Juan, quien ahora es un pastor de 30 años, perseguía a los cristianos tras unirse a un grupo paramilitar en busca de venganza por la muerte de su padre. Pero fue mientras cumplía condena en la cárcel colombiana cuando conoció a Jesús y su vida cambió por completo.

“Cuando no era cristiano, era uno de los que perseguían. Mi deseo era siempre hacer daño a los cristianos”.

Juan se unió a uno de los muchos grupos paramilitares que existen en Colombia y empezó a ascender en el rango.

Antioquia es el segundo departamento de Colombia con más número de masacres, después del Cauca, a lo que se suman otros hechos como desplazamientos y homicidios que afectan a su población. De acuerdo con un informe de organizaciones defensoras de derechos humanos, la situación se debe a la presencia y poder de grupos paramilitares que tienen connivencia con las fuerzas del Estado.

“Empecé como un trabajador normal cometiendo homicidios, cobrando extorsiones como todo el que entra. Más tarde, como me estaba haciendo más fuerte, conseguí un puesto como comandante de barrio. Perseguíamos a la Iglesia porque la veíamos como una amenaza. No queríamos ver a los niños cambiados porque esos son los blancos que quieres reclutar para el grupo”, explica Juan.

“Ves a los niños y buscas la manera de reclutarlos. Y luego viene el pastor y los lleva a la iglesia. Odiaba a los cristianos y los calumniaba. Quería matarlos. Pero de una u otra manera creo que por las oraciones de la gente o la misericordia de Dios empecé a sentir dentro de mi corazón una sed. Tenía dinero, tenía fama, tenía armas. Yo era un comandante que estaba al frente de casi 100 hombres. Pero empecé a sentir una necesidad, una necesidad interna, de un cambio”, asegura el pastor.

De perseguidor a perseguido

Juan estaba cumpliendo una condena de cinco años de prisión cuando se encontró con el Evangelio y llegó a la fe en Jesús. Dejó de perseguir a los cristianos y, por el contrario, empezó a sufrir persecución él mismo.

“Dentro del patio de una cárcel hay todo tipo de criminales. Y odian el camino del Señor y el simple hecho de oír que eres cristiano es una amenaza para ellos. Tuvimos que enfrentarnos a narcotraficantes que tienen el control de las drogas dentro de las cárceles. Para ellos no es nada agradable ver que de repente hay alguien predicando a Cristo dentro de la prisión. ¿Por qué? Porque si dos drogadictos se convierten a Cristo, el traficante pierde dinero”.

Juan agrega que “a veces los guardias nos impedían ir a los estudios bíblicos. Nos quitaban las Biblias, las estropeaban, a veces las quemaban. Es muy duro ser cristiano dentro de la cárcel y no hay nadie que abogue por ti”.

La vida fuera de la cárcel

Tras su liberación, Juan comenzó a ejercer de pastor y también experimentó oposición al Evangelio fuera de las cárceles.

“Hay veces, por ejemplo, en que los grupos armados dicen: 'No queremos ver a nadie en la calle después de las seis o las siete de la tarde'. A las iglesias se les complica celebrar reuniones. Y en las zonas rurales, es decir, en los pueblos, a veces no podemos predicar libremente por culpa de los grupos armados y también de las comunidades indígenas, porque los que no han aceptado a Cristo se resisten con fuerza y atacan a los cristianos”, explica.

Pero Juan está decidido a seguir sirviendo a Dios, recordando todo lo que Jesús ha hecho en su vida.

“He visto a Jesucristo obrar en mí, quiero decir, cambiarme, transformarme tanto que a veces medito y digo: 'Vaya, ¿cómo hace Dios para transformarme? ¿Cómo transforma a una persona? No hay palabras para describir la grandeza de Jesús”.