Dos falsas hipótesis de la teología liberal
La hipótesis documentaria y el hipotético “Documento Q”.
28 DE MAYO DE 2023 · 08:00

¿Es la Biblia un mito más? (5)
Decíamos que las dos conclusiones más conocidas producto del ejercicio de la alta crítica por parte de los teólogos liberales son la hipótesis documentaria del alemán Julius Wellhausen, en el Antiguo Testamento, relativa a las fuentes utilizadas, la fecha de composición y la autoría del Pentateuco o el conjunto de los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; conocidos entre los judíos como “La Torah”; y en segundo lugar, el llamado “Documento Q” en el Nuevo Testamento en relación con la composición de los evangelios, que se encuentra en la base de lo que se conoce como “el problema sinóptico” por involucrar, a su vez, los llamados “evangelios sinópticos” que son: Mateo, Marcos y Lucas, problema resumido así por la Biblia de Estudio Baker: “expresión utilizada para explicar cómo Mateo, Marcos y Lucas coinciden y discrepan en tres áreas principales: contenido, redacción y orden”. Analicemos, entonces, la manera en que la alta crítica formula ambas teorías para tratar de entender un poco su metodología y comprender de paso las justificadas prevenciones que tenemos contra ella.
La hipótesis documentaria
Comencemos por la hipótesis documentaria. Ésta hipótesis, basada en consideraciones casi exclusivamente literarias y que no dejan de sonar algo arbitrarias y pretenciosas ꟷque no vamos a relacionar aquí para no hacer demasiado extensa esta conferenciaꟷ, desestimó por completo la tradicional autoría mosaica (es decir, atribuida a Moisés) del Pentateuco o los cinco primeros libros de la Biblia, tal como ha sido sostenida históricamente por judíos y cristianos por igual, afirmada de muchas maneras explícitas en cuatro de estos cinco libros (con excepción del Génesis, que no lo menciona), que sostienen su autoría para numerosas porciones específicas de ellos, autoría aludida y afirmada también de forma implícita por prácticamente todo el resto de libros del Antiguo y del Nuevo Testamento por igual. En su lugar propuso cuatro fuentes diferentes que entrarían en su composición, identificadas cada una con una letra: J (la fuente Yahvista), E (la fuente Eloista), D (la fuente Deuteronomista) y P (la fuente Sacerdotal, de ‘priest’ en inglés), la más antigua de las cuales sería del siglo X antes de Cristo, más de dos siglos después de la muerte de Moisés.
En realidad, la alta crítica ha formulado en los últimos dos siglos muchas teorías diferentes que desestiman por igual y casi por completo la autoría de Moisés para el Pentateuco, proponiendo en su lugar una gama de fuentes literarias diferentes, con sus propios redactores e intereses de grupo, todas ellas datadas con gran posterioridad a Moisés y sin ninguna relación aparente con él, combinadas supuestamente de manera artificial y forzada para darle la forma final que conocemos. Entre todas éstas, la hipótesis documentaria de Wellhausen fue tan sólo la que llegó a tener más acogida entre los eruditos de la alta crítica, logrando una suerte de consenso entre ellos durante casi un siglo, hasta la década de los 60-70 en el siglo XX, en que los nuevos descubrimientos llevados a cabo por las ciencias bíblicas la dejaron cada vez más obsoleta y sin vigencia.
De hecho, al hacer un recuento panorámico de todas estas teorías tan variadas y su situación actual, Agustín Giménez González nos dice: “Hay cierto cansancio de tanta hipótesis indemostrable, subjetiva y estéril, y cierto desinterés por el proceso histórico de composición de los textos. Se ve la necesidad de… [buscar] más la teología del texto final que la de las fuentes. Se concibe el Pentateuco como una identidad compleja y viva, con todos sus componentes intrínsecamente unidos, y se rechaza la clasificación y despedazamiento de frases y palabras en tradiciones diversas. Hay más interés por recuperar el proceso de formación total del texto hasta su forma final madura, y encontrar el sentido de su unidad armónica”. Asimismo, la Biblia de Estudio Arqueológica concluye al respecto: “Actualmente, muchos eruditos han abandonado la Hipótesis Documental y concuerdan en que está basada en una comprensión deficiente de la literatura del Antiguo Cercano Oriente y que su contribución no es nada provechosa para nuestra comprensión del Pentateuco”.
