La huida del valiente

El creyente debe ser valiente y sabio para identificar cuando debe huir y cuando dar la cara, como expresa Nehemías.

02 DE MAYO DE 2021 · 08:00

Lucas Favre, Unsplash,hombre corriendo, correr atardecer
Lucas Favre, Unsplash

Norman Vincent Peale advertía que “parte de la felicidad de la vida consiste, no en entablar batallas, sino en evitarlas. Una retirada magistral es en sí misma una victoria”. Y es que, contrario a lo que se cree, la valentía y la huida no son actitudes o acciones mutuamente excluyentes, como se desprende de la descripción que se hace de quienes, huyendo de Saúl, se unieron a David: “También de los de Gad huyeron y fueron a David, al lugar fuerte en el desierto, hombres de guerra muy valientes para pelear, diestros con escudo y pavés; sus rostros eran como rostros de leones, y eran ligeros como las gacelas sobre las montañas” (1 Crónicas 12:8 RVR).

Y es que es diferente huir por temerosa cobardía: “A aquellos de ustedes que queden con vida en terreno enemigo, les haré sentir tanto miedo que huirán con el simple ruido de una hoja al caer; huirán como si los persiguieran con una espada, y caerán sin que nadie los persiga” (Levítico 26:36 DHH); “El impío huye sin que nadie lo persiga, mas los justos están confiados como un león” (Proverbios 28:1 LBLA); “Entonces todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron” (Marcos 14:50 NTV); “El asalariado no es el pastor, y a él no le pertenecen las ovejas. Cuando ve que el lobo se acerca, abandona las ovejas y huye; entonces el lobo ataca al rebaño y lo dispersa” (Juan 10:12 NVI); a hacerlo por prudencia.

De hecho, a pesar de que la Biblia nos anima a esforzarnos y ser valientes: “¿No te lo he ordenado Yo? ¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas»” (Josué 1:9 NBLA); hay que decir también que la valentía no es lo mismo que la temeridad. El temerario no elude nunca la confrontación, pues considera que huir es una señal de cobardía, mientras que el valiente entiende que en ocasiones una huida estratégica es la mejor opción, sin dejar por ello de ser valiente. El simple sentido común indica que no sirve de nada ser valientes en batallas que, para comenzar, no valía ni siquiera la pena pelear, así como también resulta infructuoso huir de aquellas que son inevitables.

El creyente debe ser valiente y sabio para identificar cuando debe huir y cuando debe dar la cara, como lo expresa Nehemías: “Pero yo le respondí: ─¡Yo no soy de los que huyen! ¡Los hombres como yo no corren a esconderse en el templo para salvar la vida! ¡No me esconderé!” (Nehemías 6:11 NVI).

Para comenzar, es inútil tratar huir de nuestra responsabilidad ante Dios tratando de evadirla, pues: “¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia?…” (Salmos 139:7-12 NVI); “Jonás se fue, pero en dirección a Tarsis, para huir del Señor. Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor. Pero el Señor lanzó sobre el mar un fuerte viento, y se desencadenó una tormenta tan violenta que el barco amenazaba con hacerse pedazos… El Señor, por su parte, dispuso un enorme pez para que se tragara a Jonás, quien pasó tres días y tres noches en su vientre.” (Jonás 1:3-4, 17 NVI); “Por eso, Juan decía a las multitudes que acudían para que él las bautizara: «¡Camada de víboras! ¿Quién les enseñó a huir de la ira que vendrá?” (Lucas 3:7 NVI). Aquí sí, como se dice popularmente: “podemos correr, pero no podemos escondernos”.

Pero, por otro lado, nadie negaría que el rey David era un hombre valiente, en vista del episodio con Goliat; no obstante lo cual consideró prudente en su momento huir tanto de Saúl como de su propio hijo Absalón: “Y trató Saúl de clavar a David en la pared con la lanza, pero este se escurrió de la presencia de Saúl, y la lanza se clavó en la pared; David huyó y escapó aquella noche. Saúl envió mensajeros a la casa de David para vigilarle a fin de matarlo por la mañana; pero Mical, mujer de David, le avisó, diciendo: Si no pones a salvo tu vida esta noche, mañana te darán muerte. Mical descolgó a David por una ventana, y él salió, huyó y escapó” (1 Samuel 19:10-12 NVI); “Ese mismo día David, todavía huyendo de Saúl, se dirigió a Aquis, rey de Gat” (1 Samuel 21:10 NVI); “Entonces David les dijo a todos los oficiales que estaban con él en Jerusalén: ─¡Vámonos de aquí! Tenemos que huir, pues de otro modo no podremos escapar de Absalón. Démonos prisa, no sea que él se nos adelante. Si nos alcanza, nos traerá la ruina y pasará a toda la gente a filo de espada” (2 Samuel 15:14 NVI).

Es más, Dios mismo ordenó a su pueblo huir en circunstancias históricas determinadas, caracterizadas por ciertas condiciones específicas que justificaban la huida en estos casos, como lo indicaron los profetas Isaías y Jeremías en relación con los caldeos: “¡Salgan de Babilonia! ¡Huyan de los caldeos! Anuncien esto con gritos de alegría y háganlo saber…” (Isaías 48:20 NVI); al igual que lo hizo el Señor Jesucristo con sus discípulos: “Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra. Les aseguro que no terminarán de recorrer las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre” (Mateo 10:23 NVI); “Entonces los que estén en Judea huyan a las montañas, los que estén en la ciudad salgan de ella, y los que estén en el campo no entren en la ciudad” (Lucas 21:21 NVI), a lo cual sus discípulos respondieron obedientemente: “Cuando los apóstoles se enteraron, huyeron a la región de Licaonia, a las ciudades de Listra y Derbe y sus alrededores” (Hechos 14:6), sin que por ello hayan dejado de ser valientes, como pudieron demostrarlo cuando, según tradiciones confiables, tuvieron que afrontar su martirio, haciéndolo con la frente en alto.

Dios nos pide apartarnos y huir de cosas tales como las malas pasiones: “Huye de las malas pasiones de la juventud…” (2 Timoteo 2:22 NVI), de las doctrinas extrañas: “En cambio, nunca siguen a un extraño, sino que huyen de él, porque su voz les resulta desconocida” (Juan 10:5 BLPH), de los que viven en el error: “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error” (2 Pedro 2:18 RVR), de la corrupción que hay en el mundo: “Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4 NVI), de la inmoralidad sexual: “entonces ella tomó a José de la ropa, y le dijo: «¡Acuéstate conmigo!». Pero él le dejó su ropa en la mano, y salió huyendo afuera” (Génesis 39:12 NBLA); “Huyan de la inmoralidad sexual…” (1 Corintios 6:18 NVI) y de la idolatría: “Por tanto, mis queridos hermanos, huyan de la idolatría…” (1 Corintios 10:14 NVI).

Siempre será, pues, aconsejable, además de ser una muestra de prudente valentía, atender la exhortación: “Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo eso…” (1 Timoteo 6:11 NVI)

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - La huida del valiente