La vida eterna
Cada religión tiene su camino particular desde la tumba al cielo. Y el hombre, con frecuencia, se ve en una encrucijada.
07 DE OCTUBRE DE 2019 · 13:00
La vida eterna es una realidad en las páginas de la Biblia. No es un sueño. No es una ilusión. No es una ficción. Es una certidumbre, una seguridad sin balanceos.
La vida no termina con la muerte. Puede decirse que con la muerte del cuerpo da comienzo la vida verdadera, la del espíritu.
Son muchos los que se preguntan qué han de hacer para ir a la vida eterna.
En torno a esta preocupación del ser humano se han levantado numerosos sistemas filosóficos y religiosos.
Sin embargo, para ir a la vida eterna sólo hay que hacer una cosa: morirse. Así de sencillo.
Al morirnos, todos desembocamos en la eternidad. Unos en el lugar de salvación y otros en el de condenación.
La pregunta correcta no sería qué hacer para ir a la vida eterna, puesto que a ella vamos todos, sino qué hacer para pasar la vida eterna junto a Dios.
Esto es otra cosa. Qué hacer para alcanzar la inmortalidad en el paraíso celestial.
Son muchos los caminos que se señalan. Cada religión tiene su camino particular que va desde la tumba al cielo. Y el hombre, con frecuencia, se ve envuelto en una encrucijada que le marea, le aturde, le agobia el espíritu.
La Biblia recomienda cuidado en este aspecto. Dice: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12).
De ahí la importancia de pedir a Dios mismo la luz necesaria para evitar los extravíos, suplicándole con el salmista: “Guíame en el camino eterno” (Salmo 139:24).
Hay una sola manera de entrar en la eternidad feliz: Volviendo a nacer. Adán nos dio la muerte del espíritu como herencia; Cristo nos resucita de esa muerte y nos reconcilia con el Padre.
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