La Biblia de Estudio Baker también se pronuncia de este modo sobre el particular: “… la falta de acuerdo entre los eruditos acerca de la datación y las características de las fuentes y el auge de otros enfoques literarios del texto tiene a muchos eruditos conservadores y liberales poniendo en cuestionamiento la precisión e incluso los beneficios interpretativos de las hipótesis de las fuentes [entre las que sobresale la hipótesis documentaria]. Además, si las observaciones literarias utilizadas para distinguir las fuentes pueden explicarse de otro modo, entonces la hipótesis documentaria se ve considerablemente debilitada”. Y es que, efectivamente, pueden explicarse de otro modo: el modo tradicional que asigna a Moisés un papel determinante, aunque no definitivo, en su redacción, composición y forma final.
Daniel J. Block recoge de manera muy comprensible los nuevos hallazgos de la lingüística, la antropología y la arqueología bíblicas que refuerzan la autoría esencial de Moisés en la redacción del Pentateuco. Dice él: “Las pruebas internas indican que Moisés guardaba un registro de las experiencias de Israel en el desierto… Además, muchas declaraciones del AT le atribuyen el Pentateuco a Moisés… y el Nuevo Testamento lo vincula íntimamente con la Torá”. En contra de la datación tardía de las fuentes hecha por la Hipótesis Documentaria, nos informa: “Varios aspectos adicionales del texto indican una fecha de composición más temprana: (1) Los nombres de los patriarcas y muchas de sus actividades tiene más sentido en un entorno correspondiente al segundo milenio a. C.; (2) Las narraciones indican un profundo conocimiento de Egipto; (3) las palabras tomadas del idioma egipcio aparecen con más frecuencia en el Pentateuco que en cualquier otro lugar del AT; (4) el nombre Moisés sugiere un contexto histórico egipcio; (5) el panorama general de la narrativa es ajeno a Canaán; (6) las divisiones del año son egipcias; la flora y la fauna son egipcias y sinaíticas; (7) en algunos casos, la geografía refleja una perspectiva extranjera [como la que tendría un egipcio de la tierra de Canaán]… (8) arcaísmos en el lenguaje”.
Ahora bien, la atribución de su autoría fundamental a Moisés no excluye la labor de un editor o editores posteriores que le dieron su forma final, como lo reconocen y declaran sin dificultad los eruditos conservadores. La Biblia de Estudio Baker lo plantea así, de manera muy plausible: “Que Moisés es responsable de al menos partes del Pentateuco lo sugieren las referencias a su explícita actividad literaria reflejada en la propia narración… cuando no se halla también implícita en diversas fórmulas literarias como ‘el Señor habló a Moisés’… La autoría mosaica recibe apoyo de los libros históricos, que utilizan términos como ‘el libro de la ley de Moisés’ en diversas formas y referencias en la historia preexílica… así como en la historia postexílica… Las mismas expresiones son utilizadas por los autores del NT… que incluso se refieren al Pentateuco simplemente con el nombre de ‘Moisés’… Aun con estos ejemplos, en ninguna parte del texto se dice explícitamente que Moisés sea el responsable de toda la compilación del Pentateuco o que lo escribiera de su puño y letra. Más bien, varios factores apuntan a una mano posterior: Se menciona la muerte y el entierro de Moisés… se habla de la conquista de Canaán como algo pasado y hay indicios de que nombres de personas y lugares fueron actualizados y explicados para las generaciones posteriores… Basándose en estos factores, es razonable creer que el Pentateuco sufrió alteraciones editoriales a medida que se conservaba en la vida judía y tomó su forma definitiva después de la muerte de Moisés”.
Por último y de manera concluyente Daniel J. Block sostiene: “Solo podemos especular en cuanto al momento preciso en que el Pentateuco adquirió su forma actual (Deuteronomio sugiere una fecha posterior a la muerte de Moisés), pero es probable que, cuando David organizó el sistema de adoración en el templo, el contenido de la Torá ya estuviera establecido”. Y esto es un tiempo muy anterior al que la Hipótesis Documentaria defiende y, por lo mismo, mucho más cercano a Moisés.
Como vemos, esta Hipótesis Documentaria que muchos teólogos liberales y eruditos de la alta crítica defendieron con dogmatismo, no ha pasado de ser una hipótesis más bien peregrina que poco o nada ha aportado a la comprensión de la formación final del Pentateuco tal y como lo tenemos hoy en nuestras Biblias actuales y que sí socavó durante un tiempo de forma gratuita la credibilidad y confiabilidad de las Escrituras para quienes le dieron crédito, como lo sigue haciendo en general con la autoría tradicional y las fechas de composición de prácticamente todos los libros de la Biblia.
