Dios, machismo y feminismo

La sociedad patriarcal es fuente de los males modernos según el feminismo radical y el lobby LGBTI, promotores de la ideología de género.

31 DE JULIO DE 2022 · 08:00

Zhivko, Pixabay,hombre mujer, manos
Zhivko, Pixabay

Sociedad patriarcal, machismo y feminismo (1)

Se entiende hoy como sociedad patriarcal una organización de la sociedad y la cultura en la cual el hombre, entendido el término en su acepción sexual biológica que distingue entre varón y mujer, ostenta el predominio y la autoridad sobre la mujer, que se encuentra, por lo tanto, subordinada a él y dependiente, por lo mismo, en gran medida, de él. Independiente de las connotaciones de injusticia o inequidad que se suelen asociar a ella como si fueran algo que le es inherente, esta ha sido la organización social mayoritaria a todo lo largo de la historia humana, con muy pocas excepciones.

Y dado que el feminismo surgido en el curso del siglo XX, que cobra cada vez más fuerza y acogida en el pensamiento secular, ha hecho de este tipo de organización social su principal blanco de ataques, promoviendo incluso su eliminación como una de las fuentes, si no de todos, sí de muchos de los males sociales que padece el mundo actual; esta caracterización crítica de la sociedad patriarcal ha terminado también utilizándose como argumento en contra de la Biblia, dado que en ella se establece este tipo de organización social como normativa para la especie humana, pues no es un secreto que la constitución de Israel como nación se apoya en este tipo de organización social y que los llamados “patriarcas” con Abraham, Isaac y Jacob a la cabeza, son un referente obligado para el pensamiento judeocristiano y se erigen como ejemplos en muchos aspectos para la vivencia de fe, a pesar de la crítica que la misma Biblia ejerce sobre ellos en significativas oportunidades como evidencia de su autoridad sin prejuicios, algo que los impugnadores de la sociedad patriarcal no tienen en cuenta a la hora de condenar tanto a la Biblia como a la sociedad patriarcal por igual y sin matices.

Pero ¿es la sociedad patriarcal la fuente de todos los males modernos, como parece presumirlo el feminismo y, por extensión, la comunidad LGBTI que promueve y suscribe la ideología de género?

En otras palabras, ¿el machismo opresor (valga la redundancia) es inherente a la sociedad patriarcal al punto que toda organización social de tipo patriarcal no puede evitar el machismo contra el que el feminismo está reaccionando? 

Y en consecuencia, ¿es el cristianismo machista por su propia esencia?

 

Dios, machismo y feminismo

Comencemos por responder a este último interrogante diciendo con firmeza que, si entendemos correctamente el orden social establecido por Dios para la familia tal y como se nos revela de manera ideal en la Biblia, el cristianismo no es ni machista ni feminista.

El machismo y el feminismo son, por tanto, distorsiones de los roles específicos que la Biblia establece pero no impone, al hombre o a la mujer indistintamente. 

Ahora bien, partiendo entonces del hecho de que ante Dios tanto el hombre como la mujer tienen el mismo valor por ser ambos seres humanos creados para reflejar la imagen y semejanza de Dios, también tenemos que decir que esta igualdad de valor o de dignidad no elimina ni mucho menos las evidentes diferencias biológicas que existen, enhorabuena, entre el hombre y la mujer. 

Dicho de otro modo, hombre y mujer tienen en común su compartida condición humana, en lo cual no existe diferencia entre ambos, pero sí se distinguen, aunque suene como una verdad de perogrullo y parezca una innecesaria y visible obviedad, en su sexo, pues “… Dios creó al ser humano a su imagen… Hombre y mujer los creó” (Génesis 1:27). No hay base bíblica, entonces, para afirmar ni la superioridad de los varones respecto de las mujeres, ni de las mujeres respecto de los varones.

Dios creó al hombre y a la mujer en condición de igualdad y sometimiento mutuo y voluntario del uno al otro para conformar un equipo eficiente en el que cada uno desempeñe un rol especialmente adaptado para las fortalezas de cada uno de ellos. Las diferencias de género no riñen, pues, con la unidad de propósito y la complementaridad que debe existir entre el hombre y la mujer. 

Las “batallas de los sexos” no deben tener, pues, lugar en la sociedad ni en la iglesia de Cristo. De hecho, nuestra común condición humana es lo que hace posible la relación entre hombre y mujer, pero son las diferencias biológicas y psicológicas entre los sexos las que hacen interesante, atractiva y deleitosa la relación, activando así todo el potencial benéfico que hay en ella. 

