La ‘grieta luminosa’ de un mundo herido
Por qué esta generación busca a Dios sin saberlo: el retorno a lo sagrado.
07 DE DICIEMBRE DE 2025 · 08:00
El retorno a lo sagrado (1)
Pese a que llevamos décadas escuchando que la religión agoniza y que la espiritualidad pertenece a los museos del pensamiento, la realidad contemporánea está demostrando algo muy diferente. Las calles, la música, la literatura, el cine, incluso los discursos filosóficos más seculares han comenzado a llenarse de un lenguaje que, sin declararlo abiertamente, revela un retorno profundo a lo sagrado.
La modernidad prometió liberarnos del peso de lo religioso, pero en medio de la hiperconexión, el cansancio crónico y la fragmentación espiritual, algo inesperado sucede: la cultura secular habla otra vez de alma, silencio, trascendencia y sentido. Desde Rosalía hasta Byung-Chul Han, desde Nick Cave hasta escritores como Jon Fosse, lo que emerge es más que un fenómeno religioso, es búsqueda existencial. Una nostalgia de Dios que pide agua. ¿Qué significa esto para nuestra fe? ¿Está la Iglesia preparada para responder a la sed de nuestro tiempo?
Durante gran parte del siglo XX y comienzos del XXI, la narrativa dominante proclamó que la religión estaba destinada a quedar en el olvido. La secularización parecía avanzar con solidez académica. Pero la historia cultural ha demostrado tener más memoria de lo que los diagnósticos vaticinaban. Lejos de naufragar, la pregunta espiritual arriba, no en los templos, sino en las orillas de la creación contemporánea, donde los artistas, filósofos y narradores quieren recuperar símbolos que parecían relegados a la historia. La luz entra, como decía Leonard Cohen1, “por la grieta” que se abre justamente en un mundo herido.
Lo cierto es que esta grieta no solo aparece en el vacío del alma, sino en una civilización que muestra síntomas de agotamiento existencial. El corazón humano, sometido a ritmos que superan su capacidad natural de sentir, recordar y esperar, comienza a mostrar señales de fatiga profunda. Este cansancio colectivo, que no es solo psicológico, sino espiritual, ha preparado el terreno para una nueva sensibilidad hacia lo trascendente; un gesto ancestral que señala hacia lo eterno en medio de lo efímero.
La prensa secular reconoce un retorno inesperado
El reciente artículo publicado en Ethic, titulado El rebrote de la espiritualidad, de Esther Peñas, no procede de un entorno religioso ni defiende la fe cristiana. Al contrario, es un análisis cultural desde una perspectiva completamente secular.
Precisamente por eso, sus conclusiones son tan significativas para quienes observamos la realidad espiritual de nuestro tiempo. Peñas pone de relieve un fenómeno que la Iglesia no puede ignorar. Observa que artistas como Rosalía, en su álbum Lux, utilizan símbolos monásticos y lenguajes místicos sin declararse creyentes. Rosalía aparece vestida con hábito y canta en catorce idiomas, como si la música fuera una plegaria universal.
Nick Cave escribe y entona salmos contemporáneos cargados de referencias bíblicas en Seven Psalms y Wild God, con una profundidad que sorprende en el panorama cultural actual. Cineastas jóvenes retratan monasterios, clausura y vida interior como si fueran espacios de resistencia frente a un mundo desbordado.
En las librerías, Simone Weil vuelve a ser una autora de referencia, y pensadores como Byung-Chul Han2, uno de los filósofos más influyentes del mundo, asumen sin rubor que la oración (sí, la oración cristiana) puede ser un antídoto para la hiperactividad digital.
Todo esto ocurre en una sociedad que sigue proclamando que la religión declina; pero, mientras las estructuras se debilitan, el alma humana está despertando a un anhelo profundo.
Charles Taylor3, en A Secular Age, lo explica con claridad: la secularización no elimina la búsqueda espiritual, la desplaza al interior del sujeto. Y cuando la cultura no ofrece lenguaje suficiente para sostener el alma, ésta regresa a los símbolos primordiales.
Lo que la prensa secular está reconociendo, quizás sin quererlo, es que ninguna sociedad puede vivir indefinidamente sin sentido, sin esperanza y sin trascendencia. La espiritualidad reaparece entonces no como credo, sino como necesidad humana.
El cansancio del alma en la era digital
La sed espiritual contemporánea no puede comprenderse sin analizar antes el fenómeno que la precede: el cansancio del alma moderna. Byung-Chul Han4 denominó a este fenómeno “la sociedad del cansancio”, una civilización que ya no es esclava de amos externos, sino de su propio rendimiento. El ser humano se explota a sí mismo bajo la tiranía de la productividad, de la autoexigencia y del optimismo obligatorio. La fatiga deja de ser una condición física para convertirse en un estado del alma.
El exceso de estímulos ha sustituido el silencio por un ruido perpetuo que no solo cansa, sino que impide escuchar la propia alma. La hiperproductividad ha vaciado la vida de significado, transformando al ser humano en un engranaje de rendimiento constante. Incluso los espacios que antes pertenecían a la intimidad o a la trascendencia han sido colonizados por pantallas, notificaciones y distracciones continuas.
