El cristiano y las estadísticas

Reflexión sobre el crecimiento numérico ¿Cuanto más grande es una iglesia, más éxito ha logrado?

09 DE MAYO DE 2021 · 08:00

Ruthson Zimmerman, Unsplash,estadísticas, trabajo portátil
Ruthson Zimmerman, Unsplash

El novelista H. G. Wells vaticinó que: “llegará el día en que el pensamiento estadístico será una condición tan necesaria para la convivencia eficiente como la capacidad de leer y escribir”. Y este vaticinio parece estarse cumpliendo no sólo en la ciencia, sino también en la iglesia, en dónde la estadística se está llegando a convertir en algo fundamental para determinar el éxito o el fracaso de las congregaciones cristianas, en especial el de las llamadas “megaiglesias” o iglesias de gran tamaño de la órbita protestante evangélica.

No por nada Dave Hunt y T. A. McMahon advertían que “El nombre del juego, actualmente, es éxito… y cuanto más grande sea una iglesia, tanto más éxito se considera que ha logrado”.

En el campo de la política la estadística ha llegado a ejercer una tiranía tal que ya no se habla de democracias sino de “encuestocracias” en las que los principios, valores, convicciones y decisiones de los gobernantes oscilan al ritmo de las estadísticas tal y como éstas se reflejan en las encuestas de opinión, bajo la dogmática y equivocada creencia de que vox populi, vox Dei (latinajo que traduce “la voz del pueblo es la voz de Dios”).

Por eso habría que mesurar la euforia que producen las estadísticas cuando reflejan un crecimiento continuo de las iglesias cristianas evangélicas en particular y aun de la cristiandad en general. Ahora bien, no se trata de menospreciar este crecimiento ni mucho menos o negarle importancia. Al fin y al cabo Donald McGravan nos recuerda algo de sentido común: “El enfoque numérico es esencial… La iglesia está hecha de personas que pueden ser contadas y no hay nada particularmente espiritual en no contarlas”.

 

Ventajas del crecimiento

Y es que las posturas espiritualistas en el cristianismo tienden a condenar las estadísticas como si éstas por sí mismas fueran sospechosas y entorpecieran la obra del Espíritu Santo, inhibiendo así su benéfica influencia en el crecimiento y consolidación de la iglesia. Es así como se termina argumentando, ‒a veces a manera de disculpa para disimular el precario o nulo crecimiento numérico de una congregación‒, que siempre es preferible la calidad a la cantidad. Y aunque esto último no puede negarse, lo cierto es que calidad y cantidad van por lo regular juntas y son, por tanto, directamente proporcionales, de donde no podemos obtener mayor cantidad sin calidad, ni tampoco ofrecer mayor calidad sin cantidad.

No pasemos por alto algo que ya se ha convertido en un lugar común: los padres que se engañan a sí mismos justificando el poco tiempo que pasan con sus hijos apelando a su presunta calidad, o incluso los creyentes que apelan al mismo argumento para excusar el poco tiempo que dedican a sus devociones diarias.

De hecho, aunque es siempre posible que haya cantidad sin calidad o viceversa, lo cierto es que estas situaciones son más bien la excepción, pues las iglesias numerosas suelen serlo porque logran convocar y atraer a muchos ofreciendo una vivencia de fe sana y de calidad que suple a satisfacción las necesidades reales y sentidas de quienes acuden a ella. Asimismo, una iglesia numerosa con gran recurso humano tiene de manera natural un mayor potencial para suplir con mejor calidad las necesidades de sus miembros en virtud del apoyo que una comunidad grande, solidaria y bien cohesionada puede brindar.

 

Peligros del crecimiento

Sin embargo, el crecimiento numérico de una congregación o de la cristiandad en general puede llevarnos a asumir peligrosas actitudes triunfalistas y a fomentar una obsesión con las cifras que terminan dando lugar a lo que algunos ya llaman “cifras evangelásticas” para referirse a las estadísticas exageradas que inflan las cifras, como al descuido, algo que no es tan trivial como se le quiere ver.

Tanto así que P. E. Billheimer sostiene que: “la falta de cuidado e informes exagerados en cuanto a conversiones y milagros, puede estar haciendo retardar el gran derramamiento que el mundo está esperando, debido al contristamiento del Espíritu Santo”. Sea como fuere, el punto es que: “No podemos viajar con Dios por mucho tiempo a menos que seamos salvos de los números. Es tristemente posible pensar más en las cifras que en Cristo” (James A. Steward).

En efecto, con todo lo importantes que puedan ser, los números no son el factor más determinante para establecer el “éxito” o el fracaso de una congregación cristiana. Al fin y al cabo, como lo dijo Jonatán refiriéndose a Dios: “… para él no es difícil salvarnos, ya sea con muchos o con pocos” (1 Samuel 14:6).

