El pecado de omisión

No sigamos disfrazando nuestra indiferencia, no podemos seguir pecando por omisión, no callemos ante la injusticia y la inmoralidad.

15 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 08:00

María Tereva, Unsplash,indiferencia
María Tereva, Unsplash

La omisión es uno de los pecados que socialmente más se acepta en el mundo, es algo así como la «mentirita blanca» argüida por los católicos. Si entendemos que omisión es una «falta por haber dejado de hacer algo necesario o conveniente en la ejecución de una cosa o por no haberla ejecutado» (DRAE); o lo que es más grave aún y que también corresponde a la definición que da la RAE: «Delito o falta consistente en la abstención de una actuación que constituye un deber legal».

Y a saber, todo delito es un grave pecado ante los ojos de Dios porque viola las leyes terrenales y cualquier violación a una ley terrenal con sentido moralista, automáticamente nos convierte en violadores de la Palabra de Dios, pues todo incumplimiento o desobediencia terrenal implica andar en ilegalidad espiritual ante el Señor. Por lo tanto, no existe «omisión blanca» o licencia para pecar poquito.

De eso da cuenta la Biblia en la carta de Santiago (4:17), cuando expresa: «El que sabe hacer lo bueno [lo correcto], y no lo hace, comete pecado». Así, claro y tajante. A la luz de las Escrituras, la omisión ocurre cuando sabemos lo bueno y correcto que debemos hacer y sencillamente no lo hacemos -cualquiera sea la excusa.

Lo más grave de esto es que por ese pecado la gente se puede ir a la eterna condenación y no solo por aquellos que han mal denominado «pecados capitales». ¡No hay «omisión blanca»!

Se imagina la inmensa cantidad de gente pecando por simplemente no hacer lo bueno que debería, tanto contra sí como contra aquellos que le rodean. ¿Estará leyendo esto algún político y gobernante?, y la lista de los implicados es muy, muy larga; tan larga que llega hasta cada uno de nosotros.

Con razón en una ocasión los discípulos del Señor «se asombraron aún más, y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús los miró fijamente y les dijo: “Esto es imposible para los hombres, pero no para Dios. Porque para Dios todo es posible” (Marcos 10:26-27). La omisión, como cualquier otro pecado, requiere se perdonado y limpiado por la sangre que derramó nuestro Señor Jesucristo por amor a nosotros.

Una cosa es que los hombres a quienes no les importa ni Dios ni el prójimo vivan pecando por omisión, lo cual es una manifestación de orgullo y soberbia; y otra muy diferente es que los creyentes incurramos en omisión por aquellas cosas que sabemos son buenas y debemos hacer, pero no las hacemos, ¿ha pedido usted perdón al Señor por esos pecados de omisión?, pues es hora de hacerlo.

Una de las manifestaciones más grandes y graves de omisión por parte de los cristianos, la vemos a diario en nuestro mundo, cuando pasan cosas aberrantes y muchos líderes cristianos ni se inmutan por ellas ni las denuncian. Digo líderes, porque son en primera línea quienes deben hacerlo y enseñarles a los demás cristianos cómo deben comportarse ante la inmoralidad, la injusticia y cualquier otra violación de los principios y preceptos bíblicos.

Quedamos muy asombrados cuando en estos días un connotado líder cristiano norteamericano objetó que «parcializaran políticamente a la iglesia», cuando a todas luces sabemos qué es lo que se está jugando con estas elecciones presidenciales de EE.UU., y no decirlo sería un pecado de omisión como tantos otros que se han cometido.

La Biblia enseña que los hijos de Dios somos «sal, luz y atalayas», ¿para qué?, sino para hacer la diferencia y levantar nuestra voz de autoridad en contra de todo aquello que el Señor abomina y actuemos en favor de todo el buen deseo de Dios para este atribulado y desesperanzado mundo.

Ante el avance de la agenda del espíritu del anticristo en las postrimerías de la era de pecado de la humanidad es preponderante ser verdaderamente sal y luz de este mundo que está siendo arropado por las tinieblas. No podemos relegar nuestro papel de atalayas del Señor, sino que debemos levantar el estandarte del reino de los cielos que nos delegó Jesús antes de ascender a su trono de gloria para decirle a los hombres que hay una salida a su tragedia y está en Cristo Jesús; porque «para Dios todo es posible».

No sigamos disfrazando nuestra indiferencia, no podemos seguir pecando por omisión, no callemos ante la injusticia y la inmoralidad del mundo, el Señor no nos lo aceptará jamás, seamos lo que Él dijo que somos: somos la solución para un mundo perdido. Pero «si la sal pierde su sabor no sirve ya para nada»; reconozcamos que la omisión es tan grave como el adulterio, la homosexualidad y el asesinato. Es hora de cambiar, ¡lo hará usted...!

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Clarinada venezolana - El pecado de omisión