El hipotético “Documento Q”
Por cuestión de espacio, no podemos dejar expuesta la segunda cuestionable metodología, demasiado escéptica y con compromisos ideológicos previos no declarados, pero debemos tratar al menos el hipotético “Documento Q” en relación con la composición de los evangelios.
Esta hipótesis plantea, en contra del testimonio histórico de la iglesia en el sentido de que Mateo fue el primer evangelio en ser escrito, que el primero fue en realidad el de Marcos, que es el más corto, y del que Mateo y Lucas tomarían material común para sus propios evangelios, reelaborándolo y reordenándolo conforme a sus propios intereses en relación con sus particulares destinatarios originales, lo que explicaría las similitudes entre ellos y también sus diferencias en relación con la versión más escueta de estos mismos hechos llevada a cabo por Marcos. Y para explicar el material de Mateo y Lucas que no se encuentra en Marcos, postularían una fuente o documento hipotético llamado “Q” (de la palabra alemana Quelle, que significa “fuente”), del cual ambos también habrían tomado el resto del material común que se encuentra en ellos, pero no en Marcos.
En realidad, esta hipótesis es plausible y no obra en principio en contra de la confiabilidad de los evangelios en su conjunto, como sí lo hacía la hipótesis documentaria. Sin embargo, llama aquí la atención la manera en que minimiza, pasa por alto y descarta sin suficiente fundamento el carácter explicativo de otras hipótesis que podrían honrar la prioridad que Mateo tendría, dando así mayor credibilidad al testimonio histórico de la iglesia a favor de esto último. Y también menoscaba el valor que cada evangelio tendría como fuente independiente de los mismos hechos, de los que cada uno de ellos daría un testimonio de primera mano, mediado por el papel que la tradición oral ha desempeñado desde tiempos ancestrales en las sociedades del medio oriente como la cultura semita, de la que el judaísmo es tal vez su más representativa expresión.
De hecho Lucas, el único de los evangelistas que no fue testigo directo de los hechos narrados, nos informa en el prólogo de su evangelio (Lucas 1:1-4 y también en el del libro de los Hechos que se le atribuye: Hechos 1:1-3) que, para compensar esta limitación, él emprendió una investigación metódica entre los testigos presenciales de los hechos narrados, investigación que suena muy pobre si se limitó simplemente a citar y combinar dos fuentes documentales distintas que ya se hallaban en circulación, como serían el hipotético “documento Q” y el evangelio de Marcos. Porque si bien Lucas le concede la debida importancia al testimonio apostólico, también da a entender que emprendió una esmerada investigación por su cuenta, tal vez comisionado por el apóstol Pablo con quien estuvo íntimamente relacionado y quien tampoco fue testigo directo de los hechos, apoyado en su formación como médico familiarizado con las técnicas investigativas y también en las que eran propias de los fariseos e intérpretes de la ley de los que Pablo formaba parte.
No se trata de negar, pues, las conexiones evidentes entre Mateo, Marcos y Lucas, sino en no circunscribirlas rígidamente a esta hipótesis. Como lo dice J. M. Martín Moreno: “El mayor argumento contra la existencia real de Q es su carácter hipotético y reconstructivo. Muchos investigadores prefieren agotar las posibilidades de explicación del problema sinóptico a través de contactos literarios mutuos entre los textos que de hecho poseemos, antes de recurrir a un documento hipotético. En la medida en que se puedan explicar los datos mediante una dependencia directa de Lucas respecto a Mateo [honrando en este caso la prioridad histórica que la iglesia le ha atribuido al evangelio de Mateo], la hipótesis de Q es innecesaria”. Es tanto así que adoptar la hipótesis del “documento Q” de manera dogmática, como la dan por sentada hoy muchos eruditos de la alta crítica ꟷde manera muy similar a como sucedió con la “Hipótesis Documentaria”ꟷ, genera a veces más problemas y preguntas sin respuesta de las que resuelve. Además, la importancia y exactitud en la transmisión de los hechos mediante la tradición recogida de manera oral antes de ser puesta por escrito entre los judíos, es menospreciada por esta hipótesis que afirma la existencia escrita del “documento Q”, negando así la posibilidad de que tanto Mateo, como Marcos y Lucas le deban más a las tradiciones orales que convergen entre sí de lo que están dispuestos a reconocer.
