Un pastor con un cargo electivo ¿debe dejar su congregación?
El campo de la política está experimentando la llegada sistemática de hermanos en la fe que sienten un llamado específico.
29 DE JULIO DE 2019 · 15:00

Estamos viviendo en nuestra América Latina un renovado tiempo de posicionamiento de la iglesia, como hace décadas no se veía. Más allá de los motivos generadores de dicha exposición pública, se empieza a asumir que no se puede encender una lámpara para esconderla debajo de la mesa, sino que la misma debe ser puesta sobre ella para poder alumbrar todo lo que nos rodea.
En ese sentido el campo de la política está experimentando la llegada -ahora sí- más sistemática de hermanos en la fe que sienten un llamado específico, dado por Dios, para ser testigos suyos en medio de la compleja trama de la política y tomar acciones positivas en defensa de los principios del Reino en la tierra.
Al mismo tiempo la iglesia movilizada por la defensa de la vida y la familia como estandarte supra-teológico ha logrado ganar la calle y manifestar públicamente su creencia, que va más allá de un decálogo de especificaciones teológicas, saliendo así de un prolongado letargo que nos mantuvo lejos de la acción unánime y concertada en aspectos “mundanos” que sin duda influyen a corto, mediano y largo plazo.
Ante esta incipiente realidad, cabe la pregunta ¿un pastor que es llamado a involucrarse en el campo de la política debe dejar de ejercer su pastorado en una congregación? La respuesta como todas, nunca es lineal o simple.
Decir en primer lugar que un pastor nunca deja de ser un pastor, lleva la marca de su ministerio a lo largo de su vida (Ro 11:29), esa marca, ese llamado, queda impregnado en su corazón y en su vida para siempre.
No obstante, hay básicamente tres causas razonablemente lógicas por las cuales un pastor puede llegar a dejar su ministerio; la primera de ellas y bastante obvia cuando muere, hay una imposibilidad biológica irreversible (II Tim 4:6; II Ped 1:14); la segunda causa está vinculada al padecimiento de alguna enfermedad que por sus características psicofísicas tornan imposible cumplir con las funciones propias del ministerio pastoral o la dificultan casi al extremo (I Tim 5:23; II Cor 12:7); y finalmente, en mi opinión, cuando a consecuencia de un pecado que estorba el carácter ético e irreprensible que debe tener todo ministro (incluso aunque Dios lo haya perdonado), divorcio, adulterio, abuso de menores, blasfemia, entre otros (I Tim 2:2,7; 3:2), su testimonio se ve sustantivamente dañado.
Ahora bien, retomando nuestra pregunta, quisiera señalar algunas cuestiones previas antes de intentar dar respuesta a la misma. Decir que Dios es Señor de la historia y del tiempo, por ende, de los gobiernos y los reyes, a los cuales levanta y derriba conforme a su voluntad; hay muchos ejemplos de esto a lo largo de las Escrituras (Jer 1:10; Dn 2:21).
Cuando somos conscientes de la soberanía divina en este campo, nos damos cuenta que sin duda, Él también desea instalar autoridades conforme a su corazón para que hagan su voluntad y dignifiquen su nombre en la tierra (I Sam 13:13-14; Hech 13:22), nuestro eterno problema es el mismo que tuvo Israel, tendemos a encerrarnos y ensimismarnos.
En segundo lugar, vale decir que a lo largo de toda la historia Dios usó hombres y mujeres para marcar el ritmo de su voluntad e intervenir en favor de Su pueblo para plasmar su soberanía sobre la tierra (Noé, Abraham, Moisés, Josué, Débora, Jefté, Ruth, Samuel, David, Daniel, José, María, Jesús, Pedro, Pablo, Juan; Lutero, Zuinglio, Wesley, entre muchos otros); todos y cada uno de ellos mostraron que era posible en sujeción a Dios cambiar sus contexto, realidades y sociedades. Muchos de ellos y otros no mencionados ocuparon cargos de importancia o al menos sus ministerios influenciaron sobre las autoridades al punto que las mismas se dejaron guiar por sus consejos y acciones.
