La libertad de no tener que caer bien

No se puede tener el aplauso todo el mundo; y que eso no nos afecte es un aprendizaje fundamental que dura toda la vida.

El País · 08 DE ABRIL DE 2019 · 09:00

Guilherme Stecanella, Unsplash,chica ciudad, joven calle
Guilherme Stecanella, Unsplash

Uno de los libros más populares en Japón los últimos años recoge las conversaciones entre un joven insatisfecho y un filósofo que le enseña, entre otras cuestiones, el arte de no tener que agradar a los demás. En España se ha publicado como Atrévete a no gustar (Planeta de Libros).

Ichiro Kishimi articula el diálogo con el joven Fumitake Koga sobre cómo emanciparse de la opinión ajena sin sentirse por ello un marginado.

El debate que mantienen a lo largo de las más de 260 páginas del libro parte de esta idea central: todos los problemas tienen que ver con las relaciones interpersonales. En palabras del psiquiatra Adler, “si uno quiere liberarse de sus problemas, lo único que puede hacer es vivir solo en el universo”. Dado que eso es imposible, al relacionarnos con los demás sufrimos por alguna de estas razones:

  • Experimentamos un complejo de inferioridad respecto a quienes han “conseguido más” que nosotros.
  • Nos sentimos injustamente tratados por personas a las que amamos o ayudamos y no nos corresponden como esperamos.
  • Intentamos desesperadamente complacer a los demás para obtener su aprobación.

Este último punto se ha convertido en una adicción generalizada. Podemos verlo claramente en las redes sociales, donde colgamos posts buscando la aprobación de los demás en forma de likes y comentarios.

Cuando una foto o una reflexión importante para nosotros obtienen poco feedback, podemos llegar a sentirnos ignorados. También en las relaciones analógicas, muchos problemas interpersonales tienen el mismo origen: no obtenemos del otro lo que creemos merecer.

El hecho de que no nos agradezcan suficientemente ­algún detalle que hemos tenido, por ejemplo, puede desatar el resentimiento y enfriar una amistad.

 

Reconocimiento y agradecimiento

Bajo este deseo de toma y daca hay un ansia de reconocimiento. Si el otro me da las gracias, si aprecia mi trabajo, si corresponde a mi favor con un acto amable, entonces me sentiré reconocido.

Si eso no sucede, lo interpreto como si yo no hubiera hecho nada, como si no existiera para el otro. Esta visión es un poderoso generador de problemas, ya que las relaciones nunca son totalmente simétricas.

Hay personas que disfrutan dando y otras que transmiten la impresión, aunque no sea cierta, de que no quieren recibir nada. Eso provoca muchos malentendidos, sumado al hecho de que cada individuo tiene una forma distinta de expresar su amor y gratitud.

Hay personas que verbalizan de manera inmediata y directa lo que sienten por nosotros, y otras que nos aprecian igualmente, pero tienen menos facilidad para expresar amor, o bien lo hacen de forma diferida, cuando encuentran el momento y lugar adecuados.

Todas las opciones son correctas, siempre que nos liberemos de la ansiedad de hallar una compensación inmediata y equitativa, como en un comercio en el que hay que cobrar de inmediato lo que se entrega.

Tal como afirma el maestro Ichiro Kishimi, “cuando una relación interpersonal se cimienta en la recompensa, hay una sensación interna que afirma que ‘te he dado esto, así que tú tienes que devolverme esto otro”, lo cual es una fuente inagotable de conflictos.

Porque, más allá de las diferentes maneras de expresar afecto, nos encontraremos con personas que directamente no nos entienden o incluso no nos aprecian. Hacer de eso un drama convertirá nuestro día a día en un campo abonado para los disgustos.

La verdadera libertad incluye que no nos importe caer mal a algunas personas porque estadísticamente es un hecho que no podemos gustar a todo el mundo. Dejar de preocuparnos por lo que los demás piensen de uno, especialmente los que no nos entienden, es el camino a la serenidad.

“Cuando deseamos tan intensamente que nos reconozcan, vivimos para satisfacer las expectativas de otros”, explica Ichiro Kishimi, con lo cual ya no somos libres. Dejar de exigir contrapartidas y permitirnos vivir a nuestra manera, otorgándonos incluso el derecho de caer mal, nos procurará libertad, paz mental y, al final, mejores relaciones con los demás.

 

Dios como referencia

Como colofón final, y para quien crea que existe un Dios de gracia y justicia, sería importante añadir un aspecto más: no se trata sólo de que no nos afecte lo que los demás piensen de nosotros, sino que nuestra referencia debe ser qué le importa a Dios. Porque sin Dios, el que los demás no sean nuestra referencia nos deja el gran vacío y angustia de ser nosotros mismos la única referencia posible.

En este caso, podremos decir que la verdadera libertad reside en lograr ser feliz prescindiendo de la aprobación de los demás y descansando en la aprobación del amor de Dios.

Son las palabras de Pablo de Tarso en 1 Corintios 4:3-5: "Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aún yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor."

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