Estrellas: de Patagonia al trono de Dios

Jacob en su sueño vio la escalera en la que seres celestiales ascendían al cielo, donde están las Pléyades y el Orión, obra grandiosa de la mano de Dios.

15 DE ENERO DE 2023 · 08:00

Greg  Rakozy, Unsplash,hombre mirando el cielo estrellado, universo galaxias
Greg Rakozy, Unsplash

Encuentro sosiego y paz al mirar la bóveda celeste tachonada de estrellas. El desnudo rielar de los astros transmite insondables misterios y milenarios mensajes.

La inmensidad del cielo patagónico sobrecoge e impresiona como una gigantesca copa invertida cuajada de pedrerías.

En esas noches, de escrutar durante horas el silencioso mundo estelar, es inevitable el formularse preguntas fundamentales sobre la vida, el infinito, nuestros orígenes, los distintos sistemas solares semejantes al nuestro, o la creación de este prodigioso universo que funciona con la precisión de un mecanismo de ajustada relojería.

Siempre me maravilla la diafanidad del cielo del Sur, que pareciera acercarnos más al Creador.

Y suelo identificar las constelaciones observando subyugado la lechosa luminosidad de la Vía Láctea, gigantesco corredor del Universo, y nuestra querida Cruz del Sur, que soñara el Dante, muchos años antes que América tuviera nombre, y las familiares Tres Marías, tan caras al hombre patagónico, pues muchas veces son su brújula y guía.

A veces, alguna estrella errante parece hundir su raudo resplandor en los campos cercanos, dejándome ver por un instante sobrecogido y caviloso.

Y mi recuerdo es para la estrella que un día ya lejano se posara sobre el humilde pesebre en que nación Nuestro Señor.

Imposible no recordar, mirando las estrellas, lo escrito por el profeta Isaías, de que el “cielo es el trono de Dios y la tierra el estrado de sus pies”.

¿Qué atracción maravillosa ejercen los astros sobre los hombres? ¿Qué lección nos enseñan noche tras noche con su mudo mirar, sino la de nuestra pequeñez e insignificancia?

En tiempo de invierno, es aún más claro el cielo de Valcheta, mi pueblo, tremolando con infinitas constelaciones y a través de él es como si se adivinara la grandiosa mano de Dios.

En mis frecuentes viajes por estas tierras australes, suelo entretener mis horas nocturnas observando el firmamento y las estrellas, largas compañeras de mi caminar. A veces, de madrugada queda solitario el Lucero y ¿Cómo no recordar a Aquél señalado como la “Estrella Resplandeciente de la Mañana”?

Aún los astrónomos se impresionan por la vastedad de las dimensiones de nuestro universo, por el misterio de los cuásares, con más energía que muchos soles, o por los agujeros negros, monstruos equilibradores del espacio sideral, o por el brillo magnifico de Sirio o Aldebarán. Y son aún impotentes para aportar respuestas a tantos interrogantes, que como enigmas brillantes parecieran mirarnos todas las noches.

Ignoran que allí, en los principios del Génesis, están las respuestas a todos los misterios insondables.

Copérnico, el gran Copérnico, decía que el sol, generoso dispensador de la luz y el calor, debería residir en el medio del bellísimo templo creado por Dios.

Y las palabras del genial astrónomo Kepler, en su obra “La armonía del mundo”, son por demás elocuentes: “Te doy las gracias, oh Dios Creador, porque me has dado la gracia de ver lo que has hecho, regocijándome en la obra de tus manos. He terminado este trabajo, al que fui llamado. Pues en él toda la fuerza del espíritu que Tú me has dado. Pude descubrir la grandiosidad de tu obra a los hombres que leerán estas páginas, en lo que mi mente ha podido comprender de tu reino infinito”.

Fue maravilloso el privilegio concedido a Jacob en su sueño en medio del campo, de mirar la escalera en la que seres celestiales ascendían al cielo, ese cielo donde están las Pléyades y el Orión, obra grandiosa hecha por la mano de Dios. Y no de otra manera.

Él es el creador del cielo y de la tierra, como dijo Jacob: “¿Podrás tu atar los lazos de las Pléyades, o desatarás las ligaduras del Orión”? ¿Sacarás tú a tú tiempo las constelaciones de los cielos, o guiarás a la Osa mayor con sus hijos?  ¿Supiste tú las ordenanzas de los cielos? ¿Dispondrás tú de su potestad en la tierra? Ciertamente que no. El hombre nada puede ante tanta grandiosidad.

Por eso, el mismo Job agrega: “Él manda al sol, y no sale; y sella las estrellas; Él solo extendió los cielos, y anda sobre las olas del mar, Él hizo la Osa, el Orión y las Pléyades y los lugares secretos del Sur”.

Maravillosa observación del sufrido Job. ¿Estos “lugares secretos del Sur” en los cielos, pueden ser acaso esos agujeros negros que tanto preocupan nuestros astrofísicos por su gran concentración de energía, tanta que parecen sentar el equilibrio del universo?

Por eso cada noche, cuando levanto mi vista hacia el firmamento brillante de estrellas, unos versos del rey poeta David se repiten incesantemente en mi interior: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos”.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - Estrellas: de Patagonia al trono de Dios