Dios, prosperidad y riqueza

La prosperidad espiritual es pauta y referente para la verdadera prosperidad en la Biblia. Todo lo demás gira a su alrededor y depende de ella.  

27 DE JULIO DE 2025 · 08:00

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Scotts Dale, Unsplash

Biblia, prosperidad y fe (2)

Existe un segmento de la cristiandad que suscribe y predica ꟷpor lo menos sobre el papelꟷ una teología de la pobreza bajo la equivocada creencia de que el dinero como tal es condenado por Dios. Que es la raíz de todos los males, el estiércol del diablo, tal vez a causa de ligeras y equivocadas interpretaciones de versículos bíblicos sacados de contexto. Pero analizado el tema con detenimiento, salta a la vista que en el Antiguo Testamento la prosperidad material era considerada como una señal de la bendición de Dios.

Y aquí surge entonces otra interpretación equivocada y alterna de este asunto. Un amplio segmento de la iglesia ubicado en el extremo contrario del espectro se apoya en esto para sostener la “teología de la prosperidad” en cuestión, que afirma que es un derecho del cristiano poseer abundantes bienes de fortuna, presuntamente como consecuencia inevitable de la bendición de Dios sobre su vida.

Pero el problema es que aquí se está limitando el concepto bíblico de prosperidad únicamente a su componente material, que no es el principal de sus componentes desde la perspectiva bíblica, siendo tal vez el menos importante si nos atenemos a la oración del apóstol: “Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3 Juan 2).

La prosperidad espiritual es, pues, la pauta y el referente para la verdadera prosperidad en la Biblia. Todo lo demás gira alrededor de ella y depende de ella.  

Por eso, el no contar con bienes de fortuna no indica necesariamente desaprobación de parte de Dios ꟷcomo lo sostiene de forma implícita o explícita la teología de la prosperidadꟷ pues hay otros bienes espirituales intangibles e inapreciables que constituyen esos: “… tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar” (Mateo 6:20) de los que habló el Señor en el Sermón del Monte.

Alguien dijo con gran acierto que no debemos medir nuestras riquezas por el dinero que poseemos, sino más bien por las cosas que poseemos que jamás cambiaríamos por dinero. Esto explica las paradójicas declaraciones del libro de los Proverbios, donde leemos: “Hay quien pretende ser rico, y no tiene nada; hay quien parece ser pobre, y todo lo tiene” (Proverbios 13:7), que ratifican lo dicho y que nos permiten también comprender cabalmente el sentido de lo hecho por Cristo a nuestro favor: “Ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2 Corintios 8:9).

Después de todo la riqueza material puede tornarse muy incierta, como lo dijo Thomas Fuller: “La riqueza se consigue con dolor, se conserva con preocupación y se pierde con pesadumbre”. 

Y si bien la Biblia no condena las riquezas por sí mismas, sino que en un significativo número de casos las considera expresamente una bendición de Dios; al mismo tiempo nos advierte sobre los peligros a los que nos expone la ambición, la avaricia y la codicia“Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción. Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores” (1 Timoteo 6:9-10).

Billy Graham decía con escueta precisión que el dinero es muy bueno como siervo, pero muy malo como amo. Porque el asunto es que el Señor Jesucristo no nos pide necesariamente que nos despojemos de los bienes materiales para seguirlo. Lo que él nos pide es que nos despojemos del amor y el apego a los bienes materiales. Porque no podemos servir a dos señores. No podemos servir a Dios y a las riquezas, aludidas por Cristo en el evangelio apelando en el griego original a la palabra mammón, la personificación de la riqueza y la codicia.

De hecho, la Biblia afirma expresamente que la avaricia es idolatría. Es el becerro de oro erigido en el corazón de la persona, desplazando a Dios de este lugar. A pesar de todo, Dios no condena el dinero por sí mismo. Lo único que Él quiere es que nuestras prioridades estén en orden al respecto.

Él quiere que seamos y no propiamente que tengamos. Que busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia, con la garantía divina de que si lo hacemos así, todos los bienes materiales necesarios para nuestra vida terrenal nos serán añadidos, en algunos casos inclusive de manera abundante y con solvencia, para que los disfrutemos, pero también para que los compartamos con los que no tienen: “A los ricos de este mundo, mándales que no sean arrogantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos. Mándales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos, dispuestos a compartir lo que tienen” (1 Timoteo 6:17-18), recordándonos solemnemente que “… aunque se multipliquen sus riquezas, no pongan el corazón en ellas” (Salmo 62:10), sino que más bien atesoremos en el cielo, que es más seguro, conveniente y benéfico.

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Artículos anteriores de esta serie sobre Biblia, prosperidad y fe

1.- El ‘síndrome de Pedro’

2.- Dios, prosperidad y riqueza

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Dios, prosperidad y riqueza