad que tenemos de ser hallados justos para con Dios. Cuando se trata del estándar divino, todos somos enanos. Como en casa del jabonero, el que no cae, resbala.
Respecto a nuestra condición humana, no hay sólo hombre que pueda considerarse justo una vez que usa la medida de la ley divina. En el estricto apego al término. Sólo Dios puede ser considerado justo en verdad. Por ello, solamente Él está capacitado para ser Juez aplicando justicia ya sea para castigo o para recompensa.
Sólo Él es limpio completamente y no está prejuiciado por faltas propias o apreciaciones ajenas para juzgar en perfecto equilibrio y equidad. Tu y yo vemos lo que otro hace, pero no conocemos las intenciones por las que lo hizo, así como tampoco las circunstancias ni presiones, límites y tentaciones que lo llevaron a tales acciones.
Como el dicho antiguo: sólo quien lleva el saco sabe lo que trae cargando. En todo caso, solo la omnisciencia divina puede ejercer juicio justo tomando todos los factores y variables en consideración.
Por todo esto, el hambre y sed de justicia genuinos comienzan en reconocer nuestra necesidad de ser justificados para con Dios. Antes de levantar el mazo de juez requerimos quitarnos el yugo de preso. Cabe señalar que una vez que eres libre no quieres volver al tribunal, ¡ni siquiera de juez! Necesito ser considerado justo, y al reconocer que soy culpable no deseo justicia, sino misericordia.
No hay peor legislador que un pecador. Pero si existe la posibilidad de que aplicando la ley yo sea exonerado, entonces ¡ruego por justicia!
Esta es la bienaventuranza de los justos, pero, ¿quién es justo? Digo, realmente justo según los parámetros divinos. Ya tratamos esto antes. Por ello, es imposible ser justos si antes no somos declarados justificados por aquel cuya naturaleza es la justicia, Dios. Este es el argumento del apóstol Pablo, a quien yo llamo el Mozart de la religión. Él dijo en su maravillosa sinfonía a los Romanos (pon atención a la secuencia):
No hay justo, ni aún uno… Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… Con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que Él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús (Rom. 3:10, 23, 24, 26).
Si eres como yo, has podido disfrutar tanto las líneas negras como los espacios blancos, los sonidos y los silencios. Nos hizo justos para manifestar su justicia. Así te mira Dios y así te hace. Su opinión de ti no sólo es una valoración, también es un destino. Él te llama justo, ¿puedes ser feliz por eso en medio de cualquier injusticia?
Lo que diga tu mamá al respecto poco importa o tu padre (demasiados regaños no le hacen bien a la auto estima). El apodo de los compañeros de escuela es irrelevante (son crueles), el aprecio o menosprecio de los maestros y hasta la falta de valor que sientas por parte de tu jefe (reconócelo: nunca estás tan inseguro como ante él). Todo esto poco importa aunque te parezca muy relevante. ¿Quién eres para tus amigos o peor aun, para tus enemigos? (términos que no podríamos publicar). ¿Y cuál es la opinión que tienes de ti mismo? Indulgente o severa, suele no dar en el clavo. Esta última opinión parece ser la más importante, pero tampoco lo es. La vida me ha demostrado que me he equivocado muchas veces juzgando a los demás, ¿por qué no habría de estar equivocado acerca del juicio que hago de mí mismo? Nada de todo esto es tu verdadera y absoluta definición. Nada. Lo único que realmente importa, lo único verdaderamente relevante, lo que tendrá repercusiones es lo que Dios piensa de ti. Sólo lo que Dios dice vale la pena y Él ha dicho que en Cristo tú eres justo. Punto.
Justo.
Para ser feliz voy a vivir de acuerdo a lo que Dios dice de mí. Pensaré y opinaré de mí solo lo que Dios habló sobre mí.
Tener hambre y sed de justicia es anhelar vehemente la rectitud moral que proporciona la Presencia de Dios. Es la voz del espíritu diciendo: ¡Señor, quiero ser como tú! Después de todo, lo más normal es que los hijos sean como su Padre…
Si sabéis que Él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de Él (1 Juan 2:29).
Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como Él es justo (1 Juan 3:7).
Los niños pequeños quieren ser como sus padres, sin excepción, todos tuvimos este deseo y muchos continuaron sintiéndolo por el resto de su vida. Si tu padre usaba uniforme para trabajar, alguna vez te lo pusiste; y si eres niña seguro usaste el maquillaje y los zapatos de mamá. Como los niños, los hijos de Dios queremos ser como nuestro Padre. Él es justo y le gusta la justicia y los que lo admiramos, deseamos parecernos a Él también en esto. Lo cual no es una carga en la vida, sino una razón para sentirnos felices, tal y como de niños éramos felices mientras jugábamos a ser nuestros padres.
¿Te digo un secreto? De tanto intentar ser cómo Él y divertirnos en el proceso, sucede. Imitarlo funciona. Somos una especie muy interesante, lo que imitamos de corazón, con felicidad el tiempo suficiente se convierte en nuestra propia personalidad. Por eso hay quienes tienen vidas prestadas, admiraron a quienes no debían y terminaron siendo malas copias suyas (o copias de copias de copias, más difusas aun); pero seguir a Dios hace que te parezcas a Él. Con la virtud adicional de que te proporciona su Espíritu a fin de no ser una mala copia, sino un prototipo más en el ensamblaje de hijos del reino. Otra versión de Cristo en el hombre de la fábrica o en la ama de casa, en el estudiante o incluso, hasta en el Pastor.
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