 

Limitaciones de las cifras

Además, las estadísticas no dicen toda la verdad, pues en la iglesia no todos los que están son, pues hay una inquietante proporción de infiltrados, así como también simpatizantes no convertidos, junto con una notable cantidad de creyentes sin compromiso evidente y únicamente un reducido grupo de verdaderos discípulos comprometidos con la causa del evangelio de Cristo.

Los censos y la mención de cifras en la Biblia están dirigidos a saber con quienes se cuenta más que cuántos hay. Por eso los datos estadísticos fieles no deben reprobarse si están dirigidos a este propósito. Dicho de otro modo, el propósito en la mención de cifras referidas a personas en la Biblia, es hacer énfasis en la calidad de los contados más que en la cantidad de los mismos, tal como sucedió con los 300 de Gedeón comparados con la totalidad de su ejército; los valientes de David frente al resto de sus tropas y los 120 en el aposento alto, en contraste con las multitudes de miles de personas que, según los evangelios, seguían a Jesucristo durante su ministerio terrenal.

De lo contrario se promueve la actitud ostentosa que funda la confianza más en los números que en Dios mismo. Después de todo, el Señor nos reveló que la iglesia verdadera siempre será minoría: “Porque muchos son los invitados, pero pocos los escogidos” (Mt. 22:14).

Adicionalmente, las estadísticas están lejos de brindarnos una verdadera comprensión de lo que sucede en la iglesia. Brindan información precisa, pero no necesariamente una verdadera comprensión del fenómeno que describen y cuantifican. Después de todo, la fe no cuantifica sino que cualifica, pondera, exalta: “Mi boca publicará tu justicia y tus hechos de salvación todo el día, aunque no sé su número” (Salmo 71:15).

La fe no se concentra en los números, las cantidades, sino en las cualidades; pues sólo así puede comprender verdaderamente. Lo dicho por el gran Agustín de Hipona respecto a los filósofos y científicos en ciernes de la antigüedad tiene todavía plena vigencia: “… aunque ellos, con habilidad curiosa, cuenten las estrellas del cielo y las arenas del mar y midan los espacios siderales e investiguen el curso de los astros… con impía soberbia y privándose de vuestra luz, pronostican con tanta antelación el eclipse del sol, y no ven el eclipse propio que tienen presente… no conocen ellos el camino, vuestro Verbo, por el cual hicisteis todas las cosas que ellos reducen a número”.

 

Nuevas oportunidades

Es más, Paul Ricoeur planteaba el decrecimiento numérico de la iglesia en Europa que la ha conducido a ser una minoría como una oportunidad y no como una calamidad. Así se expresaba al respecto: “Quizá la muerte de la cristiandad como fenómeno sociocultural dominante pueda favorecer la oportunidad para una comunión de fe minoritaria, de compensar profundamente lo que ha perdido en extensión”.

En efecto, el dominio histórico que el cristianismo ha ejercido en occidente a partir de la época del emperador Constantino hasta la reciente modernidad, puede haber sido contraproducente para la misma cristiandad, llevándola gradual e inadvertidamente a una velada pero siempre creciente apostasía por la cual a la gran masa de cristianos nominales de hoy podría muy bien aplicárseles lo dicho por el Señor a los judíos de su tiempo: “»“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8).

La innegable influencia ejercida por el cristianismo en la constitución y permanencia de las sociedades burguesas de occidente ocasionó que la iglesia llegara a pensar engañosamente que para ser cristiano bastaba con nacer en una de estas sociedades y nada más, pues de este modo más temprano que tarde el individuo llegaría de manera automática al cristianismo casi sin darse cuenta, para profesar finalmente una fe en Cristo que no pasaría de ser meramente formal, pero de ningún modo vital y auténtica.

Así, la iglesia contabiliza en su haber un extenso número de adeptos que, en realidad, son sólo montoneras que no marcan ya ninguna diferencia cualitativa apreciable en relación con los no cristianos y a quienes se aplica muy bien la reprensión evangélica: “»¿Por qué me llaman ustedes ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que les digo?” (Lucas 6:46).

Al ganar en extensión numérica, la iglesia perdió al mismo tiempo y de forma trágica el carácter que debería caracterizarla. Por eso la reversión actual de esta tendencia, más que como una señal preocupante, debería ser vista como una esperanzadora oportunidad de que una iglesia una vez más minoritaria, comience a recuperar lo que debía haberla caracterizado siempre, pero que cedió al crecer en extensión e influencia.

Tal vez sea el momento de abandonar la mayoritaria y censurada iglesia de Laodicea, autosuficiente y pagada de sí misma (Apocalipsis 3:14-18), para retornar a la minoritaria y elogiada iglesia de Filadelfia (Apocalipsis 3:7-11), abriéndole de nuevo las puertas al Señor que ha sido expulsado de su propia iglesia, pero que apela de nuevo a ella con estas universales y terminantes palabras: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - El cristiano y las estadísticas