Edificándose y creciendo en amor

La Iglesia no es un cuerpo fosilizado, estático, como si fuera una momia encerrada en un sarcófago de oro.

11 DE MARZO DE 2020 · 08:00

Tim Marshall, Unsplash,manos unidas en un corazón
Tim Marshall, Unsplash

En este articulito parto de la doctrina sobre el crecimiento espiritual de la Iglesia que el apóstol Pablo establece en Colosenses 2:19: “Todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios”.

Veamos: ¿a qué cuerpo se refiere Pablo? Sin duda alguna, a la Iglesia, tal como lo enseña en Efesios 1:23: “lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia, la cual es su cuerpo”.

Segunda pregunta: ¿cuál es el crecimiento que Dios quiere ver en la Iglesia?

Segunda respuesta: crecimiento espiritual, crecimiento en el amor.

Digo: deja de leer aquí por unos segundos y lee Efesios 4:16, donde te dice San Pablo que todo el cuerpo, es decir, todos los miembros de la Iglesia, tú, yo, el predicador, los miembros del consejo, este que acomoda a quienes van entrando el domingo, aquél que sólo ocupa un lugar en el banco, sin más, todos los que nos consideramos cristianos, “según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”, según el texto citado de Efesios 4:16.

Hermana. Hermano. Enteraos: la Iglesia no es un cuerpo fosilizado, estático, como si fuera una momia encerrada en un sarcófago de oro. La Iglesia, sus miembros, deben crecer, desarrollarse, evolucionar para ampliar sus servicios en el seno de la congregación y a las almas de afuera, que viven congeladas de frio espiritual.

En Cristo cabeza-fuerza-Iglesia está el secreto para nuestro crecimiento en el amor. Cuanto más lo tengamos incorporado en nuestra vida, cuanto más lleno esté nuestro corazón de Cristo, más fácil será nuestro viaje hacia Dios.

La Palabra Santa nos dice que quienes hemos experimentado el amor de Dios debemos seguir creciendo en el conocimiento de ese amor. Crecimiento en amor supone crecimiento espiritual.

Sacar de la Biblia la miel de la espiritualidad que fortalezca nuestra vida cristiana, para que la proyectemos a otros miembros de la Iglesia. Hemos de aspirar a una espiritualidad literalmente interpretada, con un valor sustantivo y primordial.

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