Big data y la profecía de la ubicuidad
Hemos tendido una telaraña sobre nosotros mismos, auto-atrapados en un tejido de dispositivos interconectados que sirven intereses económicos y políticos.
02 DE OCTUBRE DE 2018 · 15:00

Según los reportes derivados de la acción legal del activista Malte Spitz en contra de la Deutsche Telekom, cada día normal que vivimos, va dejando un rastro digital equivalente a 200 líneas de código que son captados por el operador celular.
Y eso es solo con nuestro smartphone.
En la huella de 35.830 líneas de código que dejó su móvil durante 180 días, Spitz vió horrorizado la narración exacta de sus hábitos y desplazamientos: viajes en tren a Munich, a Münster, a Nuremberg, los regresos a Berlín o las citas en restaurantes y cafés donde organizaba protestas públicas o delineaba posiciones políticas de su partido.
"Era mi vida", contó Spitz en una charla del ciclo Ted en el 2012. (mira la charla TED de Malte aquí)
A diferencia de la huella de carbono, esta otra huella que deja nuestro móvil no es contaminación. Tampoco tiene nada que ver con huellas tecnológicas como la órbita de escombros donde hoy flotan los cadáveres de 3.500 satélites inactivos.
El rastro que dejamos los transeúntes de la red con cada movimiento que queda registrado en el GPS de nuestro smartphone y con cada consulta al motor de búsqueda, es hoy un tesoro al que se le ha llamado con el antiséptico nombre de Big Data.
La Big Data como rastro, se parece más a una línea de migajas de pan que colectan con voraz apetito muchos actores del ecosistema digital.
La información de los lugares donde compramos, las personas con las que nos reunimos, los temas de los que conversamos con ellos…. Todo va quedando juiciosamente clasificado para ser analizado por los sistemas de minería de datos (Data Mining) y encontrar patrones que tengan valor potencial.
Tal vez usted se sienta demasiado insignificante como para que alguien esté interesado en espiarle. No obstante, recordemos que el valor de la Big Data no se deriva de casos individualizados sino de grandes colectivos correlacionados.
Nuestros hábitos son registrados rigurosamente no por algún tipo de vouyerismo sino porque sumados a los de otros millones de usuarios, conforman un mapa extraordinariamente preciso sobre la conducta del consumo, la formación de opinión pública y los efectos sobre el poder político.
En el otro extremo del espectro, si algún elemento de nuestra individualidad -por pequeño que sea- llegara a corresponder con un patrón de amenaza latente, tenga la seguridad de que los motores de analítica nos separarán del rebaño mayor y nos catalogarán para un estudio exhaustivo (ese si totalmente personalizado) que pudiera conducir a una intervención directa. Recuerda la película ¨Enemy of the State¨ protagonizada por Will Smith y Gene Hackman?
Todavía se me eriza la piel recordando cuando hace unos años planeaba yo un viaje de negocios a uno de los países del llamado ¨eje del mal¨.
Preparaba la presentación en compañía de un experimentado diplomático y en algún momento mencioné la expresión ¨inteligencia artificial¨. Instantáneamente los ojos del viejo zorro me miraron llenos de un pavor que solo siente quien ha visto la maldad cara cara. Me dijo: ¨ni se te ocurra mencionar esa palabra cuando estés allá. Te aseguro que en menos de 24 horas, la grabación de tus palabras te habrá colocado en una lista de objetivos internacionales y se iniciará un ataque a tu casa y tu familia, haciéndote pasar por terrorista¨. Y agregó: ¨Estos amigos juegan muy duro¨.
Viniendo de alguien que pasó casi toda su vida en altas posiciones diplomáticas en Washington, el comentario nos mostró, con sombrío realismo, cómo una simple e inocente palabra, usada con descuido, puede destruirte la vida en esta época en que todo es visto, todo es escuchado y todo es archivado.
En otra ocasión descendimos al subterráneo donde operaba parte del sistema de seguridad de Telaviv. Ahí vimos un modelo en 3D de la ciudad, donde hasta los árboles expresaban exactamente el follaje y la altura de los árboles reales. ¨es para saber dónde debemos situar a un francotirador¨ me explicaba nuestro anfitrión, un héroe de guerra condecorado por Golda Meir.
La omnipresencia es una cualidad divina. Solo nuestro Señor puede estar en todas partes al mismo tiempo. Por esta razón, la naturaleza caída del hombre lo ha llevado a esta obsesión global por la ubicuidad.
Como no podemos estar en todas partes, creamos duplicados digitales de nuestros ojos y oídos: Prótesis en la red.
Nuestros móviles más que teléfonos son instrumentos multi-sensoriales de espionaje cibernético. Quedamos registrados en cientos de cámaras en todas las esquinas y en todos los edificios públicos. Nosotros mismos introducimos micrófonos y cámaras en nuestras casas en forma de tablets, laptops y domótica.
Quién hubiera creído hace un par de décadas que las personas más tímidas y reservadas llevarían consigo al cuarto de baño y a la alcoba matrimonial cámaras conectadas a la red.
Hoy no solo miramos a nuestros televisores sino que ellos nos miran y nos escuchan a nosotros.
Hemos llegado al extremo de pagar para que agentes inteligentes como Google y Alexa estén atentos a nuestras conversaciones, listos a obedecernos si, pero también prestos a registrar palabras claves y tomar nota de datos útiles que son enviados con nuestro permiso a los centros de análisis. Si: dimos nuestro permiso al hacer click sobre el acuerdo de uso. (Mira el documental Terms & Conditions aquí)
Como especie, hemos tendido una telaraña sobre nosotros mismos. Nos hemos auto-atrapado en un tejido de dispositivos interconectados que no necesariamente están ahí para hacer del mundo un mejor lugar sino para servir a intereses económicos y políticos muy concretos, que poco o nada tienen que ver con el bien común.
Qué más veremos en el futuro?
Hasta dónde podemos llegar en nuestra obsesión por verlo todo?
No podemos decirlo. Lo que sí cabe afirmar con total certeza es que la humanidad ha sido avisada de que todas estas cosas pasarían. Como está escrito desde hace casi 2 mil años:
8 Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado.
9 Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados.
10 Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra.
11 Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron.
12 Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los vieron.
Apocalipsis 11.
Cuando Juan -el viejo- vió esta escena durante su exilio en Patmos, no había forma de que él entendiera las tecnologías que la harían posible. Hoy sin embargo, hemos llegado al momento en que la profecía puede ser cumplida: La humanidad ha dotado sus ojos con la ubicuidad necesaria para que cada ser humano, desde el lugar donde se encuentre, pueda presenciar en vivo y en directo el martirio y la resurrección de los dos olivos.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Futurología bíblica - Big data y la profecía de la ubicuidad