¿Tiene lógica la idea de Trinidad?

Si hemos creído en Jesucristo como Señor y Salvador, hemos creído también en la Trinidad de manera implícita.

    09 DE ABRIL DE 2023 · 08:00

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    La idea de tres en uno o de uno en tres no es contraria a la experiencia, por lo que en la exposición de la doctrina de la Trinidad la teología ha recurrido a diversas analogías para ilustrarla, extractadas de lo que el ser humano puede observar en la creación.

    Pero es importante limitar el alcance de estas analogías, pues ninguna de ellas es capaz de ilustrar cabalmente o hacer completa justicia a esta doctrina, por lo cual todas muestran en mayor o menor grado su inadecuación para expresar en qué consiste realmente la Trinidad, pues todas se quedan cortas en este propósito, siendo su utilidad concreta el hecho de dejar establecido que la idea de la Trinidad no es ilógica ni irracional.

    Como lo expresa bien el Dr. Ropero para dar fe de ello y justificar, de paso, el recurso a las analogías de la Trinidad: “… El esquema trinitario… obedece a un aspecto de la realidad de carácter triforme…  El ‘tres’, dicen los estudiosos, es la forma más simple y al mismo tiempo la más perfecta de la multiplicidad. Representa un orden en la multiplicidad y, por tanto, la unicidad constitutiva de la multiplicidad. Aristóteles lo califica como ‘el número de la totalidad’. Aunque la doctrina cristiana de la Trinidad no deriva de estas especulaciones y símbolos, no hay duda que, a la hora de comunicar la fe trinitaria en círculos ilustrados por la cultura antigua, la Iglesia recurre a ilustraciones tomadas de la mitología y la filosofía…”. 

    Una vez hechas estas observaciones previas y necesarias, podemos mencionar algunas de las más conocidas analogías que indican que la idea de tres en uno y uno en tres presente en el misterio de la Trinidad no es extraña a la realidad ni a la razón humana.

    Entre ellas encontramos que el átomo es uno solo, pero está conformado por neutrones, protones y electrones. El agua es una sola, pero se encuentra en la naturaleza en tres estados diferentes: sólido, líquido y gaseoso. La luz es una sola, pero está compuesta de rayos infrarrojos, rayos visibles y rayos ultravioleta. El espacio es uno solo, pero está constituido por la longitud, la altura y la profundidad. El tiempo es uno solo, pero está constituido por el pasado, el presente y el futuro. El ser humano es uno solo, pero está formado por el espíritu, el alma y el cuerpo. El alma humana es una sola, pero está compuesta por la mente, las emociones y la voluntad (o memoria, inteligencia y voluntad, al decir de San Agustín). En el campo de la lógica existe el llamado silogismo, forma típica y unitaria de argumentación lógica que está conformada indefectiblemente por tres premisas: La mayor, la menor y la conclusión.

    Otra útil analogía que tiene el valor agregado de hacer referencia a la condición personal que en la Biblia ostentan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es aquella que nos recuerda que en el lenguaje humano utilizamos la figura del pronombre para hacer referencia a las personas, pero que este pronombre se da en tres formas: Primera persona (Yo, nosotros), segunda persona (Tú, ustedes) y tercera persona (Él, ella, ellos).

    Pero tal vez la analogía más cercana a lo que en realidad sería la doctrina de la Trinidad es la que planteara Agustín desde la antigüedad cristiana en su clásico Tratado sobre la Santísima Trinidad al afirmar lo siguiente: “La trinidad ves, si ves el amor. Porque el amor implica tres cosas: el amante, el amado y el amor”Sobre todo, si tomamos en cuenta la escueta pero profunda definición de la esencia de Dios revelada por el apóstol Juan en sus escritos, en el sentido que “Dios es amor”.

    A esto también hace alusión el Dr. Ropero con estas palabras: “Por eso dijimos que la definición de Dios como ‘amor’ es una de las consecuencias lógicas de la visión cristiana del Dios trino. Dios ama al mundo con el mismo amor que es él mismo desde la eternidad, por eso entrega a su Hijo, que es la expresión divina de ese amor. El amor no puede ser realizado por un sujeto solitario. Pero se dice que Dios es amor porque no es un ser solitario, sino que es el amante, el amado y el amor al mismo tiempo”. 

    Así, pues, sin perjuicio de la inspiración del Espíritu Santo en la elaboración de sus escritos revelados, al definir a Dios como “amor” el apóstol Juan no estaría más que consignando una consecuencia lógica y hasta obvia de la experiencia misma de la iglesia primitiva.

    La experiencia de comunión amorosa íntima y personal con el Dios uno y trino que sería entonces anterior a la creencia tal y como ésta es formulada posteriormente, tanto en los escritos inspirados del Nuevo Testamento, como en las confesiones de fe y los tratados teológicos elaborados con base en el Nuevo Testamento.

    En la iglesia primitiva la experiencia de comunión en amor con el Dios trino compartida por todos los creyentes precedió y fundamentó la creencia y formulación de la doctrina de la Trinidad, comenzando por los mismos apóstoles. Asímismo y en sentido inverso, la doctrina de la Trinidad es hoy por hoy una consecuencia igualmente lógica y hasta obvia de que Dios sea inequívocamente definido como amor en las Escrituras, de donde quien impugna la doctrina de la Trinidad debería, de manera consecuente, impugnar también la definición que la Biblia hace de Dios como “amor”, pues ambas afirmaciones: la Trinidad y la definición de Dios como amor, se sostienen o se caen juntas desde el punto de vista lógico, al punto que al suscribir una cualquiera de estas afirmaciones tenemos que suscribir la otra de manera necesaria. Y al negar una cualquiera de las dos, tenemos también de manera necesaria que negar la otra, pues ambas se determinan mutuamente. La analogía que sostiene que El Padre es el Amante, el Hijo es el Amado y el Espíritu Santo es el amor es, por tanto, una de las más aproximativas a lo que en realidad consiste el misterio de la Trinidad.