En este sentido, la Biblia de Estudio Arqueológica nos dice: “Las historias de la vida y del ministerio de Jesús circularon extensamente durante el primer siglo, formando un cuerpo de tradición oral. Sin duda, todos los evangelistas se inspiraron en esta corriente común de tradición al escribir sus evangelios…” concediendo al mismo tiempo que: “… Aunque el papel de la tradición oral común no debería ser subestimado, parece probable que los evangelios sinópticos comparten algún tipo de relación literaria y los posteriores autores de los evangelios usaron una o más de las escrituras tempranas como una fuente para sus obras”, bajándole el tono y matizando así el poder explicativo de la hipótesis del “documento Q” y abriéndose a otras posibles relaciones diferentes entre los sinópticos que den mejor cuenta de su complejidad en lo que tiene que ver con similitudes, diferencias y material original de cada uno de ellos.
El carácter altamente especulativo de esta hipótesis puede apreciarse en el hecho de que sus proponentes no sólo hablan de esta fuente hipotética, cuya existencia no ha podido hasta ahora ser demostrada, sino que pretenden poder reconstruirla por completo a partir de los evangelios de Mateo y de Lucas y, no contentos con ello, pasan a hablar enseguida de la “teología” que se reflejaría en el “documento Q”. Pero, como lo dice de nuevo J. M. Martín Moreno: “Para poder hablar de una teología de Q, habría que probar antes que Q existió como documento”, algo que hasta ahora no se ha logrado, no obstante lo cual sigue diciéndonos: “La investigación moderna pretende haber llegado a reconstruir el documento Q… pero la investigación no se ha detenido allí. Una vez reconstruido el tenor literal del documento, ha pretendido aplicarle la crítica literaria, distinguiendo en ese hipotético documento estratos literarios pertenecientes a las distintas fases de su redacción”, y no contentos con este ejercicio cada vez más especulativo: “a partir de los textos se ha pretendido deducir un contexto verosímil”, imaginando y postulando la existencia de una “comunidad Q” que habría redactado y divulgado el “documento Q”, sin tener en cuenta que: “precisamente, la comunidad de Q imaginada a partir de los textos, es un tipo del que no tenemos ninguna información… y que, por tanto no recibe ninguna confirmación en los otros escritos evangélicos”.
La Biblia de Estudio Arqueológica es concluyente al decir: “la mera existencia de «Q» es puramente hipotética y muy debatida, y se han propuesto explicaciones alternativas para la historia de la escritura de los evangelios sinópticos. No todos los eruditos del Nuevo Testamento creen en la originalidad de Marcos, y algunos insisten que se le debe prestar más atención al hecho de que Mateo fue un testigo ocular de muchos de los acontecimientos que él documentó”. Como complemento de lo anterior, la Biblia de Estudio Baker dice: “Muchos eruditos opinan que no hay una solución viable al problema sinóptico. Simplemente no tenemos suficiente información para descifrar cómo se relacionan entre sí”. Pero sea como fuere, la prioridad cronológica del evangelio de Marcos no es la única ni necesariamente la mejor opción y aún en el caso de que se adopte esta postura, de ella no se sigue de manera imprescindible la supuesta existencia del “documento Q”.
La Biblia de Estudio Baker nos informa al respecto: “Otros defensores de la prioridad de Marcos han eliminado la necesidad de una fuente Q sugiriendo que Marcos fue escrito primero, seguido de Mateo y luego de Lucas, que utilizó tanto a Marcos como a Mateo como fuentes literarias”. Asimismo, continúa diciendo: “La hipótesis de los dos evangelios… sugiere que Mateo se escribió primero, Lucas utilizó a Mateo y Marcos a Mateo y Lucas. Esta teoría explica fácilmente los ‘acuerdos menores’ entre Mateo y Lucas… Cualquiera de los puntos de vista es viable; la cuestión principal es cuál es el más probable”.
No sobra decir que la hipótesis del “documento Q” puede también terminar, sin proponérselo expresamente, dando apoyo indirecto a otras hipótesis más descabelladas y mayormente indemostrables, como la relativa al llamado “Mateo arameo” que, en contra de toda la evidencia disponible, sostiene que Mateo se escribió originalmente en arameo y no en griego, como lo establece todo el material textual antiguo hoy disponible del Nuevo Testamento. E incluso se puede terminar utilizando para validar la mayor confiabilidad de uno de los evangelios apócrifos: el evangelio de Tomás, por encima de los cuatro evangelios canónicos, como lo pretenden, en contravía a la abrumadora mayoría de eruditos, los teólogos que conforman el cuestionable y mediático grupo conocido como el “seminario Jesús” que ataca de manera directa y frontal la veracidad de Mateo, Marcos, Lucas y Juan para atribuírsela arbitrariamente a este tardío evangelio gnóstico.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Dos falsas hipótesis de la teología liberal