Cuando dormir en cama es un sueño
El lecho, esa pieza en la que no solo descansamos físicamente sino también emocionalmente.
08 DE MAYO DE 2024 · 08:00

Durante el día pensamos poco o nada en nuestra cama. Pasamos las horas diurnas olvidados del confortable y cómodo rectángulo que le da sentido a ese rincón íntimo donde descansamos las agotadoras jornadas de todos los días.
Normalmente nos desentendemos de esa pieza en la que no solo descansamos físicamente sino también emocionalmente. Solo cuando declina el día y el sueño nos invade con la noche, la grata acogida de la cama asoma a nuestras sensaciones trayendo el alivio y el descanso que se encargará por horas de restaurar las energías consumidas en nuestra faena diaria.
La habitación donde está nuestra cama es ese espacio de intimidad y reposo, de sueño, de recuentos y síntesis de pensamientos y hechos que ocuparon nuestro diario trajinar.
Es punto de encuentro donde compartimos secretos y caprichos, donde la cercanía y la intimidad provocan el sensual abrazo que despierta la pasión conyugal y la expresa en plenitud hasta dejarnos en la placidez más satisfactoria y sublime.
La habitación en la que ubicamos nuestra cama, regularmente, es un espacio decorado con detalles visuales que sugieren sosiego y recogimiento. Esparcimos agradables olores y las suaves colchas sobre las que hacemos descansar nuestros cuerpos las revestimos de pulcras y delicadas telas con colores que inspiran flacidez y descanso atrayéndonos a la complicidad y al sosiego.
Antes de acostarnos, solemos orar y entregar nuestro sueño al Señor después de repasar los resultados del día. No falta quien cierra la oración con las palabras del salmista: “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Salmos 4:8).
Al día siguiente cuando nos levantamos, el desaliño de nuestra cama nos deja ver cómo, a pesar de estar dormidos, buscamos acomodar nuestro cuerpo cambiando de posición para optimizar el descanso. Nos estiramos, nos volteamos, nos acurrucamos o nos desarropamos de acuerdo a los niveles de temperatura de la noche.
Después de dormir por horas, nos levantamos, oramos, proyectamos mentalmente la agenda que nos espera, y nos ponemos en marcha, ya con las energías necesarias para comenzar de nuevo.
Nos olvidamos de nuestra cama hasta encontrarnos nueva vez tendido sobre su planicie para disfrutar de forma rutinaria de su plácido reposo y confort. Durante el día no pensamos más en la cama, excepto que un apasionado pensamiento no nos asalte y nos insinué un abrazo conyugal de intenso impulso y placer. Fuera de ahí la cama pasa al olvido mientras las horas del día siguen transcurriendo.
Recuerdo cómo hace un año, en horas del legendario servicio evangelístico de nuestro hermano Felipe Ciprian, me senté un rato en el Parque Enriquillo y pude palpar más de cerca el deprimente cuadro de mendicidad e indigencia de quienes no tienen cama.
A pesar de que muchos de nosotros nos acordarnos de la cama solo cuando nos vamos a acostar, tenemos muchas personas en nuestro medio que duermen en el suelo soñando con la cama y cuando despiertan siguen pensando en ella porque no saben dónde van a dormir su siguiente sueño.
Nosotros no pensamos en la cama. No es igual para quien durmió a la luz de las estrellas en un cartón sudado, humedecido y hediondo en la glorieta central del Parque Enriquillo. Él se levanta del suelo frío pensando en si podrá encontrar durante del día un cartón en mejores condiciones para la próxima noche que él siente se acerca con el paso de las horas.
Cada noche, lejos de sentir una cama y un hogar, su lugar de descanso son cartones al ras del suelo o los bancos de duros y fríos metales. Así duermen muchos humanos como nosotros, en los parques, plazas, avenidas y techados de Santo Domingo.
Es cada vez más frecuente salir a la calle y encontrarse con menesterosos errantes que duermen en las principales vías de la ciudad después de andar sin rumbo, descalzos, harapientos, sucios y descuidados.
Aunque para los indigentes las mañanas y noches suelen parecer las mismas, ya no es extraño tener que hacer fintas futbolísticas para no tocar con los pies personas que yacen dormidas en las principales vías de nuestra ciudad.
Igual se encuentran numerosos seres depauperados que duermen en las aceras y debajo de puentes de las principales avenidas, parques y monumentos de nuestros centros urbanos, donde incluso han improvisado casuchas hechas de cartón y otros materiales, que han convertido en sus hogares a lo largo de los años.
Sería importante escoger un día para que, en vez de hacer una de esas marchas triunfalistas y ruidosas, que tan poco aportan a la vida y al testimonio cristiano, saliéramos a encontrarnos en las calles con esas gentes tristes y olvidadas para apoyarlas, higienizarlas, regalarles alimentos, comidas y prendas. Y si es posible asistirlas para que compren una cama.
De esa forma habremos hecho algo grandioso para Dios y la patria. Les aseguro que, por lo menos esa noche, nosotros dormiremos más tranquilos y en paz, y ellos también.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Cuando dormir en cama es un sueño