La iglesia que impacta: dones sirviendo, no cargos

La iglesia primitiva impactó por medio de un proceso eclesiológico dinámico.

    04 DE MARZO DE 2019 · 17:00

    Louis Hansel, Unsplash,café, camarera
    Louis Hansel, Unsplash

    Como venimos señalando en los artículos anteriores Dios se mueve por principios establecidos en su Palabra que facilitan su intervención en medio de las personas y las ciudades.

    Particularmente hemos visto dos procesos que permitieron a la iglesia primitiva ir ganando con el Evangelio de Jesucristo el Imperio Romano, esto es: un proceso de cambio espiritual y un proceso de transformación social basado en el amor.

    Queremos adentrarnos ahora en el tercer aspecto llevado a cabo por nuestros hermanos, un proceso eclesiológico dinámico.

    En este punto debemos reconocer que cuando nos acercamos al Nuevo Testamento con nuestra mentalidad moderna y occidental tendemos a presuponer que la estructura eclesiástica de la iglesia primitiva tenía tal o cual característica y, tratamos de ponerle un rótulo. Sin embargo, es dable mencionar que los primeros cristianos se movían por la obediencia, el amor y de manera ágil y variada.

    Si bien es cierto que el grupo apostólico (los doce), tanto por su autoridad natural dada por el hecho de haber estado con Jesús, como por su solvencia espiritual, ejercían el control de la iglesia desde Jerusalén, eran los referentes no solo del testimonio sino además, del gobierno eclesiástico.

    Sin embargo, esto no era un obstáculo para que la iglesia desarrollase su misión en un marco sumamente activo, plural y cambiante.

    San Pablo con un ministerio particularmente itinerante se había asegurado cierta independencia de Jerusalén para cumplir su ministerio, sin dejar de enviar sus reportes y con un interesante canal de diálogo con Jerusalén.

    Pablo otorgó la misma libertad a sus ayudantes en el ministerio, a Tito, Filemón, Timoteo, Bernabé y tantos otros; les permitió formarse con él, estar plenamente involucrados en sus viajes misioneros y ayudarle a fundar las iglesias que más tarde ellos pastorearían y conducirían.

    Usaron una multiplicidad de métodos y formas para llevar adelante la evangelización (proclamación, enseñanzas, debates, discursos, testimonios, milagros e incluso martirio) pero esto no se debe solamente a su amplia visión metodológica, sino a su modelo eclesiológico fundado dones y ministerios en oposición a uno de cargos eclesiásticos.

    Se articulaba la iglesia a partir de los dones y no a partir de áreas de trabajo estancas.

    El cuerpo estaba unido y cada día era edificado y sobreedificado sobre el fundamento de la iglesia que es Cristo, dice la Palabra: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el cuerpo bien coordinado, va creciendo para ser templo santo en el Señor…” (Ef.2:20-21). Había desarrollo, fundamento y crecimiento, más allá de los propios altibajos que el texto sacro se encarga de mencionar.

    John Stott lo señala con más claridad:

    Pero si la iglesia local ha de llevar a la práctica el papel que Dios le ha dado, primeramente tiene que cumplir con cuatro condiciones. Tiene que entenderse a sí misma -teología de la iglesia- organizarse a sí misma -estructura de la iglesia-, expresarse a sí misma -el mensaje de la iglesia- y ser ella misma -la vida de la iglesia-… (1995, p.231)

    Dentro del marco referido a nivel muy general va de suyo que la iglesia alcanzó un nivel de adaptabilidad sumamente llamativo, no solo para realizar cambios internos motivados por la dinámica de la misión o corregir algunos deslices teológicos, sino que este nivel de adaptabilidad tomó una creciente importancia en la tarea evangelizadora.

    Se nos dice que predicaban en las sinagogas, el templo, las plazas, las casas, el areópago y por todas partes.

    Podemos dar algunos ejemplos: “Y perseveraban unánimes cada día en el templo y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hech. 2:46). “...y como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas…” (Hech. 20:20). “Aconteció en Iconio que entraron en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos” (Hech. 14:1). “Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos hablábamos a las mujeres que se habían reunido” (Hech. 16:13). “Pasando por Antípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo como acostumbraba fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos” (Hech. 17:1-2). “Y tomándole [a Pablo] le trajeron al areópago diciendo: ¿podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas?… Entonces Pablo puesto en pie en medio del areópago, dijo:….” (Hech. 19: 22).

    Todo ámbito era bueno para predicar y extender el Reino. Tal es así que en el Nuevo Testamento se ve a los discípulos predicar en todo momento y lugar.

    La eclesiología de la iglesia primitiva permitía que aparte de los apóstoles y ministros formales, tuvieran cabida los llamados “ministros itinerantes”. No tenían instalada la falsa idea dicotómica clero-laico, pero sí, tenían arraigados los principios escriturales de “pueblo de sacerdotes” y “nación santa”.

    Dice Green sobre el particular:

    Las principales características de los ministros itinerantes eran no permanecer en un solo lugar, estar dedicados a la vida de pobreza, no eran elegidos por las iglesias, como ocurría con el ministerio establecido, sino que ellos mismos se sentían llamados a esta obra directamente por Dios. Sus vidas, mensajes y sus logros eran las credenciales que mostraban. Hombres así eran tenidos en alta estima (1997, Tomo V, p.16)

    La próxima semana: ¿Cómo ser hoy una iglesia dinámica que impacta la sociedad?

     

    Bibliografía:

    Gene Getz, (1982). Refinemos la perspectiva de la iglesia. USA. Editorial Caribe

    Michael Green, (1997). La evangelización en la iglesia primitiva. Buenos Aires, Nueva Creación.

    John Stott, “El cristianismo contemporáneo – Un llamado urgente a escuchar con los dos oídos”, Grand Rapids, USA 1995, pp. 231

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