Biblia, cielo e infierno

‘Lo más importante acerca del infierno no es entenderlo o explicarlo: es evitarlo’

    29 DE ENERO DE 2023 · 08:00

    Bessi, Pixabay,árbol
    Bessi, Pixabay

    ¿Qué hay del infierno? (2)

    Ya vimos la pasada semana el debate sobre la contradicción de cómo un Dios con los asombrosos atributos que de Él se predican y enseñan (amor, misericordia, perdón), puede compaginarlos con la existencia -por Él también determinada y establecida- del infierno como lugar de castigo y tormento eterno.

    Ahora bien, en el presente artículo vamos a ver una más de las objeciones en contra del infierno y su carácter eterno, que tiene que ver con otra de las quejas planteadas a él por Edward Boyd con estas palabras“Yo no veo cómo el cielo puede mantenerse como tal con un infierno ardiendo debajo. ¿No les echaría a perder la «fiesta espiritual» el saber que debajo de ustedes hay billones de personas hirviendo en lava caliente por toda la eternidad? Se me ocurre que esto podría presentar un problema, especialmente para un Dios que es todo amor y que supuestamente ama a aquellas pobres almas torturadas. ¡Eso debe comer por dentro a Dios! Piensa cómo te sentirías si uno de tus hijos estuviera allí”. 

    Paradójicamente, esta objeción se resuelve si consideramos y conciliamos las declaraciones bíblicas aparentemente contradictorias alrededor del infierno como un lugar de castigo o tormento eterno con aquellas que dan a entender la destrucción e inexistencia final como el destino de los réprobos.

    No nos tomaremos el trabajo de relacionar las numerosas referencias bíblicas que respaldan cada una de estas dos afirmaciones, que están bien balanceadas y establecidas en ambos sentidos, sino que traeremos únicamente una de cada grupo, a manera de ejemplo.

    Comencemos con una que representa a todas aquellas que, de un modo u otro, dan a entender la aniquilación como el destino final de los impíos que: “entonces serán como si nunca hubieran existido” (Abdias 1:16).

    Y la que representa el castigo eterno podría ser Apocalipsis 20:10 que afirma que el diablo y sus ángeles, junto con los condenados en el infierno “serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”.

    La tensión no resuelta entre ambos tipos de pasajes bíblicos relativos al destino final de los condenados ha llevado no sólo a que grupos sectarios como los Adventistas del Séptimo Día, los Testigos de Jehová y los Mormones, se inclinen en una de las dos direcciones y sostengan, entonces, con pequeñas diferencias, la aniquilación final como el destino eterno de los impíos no creyentes; sino también a que lo piensen y formulen de este modo un significativo número de teólogos evangélicos que resuelven la tensión diciendo, simplemente, en lo que no deja de ser un juego de palabras, que el castigo del infierno es eterno, porque tiene efectos eternos y no porque dure eternamente.

    Refiriéndose a estos colegas Gregory Boyd nos dice que ellos piensan que: “solo tal visión del infierno encaja con todo lo que dice la Biblia sobre los reprobados que «perecen», «que son destruidos», «quemados como la paja», etc. Los malos «serán como quien despierta de un sueño» y «como si nunca hubieran existido» (Salmo 73:20; Abdías 16)”.

    Pero existe una opción viable para resolver la tensión sin tener que inclinarse exclusivamente por ninguna de las dos, sino sosteniéndolas a ambas, como corresponde si queremos honrar la Biblia en toda su integridad.

    Esta opción es la que adopta Gregory Boyd y la que yo en lo personal también suscribo, junto con el ya citado C. S. Lewis a quien Boyd hace también referencia de este modo: “Hay cantidad de formas de concebir la situación para que los desesperados del infierno no sea una mancha que se note en el cielo. C. S.Lewis y otros, por ejemplo, han especulado que las dimensiones del cielo y del infierno podrían corresponder a las disposiciones espirituales de los habitantes de cada lugar. El amor es abierto, amplio, expansivo, inclusivo mientras que el egoísmo está dirigido hacia adentro, es pequeño, estrecho e insignificante. Desde la perspectiva de los que están en el infierno, su realidad es todo lo que tienen. Desde la perspectiva de los habitantes del cielo, sin embargo, la existencia del infierno es demasiado pequeña y demasiado insignificante para notarla. Por lo tanto, ellos están «como en un sueño cuando despiertan»”.

