Capitanes virtuales atados a naves fantasmas

Las redes sociales son un lugar perfecto donde los individuos pueden ser los capitanes de sus propias naves, donde existe un sentido de control total.

    17 DE FEBRERO DE 2019 · 09:00

    Zoltan Tasi, Unsplashbarca,barca vieja, barca rota
    Zoltan Tasi, Unsplashbarca

    Sin lugar a dudas, las redes sociales se han convertido en una compulsión mundial, una fuerza con suficiente energía como para desconectar a las personas del mundo real y deslumbrarlas con uno inexistente.

    Este mundo fantasma resulta ser un lugar donde los humanos pueden encontrar gratificación constantemente, pero con frecuencia, atención y validación “fingidas”.

    Este es un medio comunicativo virtual que, cuando no está controlado, se transforma en una bestia que expande sus tentáculos hacia un reino accesible y flexible. Allí el deseo de “promocionarnos”, la necesidad de ver lo que hacen o tienen los demás y la urgencia ansiosa de conectarnos con alguien, a menudo estos comportamientos combinados, se refuerzan.

    Las personas tienden a mostrar solo lo mejor de sus vidas en las redes sociales, donde todo lo asociado con ellos es nada más y nada menos que un mundo aparentemente placentero, entretenido, emocionante y hermoso. Esto hace que la persona se vea seductora, y por esta razón muchos son propensos a convertirse en un ‘amigo’ o un ‘seguidor’.

    Aunque quizás no nos consideremos “entrometidos” es como si, de repente, se nos hubiera dado el permiso de curiosear y estar involucrados en la vida de los demás. Tenemos esta urgencia de saber continuamente lo que otros están haciendo.

    Esta clase de comportamiento también puede llevarnos a crear “vidas virtuales” de nosotros mismos que luego nos cuesta mucho mantener en la vida real. A pesar de tener grandes cantidades de “amigos” irreales, cuando finalmente apagamos los aparatos, nos sentimos muy aislados y solos, y la necesidad de conectarnos vuelve casi instantáneamente como si nuestros dispositivos tuvieran un poder invisible sobre nosotros.

    Podemos afirmar que las redes sociales evolucionaron hacia un lugar perfecto donde los individuos pueden ser los capitanes de sus propias naves, donde existe un sentido de control total, un lugar donde las personas no quieren publicar todo acerca de sí mismas, pero que, de manera selectiva, proyectan la imagen que desean y alimentan así un sentido de “autoestima” artificial.

    El deseo de ser vistos como queremos que nos vean, la constante necesidad de saber qué están haciendo los demás y la urgencia de asegurar que no nos quedemos afuera son la carnada que nos mantiene enganchados.

    Cuando estamos permanentemente conectados, la habilidad para reenfocarnos en el aprecio y la gratitud por la propia vida —y la de los que amamos— disminuye y muchas veces genera sentimientos de celos, envidia y soledad. Continuamente estamos comparándonos y en nuestras vidas virtuales, simplemente, “no llegamos a la altura” envidiada.

    Ciertamente, no toda la interacción en esta red virtual tan popular a nivel mundial es negativa, pero cuando estamos sobre conectados, existe la posibilidad de hundirnos en un patrón de resentimiento en las redes sociales. Esto no debería sorprendernos si consideramos el contenido y el énfasis de los mensajes de Facebook que, como mencioné anteriormente, van desde la felicidad familiar en destinos vacacionales y la imagen del cuerpo hasta el ridículo número de saludos de cumpleaños en el muro del usuario.

    Hoy somos conscientes de que la corriente de las redes sociales está constantemente saturada con todo lo que sucede a nuestro alrededor. A tal punto que podemos ver en tiempo real la vestimenta que usan nuestros “amigos”, los platos de comida que saborean, los lugares que visitan y los eventos en los que participan. Con este constante flujo de actividades y notificaciones, nuestro temor a “quedarnos atrás” aumenta aceleradamente.

    Por otro lado, el efecto es tan severo que no nos damos cuenta de que la privacidad se está convirtiendo en un privilegio en extinción. Debemos recordar, con urgencia, que los momentos de soledad son humanos y los que generalmente nos conectan con el mundo que nos rodea; ellos proveen la calma que tanto necesitamos. De esta manera podemos autoevaluarnos y reflexionar en lo que proviene de lo más profundo del alma. ¡Y lo más importante es que no hay tecnología que lo reemplace!

    Y así es como el apóstol Pablo nos aconseja en su epístola a los Romanos: No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. –Romanos 12:2

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Llamados a ser libres - Capitanes virtuales atados a naves fantasmas

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