Lo único permanente es el cambio
Debemos discernir los cambios en la Iglesia a la luz de la Escritura. A Jesús no le impresionaba la rigidez y el celo en guardar reglas y tradiciones.
27 DE AGOSTO DE 2024 · 08:00

Parte de lo que nos han enseñado en nuestras iglesias es que “cambio” es una palabra sospechosa. En el contexto nuestro, el término “cambio” no es bien escuchado. Suena a desviación, a alteración de normas, a desconocimiento de los fundamentos.
Sin embargo, no necesariamente tiene que ser así. Podemos cambiar para ser mejores. El apóstol Pablo fue un hombre de cambios. Es más, en una de sus exhortaciones manda que no nos conformemos al estado de cosas actual, sino que nos transformemos por medio de la renovación de nuestro entendimiento en procura de conocer cuál es la voluntad de Dios (Romanos 12:1).
Pero por diversas razones nuestras iglesias han sido foco de resistencia al cambio. Eso incluye lo bueno y lo malo. La meta que nos hemos hecho es resistirnos a todo cambio como si esto simplemente nos asegurara el bien. No importa si se nos pide que cambiemos a mejor. Oponerse a los cambios es una misión y con eso basta, no importa si lo que estamos haciendo está mal, no estamos dispuestos para hacer cambios.
Una de las razones por la cual nos oponemos a los cambios es que esto trae incertidumbre. Tenemos miedo a aprender cosas nuevas. Lo nuevo nos desafía, nos saca de esa “grata rutina” en la que hemos vivido por años.
Si usted es renuente a los cambios, les tengo malas noticias: los cambios son inevitables, o usted se prepara para trabajar con ellos o simplemente lo arrollaran.
Los cambios invaden ese sentido de seguridad en que hemos vivido por años. “Yo hago las cosas así, porque así fue que me las enseñaron.” Con esa excusa queremos ocultar nuestro miedo a cambiar.
Cuando Jetro, el suegro de Moisés, le propuso a éste que cambiara su forma para atender las quejas del pueblo, estaba buscando un procedimiento más práctico y ágil, y que al mismo tiempo le diera más descanso a Moisés. Era una propuesta para que Moisés compartiera su autoridad.
Jetro le hizo Moisés una sugerencia atrevida. Se trataba del líder máximo, el hombre en cuya frente aún brillaba la gloria del Sinaí. Moisés pudo reaccionar reafirmando su liderazgo, apelando al rol protagónico que había desempeñado. Sin embargo, Moisés fue flexible a la sugerencia de un hombre común y corriente. Moisés escuchó y acató el consejo: el beneficio fue para todos.
Con frecuencia pensamos que ser flexibles a los cambios es falta de espiritualidad, que vamos a perder autoridad. Quizás este es otro de los motivos del miedo a los cambios. Pensamos en lo qué nos quitan a nosotros, no en qué nos benefician a todos.
No quiero decir tampoco que todos los cambios por simplemente traer cosas nuevas son buenos. Frente a esta inevitable avalancha de cambios tenemos que apelar al discernimiento espiritual y abrirnos aquellos cambios que contribuyan a la expansión del Reino de Dios.
Estamos en una época de cambios y como creyentes en Cristo tenemos que aprender a vivir con ellos. Es decir, abrirnos a aquellos cambios que no alteran los principios esenciales de la fe cristiana.
Estoy hablando de la fe cristiana, no de las tradiciones y tabúes que por décadas hemos cultivado. Me refiero a estas tradiciones extra bíblicas que solo han servido para guardar apariencia, para crear mecanismo de control y dominación, y para generar insolubles conflictos y controversias que en nada contribuyen a mejorar el sentido y propósito de la vida, que fue lo que destacó nuestro Señor Jesucristo con tanto énfasis.
Al Señor Jesús no le impresionaba tanto la rigidez y el celo de las gentes para guardar reglas y tradiciones. Pocas veces se le ve aprobando a alguien por sus poses religiosas, más bien Jesús siempre tuvo a bien reconocer a la gente por su sentido práctico a favor del bien y de la vida como mandan las Escrituras.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Lo único permanente es el cambio