La vergüenza, termómetro del corazón
La imposibilidad de avergonzarse puede ser una inquietante señal de un endurecimiento irreversible en la persona.
16 DE FEBRERO DE 2025 · 08:00

Lo positivo de la vergüenza (1)
Ser avergonzado no es una experiencia grata. Pero con todo y ello, puede llegar a ser, providencialmente, una experiencia provechosa. Porque el simple hecho de que podamos llegar a ser avergonzados implica que aún podemos sentir vergüenza y que, por lo tanto, aún hay esperanza para nosotros.
Por el contrario, la imposibilidad de avergonzarse puede ser ya en sí misma una inquietante señal de un endurecimiento irreversible en la persona. El apóstol Pablo se refiere a esta condición como el colmo al que alguien puede llegar: “Han perdido toda vergüenza, se han entregado a la inmoralidad, y no se sacian de cometer toda clase de actos indecentes… Su destino es la destrucción, adoran al dios de sus propios deseos y se enorgullecen de lo que es su vergüenza. Sólo piensan en lo terrenal.” (Efesios 4:19; Filipenses 3:19).
Así, pues, la vergüenza generada en nuestros primeros padres por la toma de conciencia de su desnudez es, después de todo, un buen síntoma que señala a la enfermedad universal del pecado, que Cristo vino a resolver: “En ese tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza… En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera. Cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera. Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo: –¿Dónde estás? El hombre contestó: –Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí” (Génesis 2:15; 3:7-10).
De hecho, el salmista pedía que el juicio de Dios sobre los impíos que reniegan de Él y maquinan contra Su pueblo se manifestara mediante la vergüenza y la confusión: “Todos mis enemigos quedarán avergonzados y confundidos; ¡su repentina vergüenza los hará retroceder!” (Salmo 6:10).
La vergüenza tiene, pues, el potencial de conducir a quien la padece a abandonar su incredulidad. De hecho, uno de los propósitos que la iglesia está llamada a cumplir, es avergonzar a los sabios y poderosos del mundo por si quizá esta vergüenza pueda conducirlos también a ellos a la fe.
Así lo declara de nuevo el apóstol: “Pero Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es” (1 Corintios 1:27-28).
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - La vergüenza, termómetro del corazón