Discernimiento espiritual en tiempos de confusión

Necesitamos ojos espirituales, es una necesidad urgente en medio de la confusión actual.

07 DE SEPTIEMBRE DE 2025 · 08:00

Geralt, Pixabay,ojo mundo, ojo planeta
Geralt, Pixabay

Desde la infancia, buscamos modelos a seguir. Imitamos con admiración a figuras cercanas o mediáticas, creyendo que en ellas encontraríamos dirección y propósito. Esta búsqueda, aunque natural, responde a una necesidad profunda: el deseo de identidad, pertenencia y significado.

Sin embargo, cuando experimentamos el nuevo nacimiento en Cristo, esa necesidad encuentra su verdadera respuesta. Se nos revela que el único modelo digno de imitación es Jesucristo, quien encarna la plenitud del propósito divino para nuestras vidas.

 

Contrastando dos perspectivas

El mundo ofrece modelos que apelan a lo sensorial, lo vano y lo perecedero. Aunque puedan parecer atractivos en la dimensión humana, carecen de sentido espiritual y de trascendencia eterna. Para los hijos de Dios, estos referentes ya no son válidos. Nuestra mirada debe alinearse con la perspectiva del Señor, que es radicalmente distinta: eterna, santa y revelada por el Espíritu.

Jesús mismo confrontó esta diferencia de perspectivas en su ministerio. Cuando Pedro intentó disuadirlo de ir a la cruz, el Señor le respondió: “No piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23). Esta frase resume el conflicto entre la visión natural y la espiritual. El mundo busca evitar el sufrimiento, preservar el ego y alcanzar éxito visible. Dios, en cambio, nos llama a morir al yo, a vivir en obediencia y a caminar por fe.

 

La revelación del Espíritu: fundamento del discernimiento

El apóstol Pablo, en 1ª Corintios 2:10–16, nos presenta una enseñanza clave sobre cómo discernir desde la perspectiva divina. Este pasaje establece una diferencia clara entre el conocimiento humano y la revelación espiritual:

  • “Pero Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo examina todo, aun las profundidades de Dios” (v.10).

Aquí se afirma que el Espíritu Santo es el único capaz de escudriñar las profundidades de Dios y revelarlas a los creyentes. Esta revelación no es producto de la razón humana, sino del acceso espiritual que se nos concede por gracia.

  • “Porque ¿quién de entre los hombres puede saber las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así mismo, nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (v.11).

Pablo establece una analogía entre el conocimiento interno del ser humano y el conocimiento divino que sólo el Espíritu de Dios posee. Por tanto, es vital que los creyentes se dejen guiar por el Espíritu, y no por los dictados de una cultura que opera desde la psiquis y no desde el espíritu.

Este discernimiento espiritual no es un lujo, sino una necesidad urgente. En tiempos donde la confusión reina, donde lo bueno es llamado malo y lo malo bueno (Isaías 5:20), necesitamos ojos espirituales para ver con claridad. La revelación del Espíritu nos permite distinguir entre lo eterno y lo pasajero, entre lo verdadero y lo engañoso.

 

Hablar desde lo alto: palabras con peso eterno

  • “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que entendamos lo que Dios nos ha dado” (v.12).

Al recibir el Espíritu de Dios, somos capacitados para comprender lo que se nos ha concedido. Esta comprensión no se traduce en palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino en expresiones espirituales que comunican verdades eternas:

  • “...explicamos las cosas espirituales con términos espirituales” (v.13).

Este lenguaje espiritual, aunque poderoso, es incomprensible para el hombre natural. Pablo lo aclara:

  • “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son una locura” (v.14).

El hombre guiado por su mente, y no por el Espíritu, no puede entender las cosas reveladas por Dios. Las considera locura. Por eso, al comunicar el evangelio, debemos hacerlo con sencillez, pero sin diluir su profundidad. Jesús hablaba en parábolas, no para ocultar la verdad, sino para que quienes tuvieran oídos espirituales pudieran comprenderla.

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La mente de Cristo: visión, madurez y responsabilidad

  • “En cambio, el hombre espiritual juzga todas las cosas... Pero nosotros tenemos la mente de Cristo” (vv.15–16).

Tener la mente de Cristo es un privilegio que nos permite ver desde la perspectiva de Dios. Pero también implica una gran responsabilidad: se espera de nosotros madurez, testimonio y un hablar que refleje la altura espiritual que hemos recibido.

La mente de Cristo no es sólo una capacidad intelectual, sino una disposición del corazón. Es pensar como Él, sentir como Él, actuar como Él. Es vivir con compasión, justicia, obediencia y humildad. Es mirar al mundo con los ojos del Padre, y responder con la sabiduría del Espíritu.

Cuando los creyentes actúan como el mundo, el testimonio se debilita y la decepción se instala. El mundo espera que seamos sal y luz, y no dudará en señalar cuando no lo somos. Por eso, debemos cuidar nuestra conducta, nuestras palabras y nuestras decisiones. No para agradar a los hombres, sino para honrar al Dios que nos ha dado su Espíritu.

 

Vivamos como gente espiritual

Tener la mente de Cristo significa ver, caminar y hablar como personas conformadas a su imagen. No estamos llamados a imitar modelos humanos, sino a reflejar el carácter de Aquel que nos llamó. En medio de la confusión del mundo, nuestra victoria está en vivir guiados por el Espíritu, con discernimiento, firmeza y amor.

Hoy más que nunca, se necesita una iglesia que piense con la mente de Cristo, que hable con palabras del Espíritu y que camine con pasos de obediencia. Que no se conforme a este siglo, sino que sea transformada por la renovación de su entendimiento (Romanos 12:2). Que vea desde lo alto, viva con propósito y hable con autoridad espiritual.

Porque ver desde la perspectiva de Dios no es una opción para los creyentes: es nuestra vocación, nuestro llamado y nuestra misión.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Clarinada venezolana - Discernimiento espiritual en tiempos de confusión