La interdependencia y complementaridad entre hombre y mujer en plano de igualdad está también afirmada en el Nuevo Testamento de este modo: “Sin embargo, en el Señor ni la mujer existe aparte del hombre ni el hombre aparte de la mujer. Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; pero todo proviene de Dios” (1 Corintios 11:11-12)

Establecida esta igualdad de valor entre el hombre y la mujer, hay que repetir, sin embargo, que, como lo dice J. H. Yoder: “Igualdad de valor no es identidad de rol”. 

Es decir que el hecho de que hombres y mujeres tengamos el mismo valor ante Dios no significa que desempeñemos ambos las mismas funciones dentro del plan de Dios. 

Veamos entonces los roles establecidos por Dios para cada uno de los dos, vistos ambos en el contexto de la familia, la célula básica de la sociedad, que tampoco es, valga decirlo, una institución normativa para todas las personas, hombres o mujeres por igual, pues la soltería es también una opción válida en el cristianismo, pero que por razones obvias y sin dejar de ser válida, tiene sin embargo carácter de excepción en la Biblia, pues la conservación y preservación en el tiempo de la humanidad con todas sus diferentes sociedades y culturas a lo largo del tiempo depende de cualquier modo de esa célula básica que es la familia.

 

El rol del varón

En cuanto al rol del varón, la Biblia afirma en 1 Corintios 11:3 y en Efesios 5:23 que el hombre es la cabeza de la relación. Pero ¿qué significa exactamente esta expresión que ha sido tergiversada y deformada por los machistas que han terminado abusando de ella de manera culpable y destructiva?

Significa simplemente que el hombre es el responsable encargado de dirigir la relación y que, como tal, él es el primero que debe rendir cuentas a Dios sobre ella. Enorme responsabilidad. Ser cabeza no significa, entonces, como muchos lo entienden, ser el que tiene los mayores privilegios y ventajas en la relación y a quien los demás deben servir, sino el que tiene las mayores responsabilidades en ella.

Tampoco significa ser el que manda en la relación de manera arbitraria, sino el que toma con sabiduría las decisiones finales que afectan a la pareja y a la familia teniendo presente a la mujer y previa consulta con ella y, eventualmente, también con los hijos en la medida en que ellos también deban aportar con su punto de vista a estas decisiones.

Ser cabeza no es ser un tirano egoísta, sino un siervo que dirige bien a su familia pensando en el bienestar de todos sus miembros y en el desarrollo y la realización de todos y cada uno de ellos, comenzando por la mujer. 

El apóstol Pablo, acusado por muchos de manera ligera como machista, pone sobre el hombre tan elevadas responsabilidades y obligaciones en el capítulo 5, versículos 25 al 29 de la epístola a los Efesios al abordar la relación matrimonial entre hombre y mujer, -casi al nivel de las mismísimas responsabilidades sacrificiales asumidas por Cristo en relación con la iglesia- que la acusación de machismo que se le dirige debería ser revisada y corregida en el término de la distancia. Por eso, todos los demás pasajes de Pablo juzgados como machistas deben ser interpretados contra este trasfondo y otros similares, matizándolos y bajándoles el tono de modo que ni los machistas puedan apelar a ellos para justificar su machismo, ni las feministas para justificar su reacción contra los machistas. C. S. Lewis se refería así a este asunto: “Las más inflexibles feministas no tienen que envidiar al sexo masculino la corona que le es ofrecida; ya sea en el misterio pagano o en el cristiano: porque una es de papel; la otra, de espinas”.

Con esto quiere hacernos conscientes de que la condición de cabeza conlleva para el varón cristiano la mayor dosis sacrificial entre los cónyuges. Es el varón, entonces, quien no debe desesperar en el matrimonio, para honrar su condición de cabeza y sobrellevar con entereza la corona colocada sobre ella. Y aunque lamentablemente en muchos casos no sea así, el matrimonio cristiano debería ser la tumba tanto del machismo, como del feminismo.

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Índice de la serie sobre “Sociedad patriarcal, machismo y feminismo”

  1. Dios, machismo y feminismo
  2. La raíz del machismo
  3. Feminismo y rol de la mujer
  4. El equilibrio en la relación hombre-mujer
  5. Machismo, feminismo e ideología de género
  6. Pastorado de la mujer

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Dios, machismo y feminismo