Perdón y reconciliación

Perdón es la fragancia que deja la violeta en la rueda de carro que la ha deshecho, dice Mark Twain.

    03 DE JUNIO DE 2020 · 11:00

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    Polifoto, Pixabay

    José es un tipo de Cristo. Los puntos de semejanza entre ambos son frecuentes.

    • José era amado de una forma muy particular por Jacob, su padre. Cristo era el amado del Padre. «Éste es mi Hijo amado», dijo desde el cielo el día de su bautismo (Mateo 3:17).
    • Ambos, José y Cristo, fueron traicionados por sus seres más íntimos, por sus hermanos, por los de su mismo pueblo.
    • Los dos fueron encumbrados tras haber pasado por sufrimientos duros: José, en el palacio de Faraón; Cristo, en las alturas celestiales, junto al trono del Padre.
    • Cuando José vuelve a ver a sus hermanos, pasados los años, llora con ellos y los besa con besos de perdón: «Besó a todos sus hermanos y lloró sobre ellos» (Génesis 45:15).

    Perdón es la fragancia que deja la violeta en la rueda de carro que la ha deshecho, dice Mark Twain.

    En la muerte de Cristo somos todos culpables. Pero de la Cruz no emana rencor, ni deseo de venganza, ni la merecida condenación. De la Cruz nos llega la fragancia del perdón.

    Los besos de Dios son besos de perdón, que tú, ahora, debes aceptar.

    Discutiendo estos temas, dos niños entablaron la siguiente y aleccionadora conversación:

    –Está bien, sé que necesito el perdón de Dios. Pero se lo pediré un día antes de morirme.

    –¿Y cómo podrás saber el día que vas a morir? fue la acertada respuesta.

    Tras el perdón viene la reconciliación. No puede haber reconciliación auténtica si antes no ha existido perdón verdadero. Dos personas distanciadas por las ofensas no pueden reconciliarse sin un perdón previo.

    El beso reconciliador más conocido en la Biblia es el que da el padre a su hijo pródigo, en la comentada parábola de Lucas 15. Cuando el padre descubre la presencia del hijo en la distancia, “fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20).

    De esa misericordia que quebrantó el corazón del padre brotó el más amplio e incondicional perdón para el hijo perdido. Luego vino el beso y el llanto, que ratificaban el perdón y abrían el camino a la reconciliación.

    Como si quisiera convertir en doctrina esta emocionante historia, Pablo dice que “siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5:10).

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Enfoque - Perdón y reconciliación

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