La senda antigua
La verdad ha quedado reducida a mera opinión, consenso o imposición arbitraria y temporal.
09 DE DICIEMBRE DE 2025 · 08:00
Hubo un tiempo en que el reconocimiento de la verdad no estaba en discusión.
En ese entonces, las cosas estaban claras: podían ser verdaderas o falsas, pero nunca podían ser las dos cosas a la vez. La verdad prevalecía siempre sobre la mentira y era el indiscutible fundamento sobre el cual debía ordenarse el mundo.
Eso no evitaba que la verdad pudiera incomodar, enfadar o hasta generar rebelión, pero ni siquiera eso ponía en duda su validez. Todos la reconocían como un principio absoluto, objetivo y de referencia imperiosa.
Por ejemplo, en cualquier parte del mundo el asesinato, la traición o el engaño eran malos y podían generar desde profunda indignación hasta serias represalias legales e inclusive guerras. Era así siempre. Nadie podía, simplemente, salir en defensa del mal y esperar que los demás lo aplaudieran, eso era inconcebible. Cuando alguien pretendía justificar la maldad, el abundante sentido común no tardaba en desacreditarlo y rechazarlo.
Por supuesto, eso no significaba que la verdad fuera siempre, en cada momento histórico, la guía de la humanidad o que no hubiese hombres que se negaran a pagar el precio de mantenerla.
La historia está llena de aquellos que buscaron cuestionar, alterar e inclusive negar la verdad para favorecer a sus propios intereses o a los de su grupo.
Muchos decidieron conscientemente vivir en abierta rebelión contra la verdad pero, aun así, muy pocos llegaron a la locura de sostener públicamente que su mentira era la verdad. Por supuesto, para los que lo hicieron, esto no fue un motivo de alabanza sino de deshonra.
Todo eso ha cambiado.
Desde que el humanismo relativista trastocó los absolutos en relativos, la lógica básica de contrarios (es decir, el reconocimiento de que lo bueno es diferente a lo malo) pasó a convertirse en una infinita serie de resultados provisionales donde a una tesis se le contrapone una antítesis y, de ambas, surge una síntesis (que es sólo circunstancial porque a esta se le opondrá más adelante otra antítesis).
La verdad queda, así, reducida a mera opinión, consenso o imposición arbitraria y temporal.
Es por esto que hoy un hombre puede “ser” mujer (o viceversa) con sólo desearlo. Es más, se acepta que puede ser cualquier cosa que le prescriba su “autopercepción”, sin ningún correlato con la lógica, y encima la sociedad es obligada a considerar su fantasía como verdad.
No debería ser ninguna sorpresa, entonces, que nos hallemos en una verdadera era de confusión generalizada de la identidad.
El sentido común ha pasado también a ser mucho menos común. Hoy se defiende como “derecho” el asesinato prenatal de inocentes en el vientre de sus madres (o en los laboratorios de fertilización in vitro), y quienes lo hacen no dudan en considerarse “defensores de derechos humanos” (?). Su resultado aniquila la razón: el valor del ser humano ha llegado a ser inferior al de cualquier animal en peligro de extinción.
Hoy se exalta la fantasía del “puedes ser lo que quieras ser” y, a falta de realidad que lo soporte, se nos ofrecen mundos virtuales donde todos pueden “experimentar” sus sueños sin mayor esfuerzo, rápidamente y con una gran estilo. La ausencia de verdad nos ha dejado sin identidad, sin valor y sin realidad.
Pero lo más increíble es que quienes impulsaron todo esto no fueron dementes o adeptos de oscuras sectas. Fueron reputados intelectuales, líderes, grupos organizados y hasta organismos internacionales.
Nos vendieron historias antes que principios, exaltaron emociones antes que razonamientos y se enfocaron en lo temporal antes que en lo permanente. Estas élites secuestraron la verdad y se asumieron el derecho de imponernos la versión relativizada que ellos construyeron.
Hace falta, entonces, rechazar las seudo verdades de hoy y volver a la senda antigua. A aquel tiempo donde el absoluto, el sentido común y la certeza reinaban. Donde lo bueno siempre será bueno, aunque nadie lo reconozca, y donde lo malo siempre será malo, aunque todos lo apoyen.
Recobrar la verdad, la realidad y el control de nuestras vidas siempre será posible.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde el Sur - La senda antigua