Los muchos significados del ‘fuego de Dios’

La Biblia aplica la idea y el concepto del fuego divino a muy diversos -y a veces contrapuestos- sentidos.

12 DE ABRIL DE 2023 · 08:00

Patrick Hendry, Unsplash,fuego, llama
Patrick Hendry, Unsplash

El fuego ha sido tradicionalmente un símbolo bíblico asociado con el juicio, la ira y el castigo divino. Así aparece de manera temprana en el Pentateuco en las palabras sentenciosas dirigidas por Dios a su pueblo desobediente e idólatra: “Se ha encendido el fuego de mi ira,  que quema hasta lo profundo del abismo. Devorará la tierra y sus cosechas, y consumirá la raíz de las montañas” (Deuteronomio 32:22).

Figura ratificada por el salmista al apelar a Dios en estos términos en contra de los enemigos de su pueblo: “Cuando tú, Señor, te manifiestes, los convertirás en un horno encendido. En su ira los devorará el Señor; ¡un fuego los consumirá!” (Salmo 21:9); pero también para invocar misericordia de Su parte cuando su propio pueblo se encuentra bajo su disciplina correctiva: “¿Hasta cuándo, Señor, te seguirás escondiendo? ¿Va a arder tu ira para siempre, como el fuego?” (Salmo 89:46).

Pero, adicionalmente, el fuego también se utiliza en la Biblia para aludir los rigores de las pruebas que le sobrevienen al creyente y que ayudan, finalmente, a moldear su carácter conforme al propósito divino, como lo explica claramente el apóstol: “Porque la fe de ustedes es como el oro: su calidad debe ser probada por medio del fuego. La fe que resiste la prueba vale mucho más que el oro, el cual se puede destruir. De manera que la fe de ustedes, al ser así probada, merecerá aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo aparezca” (1 Pedro 1:7 DHH). Por esta razón, añade luego: “Queridos hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando, como si fuera algo insólito” (1 Pedro 4:12).

Sin embargo, una vez cumplido su propósito, el fuego de la prueba está llamado a ceder, como deja constancia una vez más el salmista al declarar: “… Pasamos por el fuego y por la inundación, pero nos llevaste a un lugar de mucha abundancia” (Salmo 66:12 NTV). Pruebas en medio de las cuales Dios brinda la siguiente garantía a quienes pasen eventualmente por ellas: “Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: «No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas” (Isaías 43:1-2).

Sin embargo, como lo señaló en su momento el genial y devoto Blas Pascal en su famoso Memorial en el que da cuenta de su más auténtica conversión a Cristo en estos términos: “El lunes veintitrés de noviembre… desde cerca de las diez y media de la noche como hasta las doce y media… FUEGO… El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, no el de los filósofos ni eruditos. ¡Certidumbre! ¡Certidumbre! ¡Sentimiento! ¡Gozo! ¡Paz! El Dios de Jesucristo”, el fuego es también un símbolo de la certeza y de la pasión que Dios otorga e imprime en el hombre en el auténtico acto de conversión, por medio de la fe en Él.

No es casual que Juan Bautista describiera el contraste entre su ministerio y el de Cristo haciendo referencia al fuego con estas gráficas palabras recogidas en los evangelios: “Yo los bautizo a ustedes con agua para que se arrepientan. Pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera merezco llevarle las sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Mateo 3:11); Yo los bautizo a ustedes con agua les respondió Juan a todos. Pero está por llegar uno más poderoso que yo, a quien ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Lucas 3:16).

Se explica que el envío del Espíritu Santo a la Iglesia en Pentecostés fuera también en forma de “lenguas como de fuego” (Hechos 2:3). Después de todo, ya en al Antiguo Testamento Moisés había recibido la revelación de Dios en medio de las llamas de una zarza ardiente“Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía” (Éxodo 3:2), experiencia ratificada así por el diácono Esteban: “Pasados cuarenta años, se le apareció un ángel en el desierto cercano al monte Sinaí, en las llamas de una zarza que ardía” (Hechos 7:30).

Así mismo, el profeta Jeremías afirmó, a su vez, que el compromiso, fervor y sentido del deber suscitado en su interior por la palabra de Dios era “un fuego ardiente” incontenible que no podía ser refrenado (Jeremías 20:9), de un modo similar a lo vivido después por los discípulos de Emaús, luego de reconocer a Jesucristo resucitado caminando al lado de ellos: “Se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24:32).

Sin olvidar que Isaías también experimentó el perdón y el toque santificador de Dios a través de un “carbón encendido” (RVR), tomado del fuego del altar (Isaías 6:5-7).

Es por todo lo anterior que el Señor Jesucristo resumió su ministerio diciendo: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!” (Lucas 12:49), en línea con lo declarado también por Isaías cuando describió proféticamente el ministerio del Señor en estos términos: “No acabará de romper la caña quebrada, ni apagará la mecha que apenas arde” (Isaías 42:3); pasaje que los evangelios aplican inequívocamente a Cristo, como lo leemos en Mateo refiriéndose a Él: “No acabará de romper la caña quebrada ni apagará la mecha que apenas arde, hasta que haga triunfar la justicia” (Mateo 12:20).

Por todo lo anterior, la exhortación del Señor es a que avivemos la llama del don de Dios en nuestro interior“Por eso te recomiendo que avives la llama del don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos” (2 Timoteo 1:6), y a no apagar el Espíritu: “No apaguen el Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19). Sólo así estaremos en condiciones de experimentar benignamente a Dios como “fuego consumidor” (Hebreos 12:29) y de responder como lo hizo el salmista: “El celo por tu casa me consume…” (Salmo 69:9); ilustrado por el Señor Jesucristo cuando expulsó a los mercaderes del templo, circunstancia que evocó la siguiente reflexión en sus discípulos: “Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo por tu casa me consumirá»” (Juan 2:17), un celo ardiente por la causa de Dios que debería caracterizar a todo auténtico creyente.

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