Voluntad de Dios, libre albedrío y sufrimiento
Si bien no todo sucede ‘por’ la expresa voluntad de Dios, nada sucede ‘sin’ su voluntad.
18 DE FEBRERO DE 2024 · 08:00

La voluntad de Dios (2)
Finalizamos el artículo anterior afirmando que la Biblia nos revela que Dios es sabio; y que en su sabiduría Él creó un mundo bueno (Génesis 1:31) en el que, no obstante, el mal sería siempre una posibilidad real, por cuenta de una de las bondades que forman parte de este mundo bueno: el libre albedrío de hombres y ángeles.
El libre albedrío requiere que todo lo bueno pueda mejorarse o pervertirse al ser mal utilizado. Y cuando decimos que algún mal o sufrimiento “es la voluntad de Dios”, lo único que debemos entender por ello es, en primer lugar, que el mal en cuestión ocurrió debido a que fue la voluntad de Dios crear un mundo en el que ese particular mal fuera posible, y no que él determinara su ocurrencia específica con algún secreto propósito.
Y, en segundo lugar, si bien no todo sucede, pues, por la expresa voluntad de Dios, al mismo tiempo podemos decir que, sin embargo, nada sucede sin su voluntad, no sólo en el sentido ya mencionado de que fue Su voluntad crear un mundo en el que el mal fuera posible, sino que Él permite, pero no determina, ni mucho menos se complace, en la ocurrencia de muchos de los males que tienen lugar en el mundo.
El mal y el sufrimiento no es, entonces, la voluntad de Dios, sino el resultado de la voluntad de los agentes libres por Él creados, sean ángeles u hombres indistintamente.
Y él siempre deplora y lamenta cuando alguno de estos agentes libres decide hacer el mal. Pero si ha de respetar las reglas del juego que Él mismo estableció al crear un mundo tan bueno, en el que no sólo el mal es posible, sino que el bien mismo puede incrementarse a voluntad; no puede estar impidiendo que el mal suceda cada vez que amenaza con suceder, pues en ese caso el libre albedrío no sería más que una farsa y Él terminaría convertido en un tirano que impone su voluntad en todas sus criaturas por la fuerza.
Y, definitivamente, nadie confiaría en un Dios con estas características, pues tendríamos que someternos a Él, ya que no tendríamos otra opción.
Es más, aunque no podamos entender por qué Dios permite que sucedan algunos males (pues podemos estar seguros de que ha refrenado o impedido muchos más de los que ha permitido), podemos estar seguros de que Él no es impasible ante nuestros sufrimientos, sino que ha estado siempre dispuesto a solidarizarse con nosotros en medio de ellos y a manifestarnos su empatía al punto de la compasión, que etimológicamente no significa más que “sufrir con” alguien. La cruz está siempre allí para demostrárnoslo y recordárnoslo, pues en ella encontramos las más elevadas alturas del sufrimiento injusto e inmerecido, que Dios en este caso sí determinó y no tan sólo lo permitió, sufriendo por partida doble, como Padre que ve morir a su Hijo amado y, pudiendo y deseando evitarlo, decide de todos modos permitirlo por un bien mayor, y como Hijo que padece en la pasión y muerte en la cruz el sufrimiento más intenso e inmerecido que hombre alguno haya podido padecer en la historia.
Así, pues, descontando las más bien excepcionales ocasiones ꟷcomparativamente hablandoꟷ relacionadas con el castigo sobre los pecadores contumaces o la dosificada disciplina sobre los suyos, Dios nunca determina el mal, sino a lo sumo lo permite con tanto o mayor dolor que quien lo padece, refrenándolo de seguro con calculada medida, pero no impidiéndolo del todo en estos casos porque en su sabiduría sabe que puede sacar de ese mal un bien mayor, no sólo para quien ha sido víctima de él, sino para muchos más.
Ese es el auténtico sentido del conocido pasaje bíblico que dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Con todo lo anterior en mente, se comprende mejor lo dicho por Martín Luther King al declarar: “El mal porta consigo la semilla de su propia destrucción. A la larga, el bien derrotado es más fuerte que el mal triunfante”.
O también Charles A. Beard al decir: “Los molinos de Dios muelen lentamente, pero muelen extraordinariamente fino”. Y también es con base en todo esto que se acuñó la conocida frase que dice: “Dios escribe derecho en renglones torcidos”.
En síntesis, Dios aborrece el mal y no es su autor, pero por lo pronto lo vence no eliminándolo, sino disponiéndolo sabia y estratégicamente para el bien de los suyos. Algo que deberíamos considerar cada vez que estemos tentados a atribuir un suceso, sin mayores matices, a la voluntad de Dios.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Voluntad de Dios, libre albedrío y sufrimiento