Por otra parte, la mayor revolución en la historia fue realizada, en sentido histórico, por un carpintero y un grupo compuesto en su mayoría por simples pescadores, el Evangelio. Es pues el Evangelio de Jesucristo el que fue capaz de transformar el imperio romano del primer siglo y diversas sociedades a lo largo de toda la historia.
Ese mismo Evangelio que sentencia que en Cristo no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, todos somos iguales ante Él. Por primera vez de la mano del Evangelio arribó la dignidad y la correcta valorización para la humanidad, como en su momento lo hizo de la mano de los Diez Mandamientos y la Ley (significativo avance social y cultural).
En virtud de esto no es extraño que la iglesia sea llamada a ser un agente eficaz para la transformación, no por medio de los actos litúrgicos, las declaraciones dogmáticas o las meras proclamaciones espirituales, sino por medio de la cruz, el amor y la misericordia, únicos medios eficaces para el cambio social e individual que solo produce el Espíritu Santo.
Ante lo expuesto cabe decir, en mi opinión, un pastor que es llamado por el Señor a actuar en el campo político, utilizada dicha terminología en el sentido Bourdiano, debería dejar su congregación temporalmente hasta tanto agote su participación público-política por las razones que mencionaré sucintamente a modo de inicio de la reflexión posterior que sin duda deberá acontecer puertas adentro de cada iglesia o denominación.
- Primero, en las palabras de Jesús “no se puede servir a dos señores”, no por la falsa conceptualización que tuvo la iglesia por años respecto de la política, como si fuera algo “mundano y del Diablo”, lo cual acarreó un posicionamiento incorrecto (fuga mundi) y un repliegue contrario a las normas básicas del Evangelio que enfatiza estar donde está el pecador; sino por la complejidad de las dos tareas a desarrollar en forma simultánea. Por razones de tiempo, gestión, dedicación y optimización, no veo viable hacer ambas cosas a la vez con la compenetración que se requiere por ambas.
- En segundo lugar, correríamos el peligro de desvirtuar la misión, confundir los campos de acción, en el estricto sentido del término (confusión) perder de vista la objetividad, la imparcialidad y el hecho de que nunca le ha ido bien a la iglesia cuando se “confundió” en propósito y acción con el estado, usar los beneficios del estado indebidamente también puede aplicarse al campo religioso, y es una terrible tentación hacerlo en una posición pública.
- En tercer lugar, se correría el riesgo de “manipular” a la congregación. Si bien esto siempre es indebido y peligroso, más lo es cuando se hace con fines electorales o partidarios, perderíamos objetividad en nuestra acción, se confundirían nuestras metas y se condicionaría el mensaje contra el pecado y la corrupción el cual sigue teniendo a la iglesia como protagonista principal por la voluntad sacra.
- Finalmente, se correría el peligro de desatender a las personas, entrar en la negativa espiral del pastor negligente que no cuida la lastimada, no venda la perniquebrada, ni sale a buscar la extraviada, al ejemplo de los pastores insensatos que descuidan su ocupación por intereses distintos. La pesada carga de la cruz no puede ocasionar distracciones que menosprecien el sacrificio de Jesús o al menos lo desatiendan.
El pastor que desea incursionar en la acción política y logra obtener un cargo electivo, debe seguir viviendo los principios del Reino en un marco de santidad y búsqueda del Señor, pero debe “cambiar las ovejas a pastorear y el lugar del pastoreo”.
El nuevo rebaño estará en el parlamento, el poder ejecutivo o el judicial, las nuevas ovejas a pastorear son las que se ganen por el ejemplo, la dedicación y la predicación en un lenguaje absolutamente distinto al que estamos acostumbrados a usar.
Cambia el lugar en el cual se pone el candelero, se modifica la realidad específica a influenciar, es diferente el lugar desde el cual se ayudará a gestar el cambio social.
El desafío tiene la misma intensidad, la misma motivación, las armas siguen siendo espirituales y no carnales, pero el púlpito necesariamente es otro.
El pastor que desea incursionar en la acción política y logra obtener un cargo electivo, debería dejar su congregación para conquistar con la ayuda de Dios, una absolutamente diferente, pero que también necesita ver la luz del Evangelio y escuchar que Jesús también murió por ellos. Todo un desafío.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - Un pastor con un cargo electivo ¿debe dejar su congregación?