    Así, la tensión se resuelve conciliando ambas posturas afirmando que desde la perspectiva de los condenados su tormento será, ciertamente, eterno, pero desde la perspectiva de los bienaventurados, se volverán y serán cada vez más y más pequeños, insignificantes e imperceptibles, mientras que ellos mismos crecerán a su vez cada vez más y más en esplendor y solidez a tal punto que, al final, será como si aquellos nunca hubieran existido.

    C. S. Lewis lo expresó así en boca de uno de los magníficos espíritus luminosos y sólidos del cielo: “El infierno es más pequeño que un guijarro de vuestro mundo terrenal, y más pequeño que un átomo de ‘este’ mundo, el Mundo Verdadero… todas las tristezas de la soledad, iras, odios, envidias y soberbias, concentradas en una sola experiencia y puestas en un platillo de la balanza, contra el más pequeño momento de alegría sentido por el último en el cielo, no tiene ningún peso que pueda medirse… Un alma condenada es casi nada: está encogida y recluida en sí misma”.

    Y ya entrados en gastos, vale la pena leer también lo que escribe C. S. Lewis en su obra ya citada, cuando aborda la última objeción formulada por Edward Boyd en cuanto que el infierno debería echar a perder la “fiesta espiritual” en el cielo, dirigiéndose en su sueño de este modo al espíritu luminoso que le está enseñando“Lo que en la tierra dice mucha gente es que la perdición definitiva de un alma refuta el gozo de los salvados… creo que, en cierto modo, debería ser así. Eso suena muy misericordioso, pero mirad lo que se esconde detrás. ¿Qué? La exigencia de aquellos que viven sin amor y prisioneros de sí mismos de que se les debería permitir chantajear al universo, de que, hasta que accedan a ser felices (con las condiciones que ellos ponen), nadie deberá saborear la alegría, de que su alegría debería ser el poder final, de que el infierno debería poder ‘vetar’ al cielo… debéis elegir un camino u otro. O bien vendrá el día en que predomine el gozo y los artífices de infelicidad no puedan contaminarlo nunca más, o bien los artífices de infelicidad podrán destruir en los demás por los siglos de los siglos la felicidad que rechazan para sí mismos. Sé que suena muy bien decir que no aceptaréis una salvación que deje una sola criatura en la oscuridad exterior. Pero cuidaos de sofisterías o haréis de un egoísta, del perro del hortelano, el tirano del mundo”.

    Por todo lo anterior, hacer conjeturas y especular acerca del infierno planteando objeciones a su realidad tal vez no sea lo más recomendable, sino entender que ya en vida nos estamos o deslizando al infierno cada día, o remontándonos hacia el cielo con cada decisión que tomamos.

    Ya lo dijo Randy Alcorn: “La tierra es un mundo… tocado por ambos el Cielo y el infierno. La tierra lleva directamente al Cielo o directamente al infierno. Lo mejor de la vida en la Tierra es un vistazo del Cielo; lo peor de la vida es un vistazo del infierno. Para los creyentes, esta vida presente es lo más cercano que estarán del infierno. Para los inconversos, es lo más cercano que estarán del cielo”. 

    No por nada, en su correspondencia con su por entonces escéptico e incrédulo padre, Edward Boyd alrededor de este tema, Gregory Boyd terminaba apremiándolo a que, como quiera que lo entendamos y así no podamos definirlo con precisión: Lo más importante acerca del infierno, papá, no es entenderlo o explicarlo: es evitarlo… es una pesadilla que jamás se preparó para que los humanos la sufrieran… la única forma de escapar de ese lugar es asirse del Salvador. Él es nuestra única esperanza… Piense esto: si Jesús murió voluntariamente para librarnos del infierno, estar en el infierno debe ser una experiencia aterradora. Lo extremado de la cura muestra lo espantoso de la enfermedad”. 

    Dante lo plasmó de manera escalofriante en La Divina Comedia cuando colocó en la puerta del infierno la siguiente inscripción«Por mí se llega a la ciudad del llanto;/Por mí a los reinos de la eterna pena,/Y a los que sufren inmortal quebranto./Dictó mi Autor su fallo justiciero, /Y me creó con su poder divino, /Su supremo saber y amor primero. /Y como no hay en mí fin ni mudanza, /Nada fue antes que yo, sino lo eterno…Renunciad para siempre a la esperanza»

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Biblia, cielo e infierno

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