La modernidad líquida, concepto que Zygmunt Bauman5 inmortalizó, ha generado identidades frágiles y vínculos volátiles. Nada permanece. Todo se consume. Todo se descarta. Y en esa volatilidad, el alma se queda sin tener dónde arraigarse. Vivimos en la época que más conexión promete y más soledad produce. No es extraño que, en esa realidad hiperconectada, emerja la mayor epidemia de soledad jamás registrada. Los estudios longitudinales de Harvard sobre felicidad humana lo confirman: sentirnos solos no es un malestar emocional, sino un fenómeno estructural. La espiritualidad, incluso aquella desligada de cualquier institución religiosa, ofrece un lenguaje para abordar esa herida profunda. Sería, de forma imperfecta, aunque significativa, una alternativa al ruido.
Byung-Chul Han lo expresa con una claridad devastadora: sin silencio, el alma se extingue. Y sin alma, la vida pierde forma. Lo que vemos hoy es, precisamente, el intento desesperado de recuperar esa alma perdida.
A esta fatiga interior se suma la sensación posmoderna de haber llegado tarde. Jean-François Lyotard6 habló del “fin de los grandes relatos”, y Jean Baudrillard6 advirtió que habitamos un mundo de simulacros. La humanidad acumula archivos, pero ha perdido relato; tiene memoria, y le falta esperanza. Hartmut Rosa7 describe este malestar en términos de aceleración: el ritmo del mundo supera nuestra capacidad de experimentarlo. Vivimos más rápido de lo que podemos sentir y asimilar. El resultado es un vacío “brillante”: vidas saturadas de estímulos, pero hambrientas de profundidad.
Las pantallas multiplican identidades fragmentadas, capturan atención, erosionan la capacidad de silencio y sustituyen la interioridad por notificación. La tecnología, que prometía libertad, ha terminado convirtiéndose en una cárcel luminosa. El resultado es un yo cansado y disperso; un yo sin centro. Estamos hiperconectados, sí, pero profundamente solos. Nuestro agotamiento no es superficial: es ontológico. Es la vejez prematura del alma humana.
La sed como síntoma de un alma que busca
Este cansancio es más que un diagnóstico cultural: es el motor del nuevo despertar espiritual. Cuando la cultura pierde el sentido, el alma empieza a buscar lo que la realidad ya no promete. Viktor Frankl8, sobreviviente de Auschwitz y padre de la logoterapia, afirmaba que el sufrimiento se vuelve insoportable cuando la vida pierde significado. La sed espiritual contemporánea es, en gran medida, la reacción a un vacío de sentido que ya no pueden llenar ni el éxito ni la información ni la autoexploración infinita.
Por eso, la espiritualidad que vemos reaparecer en forma de mística salvaje, de estética litúrgica, de fascinación por el silencio o atracción por la vida monástica es tan sintomática. No se trata de un regreso religioso en sentido estricto, sino del reconocimiento de que la autoexploración posmoderna ha llegado a su límite. El hombre contemporáneo, después de examinarse a sí mismo en miles de espejos digitales, no ha encontrado descanso. Ha buscado en su interior, y no ha hallado agua. Y así, agotado de sí mismo, comienza a levantar la vista.
La periodista de Ethic lo resume con una frase precisa: “Una corriente renovada de espiritualidad nos procura la lumbre y el recogimiento suficientes para encontrar un sentido”. Resulta revelador que la autora utilice el término “mística salvaje”, acuñado por el filósofo Michel Hulin9, para describir esta búsqueda espiritual sin credo, sin liturgia, sin iglesia, pero con hambre de plenitud. Es un fenómeno que merece atención pastoral y sociológica. La cultura secular reconoce así que, a pesar de todos los intentos por suprimir lo religioso, el deseo de Dios no ha desaparecido: simplemente se ha transformado en formas nuevas, fragmentadas, estéticas y emocionales.
La sed vuelve porque el alma ha llegado al borde de su propia capacidad para sostenerse. La auto indagación ya no basta, la introspección no cura y el yo no puede salvar al yo.
Vuelve a tener sed. Este punto lo continuaremos la semana que viene.
- Leonard Cohen, Anthem, en The Future (1992).
- Byung-Chul Han, La desaparición de los rituales (Herder, 2020); Sobre el poder (Herder, 2016).
- Charles Taylor, A Secular Age (Harvard University Press, 2007).
- Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (Herder, 2012).
- Zygmunt Bauman, Modernidad líquida (Fondo de Cultura Económica, 2003).
- Jean-François Lyotard, La condición posmoderna (Cátedra, 1984); Jean Baudrillard, Simulacros y simulación (Galilée, 1981).
- Hartmut Rosa, Aceleración y alienación (Katz, 2012).
- Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido (Herder, 1946).
- Michel Hulin, La mística salvaje: En las antípodas del espíritu (Siruela, 2007).
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - La ‘grieta luminosa’ de un mundo herido