El llanto que Dios consuela

“Bienaventurados los que lloran”

28 DE OCTUBRE DE 2020 · 14:00

Francisco Gonzalez, Usplash,joven llorando
Francisco Gonzalez, Usplash

La segunda bienaventuranza dice: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación».

Se conmueve el alma con la gran cantidad de lágrimas que en el mundo se derraman diariamente. La humanidad de hoy se debate en un gemido de dolor, en un llanto de angustia, y la pregunta surge inmediatamente: ¿Todos los que derraman lágrimas son bienaventurados? ¿Serán todos ellos consolados? No. Hay muchas causas por las que el mundo llora, pero no todas ellas son causas que merezcan el consuelo divino.

Las lágrimas se vierten, en general, ante el dolor. El dolor aumenta de día en día como una enorme bola de nieve que va rodando por nuestro universo.

Y hay personas que cargan a Dios la culpa de este dolor. Dicen que el dolor es una consecuencia del mal que existe en el mundo y que el mal procede de Dios. Esto no es verdad. De Dios procede el bien, el amor, la ternura, la bondad, todo aquello que embellece la vida humana.

Es verdad que el mal existe en el mundo, pero este mal lo tenemos entre nosotros porque hemos quebrantado las leyes de Dios.

No podemos culpar a Dios de que el hombre haya inventado armas para destruir a sus semejantes.

No podemos culpar a Dios de que los sentimientos negativos de los hombres provoquen las guerras con toda su secuela de calamidades y de lágrimas.

No podemos culpar a Dios de que la ambición humana conduzca al despojo del débil y a la opresión del desvalido. Hay dolores y lágrimas en la vida que son fabricados por el mismo hombre y no por Dios. Y estas lágrimas no son la clase de lágrimas que Dios consuela.

El llanto que el Señor consuela es el llanto de aquellas mujeres que como Ana, la madre de Samuel, van a la casa de Dios a derramar su corazón en ferviente y sincera oración al Todopoderoso.

El llanto que el Señor consuela es el de aquello hombres que, como el hijo pródigo, se levantan de la miseria espiritual y gritan desde lo más profundo de sus corazones: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti».

El llanto que el Señor consuela es el de aquellas personas que, al igual que el apóstol Pablo después de haber perseguido en vano la obra de Dios, caen de rodillas cautivados por la hermosura, por la compasión y por la infinita ternura que contemplan en el rostro de Cristo y exclaman: «Señor, ¿Qué quieres que haga?».

Si quieres que Dios consuele tu llanto, tienes que llorar con lágrimas de arrepentimiento, ir a Dios tal como eres, llorando por tus pecados y pidiéndole que te los perdone en el nombre de Cristo. Entonces Él te dirá: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación».

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