Los viejos himnos nunca mueren

De los coritos me agradaba y agradan todavía aquellos tomados de los Salmos como “¿De dónde vendrá mi socorro?”

    14 DE JULIO DE 2024 · 08:00

    Marius Masalar, Unsplash,partitura, música
    Marius Masalar, Unsplash

    Por esas cosas que tiene la vida estamos hechos los seres humanos de nostalgias y recuerdos. No es seguramente que “cualquier tiempo pasado haya sido mejor” pero las pequeñas cosas que cuando niños y adolescentes nos formaron han quedado inmarcesibles en un rincón del corazón.

    Mi conversión al evangelio de Jesucristo a edad muy temprana cuando supe asistir a la Iglesia Evangélica Pentecostal Argentina de la ciudad de Bahía Blanca dejó un puñado de recuerdos felices. Es que como dice un viejo himno “el evangelio de Cristo te puede hacer muy feliz”.

    Han pasado los años y hoy a los sesenta y nueve de mi edad todavía me emociono cuando en algún programa de un canal cristiano alguien canta un himno o corito de los llamados viejos o antiguos.

    Como las famosas magdalenas del escritor Marcel Proust, se despierta mi memoria y me retrotrae el viejo templo de la calle Inglaterra 837, cuando los hermanos del coro los entonaban.

    Asociado a los coritos vienen aquellos maravillosos himnarios que aún conservo como un tesoro, uno con el nombre de mi querida madre, y que sabíamos portar junto con la Biblia cuando en el colectivo asistíamos a las reuniones.

    Y no solo eso, sino que me transportan a las clases de la escuelita dominical con el inolvidable franelógrafo donde los héroes de las escrituras cobraban para nuestros ojos asombrados de niño vida propia.

    Y, junto a esos recuerdos me parece ver nítidamente un cuadro pintado en la pared detrás del púlpito por el hermano Pedro Sivaroli donde el sol asomaba con sus rayos entre las rocas del mar y una leyenda del profeta Malaquías decía “Nacerá el sol de justicia y en sus alas traerá salvación”. Hoy la realidad y el progreso se han llevado todo y uno se desengaña un poco porque como dice la canción “uno vuelve siempre a los sitios donde amó la vida y encuentra como están de ausentes las cosas queridas”.

    Pero las letras de aquellos viejos himnos de “Los Alvarado” o de “Los hermanos Ortiz” nos acompañan y nos seguirán acompañando para siempre, por más que hoy estén casi olvidados en los cultos donde la modernidad ha penetrado con nuevas costumbres y liturgias. Ni peores ni mejores, solamente distintas.

    El himno predilecto de mi madre y que siempre cantaba era “Ven alma que lloras, ven al Salvador”.

    De mi preferencia y de mi tiempo eran los siguientes: “Oh, qué amigo nos es Cristo”; “En tinieblas de maldad”; “Cariñoso Salvador”; “Firmes y adelante”; “Cuando allá se pase lista”; “En un monte lejano”; “En la cruz, en la cruz”; “En la puerta La Hermosa”; “En el cielo una morada”; “Escuchad el Santo Coro”; “En el pozo de Jacob”; “Un príncipe vino de noche a Jesús”; “Santa Biblia para mí”; “Pecador ven al dulce Jesús” y tantos otros.

    Poéticamente me han deslumbrado “Jerusalén, Jerusalén, la ciudad de los profetas y los reyes de Israel” y en especial “Tierra bendita y divina es la de Palestina donde nació Jesús”.

    Cada letra de esos himnos tenía un profundo contenido espiritual y nos transportaban al pasaje de las escrituras en que inspiraban sus autores. Y la música hermosa y bella.

    De los coritos me agradaba y agradan todavía aquellos tomados de los Salmos como “¿De dónde vendrá mi socorro?” que aprendí en las sierras de la provincia de Córdoba en un campamento estudiantil de la Asociación Bíblica Universitaria Argentina donde trabe amistad hasta el día de hoy con los teólogos Samuel Escobar y René Padilla, entre otros líderes.

    “Me llaman aleluya, aleluya soy”; “Estoy alegre”; “Juan vio el número de los salvados”; “Pasa por aquí Señor”; “Pon aceite en mi lámpara Señor”; “Me ha tocado” y algunos jocosos como ese del “murmurón”.

    Uno está hecho de recuerdos, eso es cierto. Y a veces me viene a la memoria uno hermoso que ya se canta muy poco que dice: “Que no sea como sal que está desvanecida, que sea pues mi vida la de un hijo fiel”.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - Los viejos himnos nunca mueren

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