‘Es indeciso e inconstante en lo que hace’

En el mundo moderno muchos han llegado a creer que rutina significa monotonía y aburrimiento.

Quienes tienen, entonces, los recursos para hacerlo así ꟷque siguen siendo, además, una minoría privilegiadaꟷ rehúyen al máximo las rutinas cotidianas y comunes de cualquier tipo.

Este grupo de personas se embarca en la búsqueda constante de nuevas experiencias, ya sea viajando y conociendo otros países y culturas, comprando y consumiendo compulsivamente, o experimentando sensaciones diferentes; sea través de deportes o de experiencias extremas o de otro tipo similar.

Y llegan al punto de que estos propósitos dominan sus vidas, como adictos a la adrenalina que siempre están buscando más y más, porque lo que ya han experimentado al respecto no logra seguir llenando sus expectativas.

Esto ocurre también entre los creyentes, haciendo de la virtud cristiana del contentamiento algo ajeno y extraño a sus vidas.

Pero olvidan o desconocen que las rutinas comunes disciplinadamente cultivadas en la vida de las personas, por pesadas y repetitivas que puedan sentirse por momentos -y por infructuosas que puedan parecer- también moldean constructivamente nuestras personalidades.

Nos brindan destrezas y habilidades que no podríamos alcanzar de otro modo, conduciéndonos a más altos niveles de productividad y eficiencia en lo que hacemos. Y añaden a nuestro carácter paciencia, constancia y perseverancia.

Por lo cual a quienes desdeñan esas rutinas comunes, presuntamente por ser monótonas y aburridas, se les aplica muy bien lo siguiente:

Quien es así no piense que va a recibir cosa alguna del Señor; es indeciso e inconstante en todo lo que hace (Santiago 1:7-8)

Quienes rechazan las rutinas por aburridas sólo tratan de excusar su inconstancia crónica, que al final siempre les cuesta cara.