Mi testimonio
Un día dijeron a mis padres que un señor sanaba a los enfermos y hacía milagros en nombre de Dios.
03 DE DICIEMBRE DE 2024 · 08:00

Hace muchos años, Señor, me llamaste. Era casi un niño, lo recuerdo muy bien. Vivíamos con mis padres en una casita del barrio llamado La Falda, en la ciudad de Bahía Blanca. Corría la década de los años sesenta que tantas transformaciones trajo al mundo.
Una vecina nuestra era una abuelita, llamada doña María Acuña, que tenía un carrito tirado por un caballo, con el cual hacía fletes y pequeñas mudanzas. Era también una simpatizante peronista.
Un buen día le dijo a mis padres que había un señor que sanaba a los enfermos y hacía milagros, pero aclaraba que los milagros los hacía en nombre de Dios. Y fue así que los invitó a presenciar una reunión.
Para mis padres, católicos, era algo nuevo. Debemos mencionar que en aquellos tiempos eran muy pocas los templos evangélicos y muchos más escasos los pentecostales.
Se trataba, de una filial de la Iglesia Evangélica Pentecostal Argentina y el pastor se llamaba Cándido José Cattáneo, que con el tiempo fue mi padre espiritual y mi mentor en los caminos del evangelio.
El templo quedaba casi afuera de la ciudad en aquel entonces y estaba recién fundado. Me recuerdo que estaba en una calle llamada Inglaterra.
Es así que al próximo domingo, en ese pintoresco carro con ruedas de neumático tirado por el noble caballito cruzaron la ciudad y llegaron a la Iglesia.
Mis padres, en especial mi madre, cuando regresaron a casa, quedaron vivamente impresionados e intercambiaban opiniones sobre lo ocurrido, que mi hermano y yo escuchábamos atentamente.
Les llamó mucho la atención al observar a algunos hermanos danzando y hablando en lenguas, pero no entendían nada. Y también les quedó gustando la música y los himnos que interpretaba el coro.
El que había realizado la campaña de apertura fue un hermano misionero venido de Chile llamado Colihuinca, que tenía el don de sanidad y muchos fueron sanados. Y mis padres escucharon esos testimonios.
Algo, seguramente, les había tocado su alma y el próximo domingo nos llevaron a nosotros y fuimos los cuatro, ya no en el carrito sino en el auto de mi padre.
Al entrar al templo lo primero que llamó mi atención es ver atrás del pulpito pintado a todo color en la pared un hermoso paisaje donde se apreciaba el mar, el cielo azul, las rocas y las arenas de la playa con el sol nacientes. Y una cita bíblica que me ha acompañado toda mi vida. Era un versículo (yo no lo sabía entonces) del profeta Miqueas que decía: “Nacerá el sol de justicia y en sus alas traerá salud”.
Luego nos gustaron mucho los coritos. Una hermana del coro nos había acercado un himnario. Para nosotros todo era nuevo y maravilloso: las trompetas, las guitarras, los redoblantes, las mandolinas y los violines y las manos de los hermanos marcando el compás.
Fui predicador por muchos años, participé en los movimientos ecuménicos de estudiantes universitarios donde conocí a grandes teólogos como René Padilla y Samuel Escobar que fueron mis grandes amigos.
Como escritor tengo 16 libros publicados y numerosos premios. El Señor me regaló ese talento de escribir y trato de enaltecerlo, porque en este oficio de la palabra encontré el propósito de mi vida.
Han pasado desde esos comienzos más de 65 años. Mis padres y mi hermano partieron con el Señor. Yo ya no vivo en Bahía Blanca sino en un pueblo hermoso de la Patagonia Argentina que se llama Valcheta. Conocí a Irma, mi esposa, en una reunión evangélica y tenemos cuatro hijos y nietos.
Con altibajos, ya jubilados, nos seguimos congregando hasta el día de hoy y, podemos afirmar que “el evangelio de Cristo nos ha hecho muy felices”.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - Mi testimonio