Porque Jesús nació, podemos decir sin temor ¡Abba! ¡Padre!
Navidad nos recuerda que en Jesús hemos sido adoptados. Ya no tenemos que hacer nada para demostrar que somos hijos.
23 DE DICIEMBRE DE 2024 · 13:00

Pero cuando llegó el tiempo señalado por Dios Padre, Dios envió a su Hijo, nacido entre nosotros de una mujer, nacido bajo las condiciones de la ley, para redimirnos a los que habíamos sido secuestrados por la ley. Así fuimos liberados para experimentar nuestra herencia legítima.
Ahora podemos estar seguros de que somos plenamente adoptados como hijos por Dios porque Él envió al Espíritu de su Hijo a nuestras vidas clamando: “¡Papito! ¡Padre!”.
¿Acaso ese privilegio de una conversación íntima con Dios no deja en claro que ustedes no son esclavos, sino hijos? Y si son hijos, también son herederos, con acceso completo a la herencia. (Gálatas 4. 4-7 MSG).
En este tiempo de navidad, es tiempo donde suelen ocurrir cambios en las vidas de muchas personas. Hablo de cambios externos. Muchos cobraron el aguinaldo, entonces adornan la casa, se compra ropa nueva, algunos se cambian de peinado, y las familias preparan regalos.
Dejaré el evangelio de Juan por estas fechas, y les invito a tratar de entender este texto de Pablo a los Gálatas. Uno de los pastores de mi iglesia, Hugo Torres, predicó usando este texto el domingo pasado, y me pareció un texto muy oportuno, reconfortante y liberador.
El texto está en medio de lo que les mencioné anteriormente, un conflicto en la iglesia entre Pablo, y los judaizantes que predicaban como fórmula de salvación (Jesús + circuncisión).
Terminando el capítulo 3 Pablo dice: En la familia de Cristo no puede haber división entre judíos y no judíos, esclavos y libres, hombres y mujeres. Entre nosotros todos somos iguales, es decir, todos estamos en una relación común con Jesucristo. Además, dado que ustedes y yo somos la familia de Cristo, entonces somos la famosa “descendencia” de Abraham, y herederos según las promesas del pacto. (MSG)
No quiero tratar aquí a profundidad el significado de la ley aquí en este texto, pero sabemos que ni en el Antiguo Testamento, ni en el Nuevo, la salvación se obtenía por medio de la obediencia a los mandamientos. Todo el sistema religioso judío, y también el de los judaizantes en tiempo de Pablo, pretendía que los que formaban “el pueblo de Dios”, tuvieran ciertas características, de manera obligatoria. Eso mismo suele ocurrir en la actualidad.
Hoy también pasa, que las religiones suelen tener alguna cuestión que les caracteriza, y entonces dicen: No puedes ser bautista si no haces esto…; o no puedes ser pentecostal si no haces esto… ; o no puedes ser adventista, si no crees en esto …. y si no obedeces esto… O por el contrario para ser… no debes usar tal peinado…, no debes usar pantalón…, no debes esto… esto… y esto.
En tiempos de la Iglesia del Nuevo Testamento, muchos querían volver al tema de la esclavitud de la ley. Y no que la ley en sí misma hubiese sido mala. El mismo Pablo dice en Romanos 7:12: "De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno".
Pero el tema es que el sistema religioso olvidó identificar a las leyes del Antiguo Testamento con Jesucristo. Y el Nuevo Pacto indica que la ley de Cristo, es una ley de libertad.
Lo que quedó desarmado con Jesús, es el poder de la religiosidad. Esa esclavitud a los ritos, a las tradiciones, a los formatos esclavizantes. Porque lo que hace la religión es alejar a la gente de Dios, y esclavizarlos al sistema.
Baker dice (p. 172): La religión puede ponerse un traje, como el de la ley, con el cual aparenta ser algo de Dios. Pero cuando ese poder, con el traje de religión, coopera en crucificar al hijo de Dios, queda despojado del traje y expuesto su verdadero carácter de fuerza elemental.