    Lamentablemente, para muchos cristianos parecería que la Trinidad poco o nada tiene que ver con la vida práctica y cotidiana del creyente, al punto que, al decir del Dr. Ropero: “Los críticos… consideran que el cristianismo podría despachar tranquilamente el dogma de la Trinidad, que tantos problemas crea en personas poco dadas a la reflexión, sin que afecte para nada la espiritualidad y la práctica de la fe cristiana. Que Dios sea uno o trino no parece tener consecuencias en el plano de la fe y la práctica personal. Al parecer, muchos cristianos se comportan unas veces como monoteístas y otras como triteístas o casi politeístas, al menos en la religiosidad popular de corte católico. Hay quien considera que la doctrina de la Trinidad es superflua, está de más. Es suficiente con hablar de Dios Padre como el Dios único, Jesucristo su Hijo como mediador, y el Espíritu Santo como santificador, sin detenerse a considerar relaciones e implicaciones de esta manera de expresarse. Lo que importa es la práctica de la fe”. 

    Continúa diciendo enseguida: “Pero el problema es, como hace notar Jürgen Moltmann, que la reducción de la fe a la praxis no ha venido a enriquecer la fe, sino que la ha empobrecido”. Por eso, hay que apresurarse a suscribir con nuestro citado autor que: “Lo interesante del dogma trinitario no es el alto nivel de especulación que alcanzó… Lo realmente importante son las implicaciones que tiene para la vida cristiana”. La dinámica del amor, o lo que es lo mismo, la dinámica, la vida, la vitalidad, la riqueza, la plenitud de Dios, no pueden entenderse sino en contexto trinitario o por referencia a la Trinidad, como ya lo decíamos en la última de las analogías citadas.

    Tanto el apóstol Pablo (1 Corintios 13), como el apóstol Juan se detuvieron de manera expresa en la práctica del amor como señal distintiva y característica de la vida cristiana. Así, pues, si el cristiano ama de verdad, está experimentando en carne propia el misterio de la Trinidad divina, así no esté aún en condiciones de formular su creencia trinitaria de manera discursivamente racional. Pero esto no quita que, sea como fuere, la práctica del amor debe vivirse necesariamente en clave trinitaria.

    No por nada el mismo Señor Jesucristo nos dijo que el mandamiento y la práctica del amor condensa toda la enseñanza de la ley y los profetas: “–Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? –‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente’ –le respondió Jesús–. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a esto: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-39).

    En este pasaje el Señor también nos enseña que el amor cubre tres aspectos en la experiencia humana: el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a sí mismo.

    La doctrina de la Trinidad tiene, pues, enorme valor práctico y cotidiano para la fe del creyente, orientando la práctica del amor a tal grado que, tarde o temprano, todo creyente que haya experimentado y continúe experimentando de manera creciente la enriquecedora comunión con Dios en su vida, deberá suscribir de forma necesaria la doctrina de la Trinidad de manera consciente y voluntaria, o exponerse en su defecto a que la práctica cotidiana de su fe termine siendo muy pobre, plana, deficiente y extraviada.

    A fin de cuentas, ¿es posible no creer indefinidamente en algo que se está viviendo de manera personal? ¿Pueden ir la mente y el corazón de una persona por lados diferentes de manera indefinida? ¿El conocimiento y la experiencia vital de un individuo pueden estar disociados entre sí de forma permanente? ¿La razón y la existencia son aspectos independientes el uno del otro en el ser humano? ¿Las creencias y las vivencias no tienen entre sí ninguna relación de tal modo que pueden ir en contravía las unas de las otras?

    Más bien, si se es una persona sana, equilibrada y sobretodo integrada en una unidad armónica en su ser personal ꟷcomo están llamados a serlo los creyentesꟷ, la creencia debe ser consecuente con la vivencia, la mente debe seguir al corazón, el conocimiento debe estar acorde con la experiencia, la razón y la existencia deben ir de la mano de tal modo que si estamos viviendo en comunión con el Dios Trino, debemos también terminar creyendo conscientemente en un Dios Trino.

    Por tanto, si hemos creído en Jesucristo como Señor y Salvador, hemos creído también en la Trinidad de manera implícita, si es que sabemos en quién hemos creído. Pero esta creencia implícita e intuitiva en un principio debe volverse explícita y discursiva a medida que el creyente avanza y madura en su fe. Por eso, es esperanzador al respecto la manera en que el Dr. Ropero va concluyendo sus reflexiones sobre el tema, así: “… poco a poco, se va abriendo camino el entendimiento dinámico de la Trinidad, con lo que esto implica en el orden de las relaciones interpersonales y sociales…”. Y cierra estas reflexiones tal como las hemos venido citando, así: “Quizá estemos en el comienzo de un renacer de la Trinidad divina en la vida de la iglesias, que suponga un soplo de aire nuevo y vital en la espiritualidad y vida de los creyentes, del mismo modo que lo fue el descubrimiento de la persona del Espíritu Santo en estos últimos años. Para ello es necesario situar la Trinidad divina en la cabeza de nuestra comprensión de la fe. No asustarse de sus aparentes dificultades lógicas y bíblicas, sino sumergirse de lleno en su estudio para despertar a una nueva dimensión de la comunión con el Dios que es comunión por excelencia”.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - ¿Tiene lógica la idea de Trinidad?

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