Dios y las migraciones
La respuesta a las migraciones en la Biblia es dispersa, compleja, profunda, abierta y documentada con realidades humanas dolorosas, y en extremo conmovedoras.
24 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 08:00

La migración y la movilización humana, desde una perspectiva bíblico y teológica, es la actividad que ha marcado la historia. Además el proyecto redentor de Dios se ha expandido a través de las migraciones, que incluso están presentes en la genealogía del Señor Jesucristo.
Reconozco lo complejo y controversial del tema en su aspecto legal y estructural, pero la dignidad y los derechos intrínsecos que porta cada ser humano no pueden ser violentados ni desconocidos.
La migración, como todo fenómeno humano que se teje dentro de una irreductible complejidad situacional, y que en sus diferentes variables tiene inevitable impacto sobre las personas, debe, y de hecho es así, encontrar una respuesta orientadora en la revelación de Dios a través de su Palabra.
Como el mismo problema, la respuesta que encontramos en la Biblia es dispersa, compleja, profunda, abierta y documentada con realidades humanas dolorosas, punzantes y en extremo conmovedoras.
Bastan dos ejemplos, entre otros muchos: Abraham, el iniciador de la nación judía, fue un migrante; Jesús, el Salvador del mundo, fue un migrante perseguido, un desplazado. Su misma condición de divinidad encarnada, lo hicieron un migrante que sufrió el desprecio y los vituperios de una sociedad que nunca lo aceptó como uno de los suyos. Incluso, la misión que el Señor le dio a la iglesia es un mandato migratorio que insta a los discípulos a ir por todas las naciones.
Las divisiones territoriales con todos sus componentes políticos e ideológicos no cuentan tanto para Dios, como cuenta esa instancia superior e inalienable que es el ser humano diseñado con su propia imagen y semejanza. Jesús abandonó la ciudadanía celestial para nacionalizarse como humano y así habitar entre nosotros, y aunque lo tuvo que hacer a través de una nacionalidad territorial, esto no impidió que proclamara la universalidad de su propósito que es alcanzar y unir a los seres humanos de todas las naciones.
Las fronteras divisorias son realidades humanas, son necesarias y aceptadas, pero no constituyen un propósito único y final; en el mejor sentido escatológico son superables, si se lograra la realización plena de la humanidad, resultarían innecesarias.
A Dios le interesa el hombre como tal, sin tomar en cuenta las fronteras demarcatorias que lo separan y lo clasifican de acuerdo a criterios que no forman parte de sus parámetros. Dios apunta a la inclusión, a la universalidad y a la confraternidad humana más allá de las fronteras. La única patria que Dios conoce es la patria del hombre, esa es su instancia única y definitiva.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Dios y las migraciones