Es en este contexto que surge el mensaje navideño de Gálatas, presentando a Dios, haciéndose un ser humano real, de carne y hueso, donde él mismo se sujeta a su propia ley, para redimirnos a los que habíamos sido secuestrados por la ley, específicamente por la ley de la religión, que trata de identificar quiénes son hijos de Dios por cuestiones externas.
De alguna manera, el mensaje de Pablo es que todos estábamos separados de Dios, buscando ganarnos de formas equivocadas “la aprobación del Señor”, con nuestra torpeza, procurando ser “buenos hijos de Dios” para que él nos acepte. Muchas veces somos como el hermano del hijo pródigo, pensando que Dios nos acepta “por lo bueno que somos”.
Pero la buena noticia, es que la navidad nos recuerda que en Jesús hemos sido adoptados. Ya no tenemos que hacer nada para demostrar que somos hijos, porque Jesús hizo todo lo necesario. No necesitamos andar angustiados, queriendo ser mejores. No necesitamos andar obligando a los demás a que hagan esto, esto o lo otro, porque en Jesucristo, junto con el Espíritu Santo, podemos exclamar ¡Abba! ¡Padre!, tu eres nuestro Papito.
La navidad nos recuerda que somos hijos y herederos. Antes de Jesús, tanto judios, como gentiles estábamos separados de Dios, condenados por el pecado, pero también condenados por la religión… Esa maldita religión, que nos quiere hacer aparentar que somos personas maravillosas, que somos perfectos.
Recordemos esta navidad, que el mejor regalo que podemos recibir es el de Jesucristo mismo. En Jesucristo somos adoptados como hijos, y ya no necesitamos vivir aparentando, tratando de demostrar que somos buenos, porque únicamente en Jesús somos buenos, y por su gracia también haremos buenas cosas, buenas obras de amor, pero no para tratar de demostrar algo, porque la navidad, además de hacernos recordar que Jesús nació, debiera hacernos recordar que fuimos adoptados como hijos de Dios.
Desmond Ford, un predicador australiano, citando al pre reformador William Tyndale dijo:
El Evangelio es «las buenas, alegres, y felices noticias que hacen que el corazón cante y que los pies dancen»
Muchos hemos intentado cumplir un deseo interior, impulsado a veces por fuerzas externas (mucha “presión religiosa”), queriendo trascender nuestra naturaleza humana y pecadora.
Muchas veces yo mismo en el pasado he intentado hacer cosas fuera de mi alcance, y he quedado en ridículo, ante Dios, ante otras personas, y ante mí mismo. Nos inventamos la innecesaria obligación de ser como Dios.
En consecuencia, sentimos la punzante humillación de no ser suficientemente buenos, de ser inferiores y de haber perdido el control.
No tenemos que ser buenos para ser salvos, pero sí tenemos que ser salvos para ser buenos. No se trata de quiénes somos, sino de a quién pertenecemos. ¡Cuán bueno es Dios! «No hay nada que podamos hacer para que Él nos ame más, ni nada que podamos hacer para que nos ame menos».
La paz es una profunda disposición del corazón. Es humildad, es la capacidad de renunciar a la necesidad de ser aprobados por los demás o por nosotros mismos. Esa posibilidad tiene base en la certeza de que nuestros aciertos o nuestras faltas en cualquier área no afectan en absoluto el amor de Dios hacia nosotros y nuestros prójimos. La paz que viene de confiar en que Dios acepta nuestro auténtico ser es la base de nuestra capacidad para llevar el amor reconciliador de Dios a otros en los ámbitos más humildes y en las acciones más humildes y cotidianas.
Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero. (4.7)
Hasta aquí. Feliz Navidad. Bendiciones y ¡Hasta la próxima!
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Pytheos - Porque Jesús nació, podemos decir sin temor ¡Abba! ¡Padre!