A la sombra de Tus alas

Una de las declaraciones más gráficamente inspiradoras, tranquilizadoras y entrañablemente conmovedoras que proceden de la fe es la hecha por el rey David en estos términos:

• Ten piedad de mí, oh Dios; ten piedad de mí, pues en ti me refugio. A la sombra de tus alas me refugiaré, hasta que haya pasado el peligro (Salmo 57:1).

Una declaración casi a la par con la figura que nos compara con la “niña de los ojos de Dios”.

Aunque de hecho en el salmo 17 el rey David ya había acudido y combinado ambas figuras: la niña de los ojos de Dios y la sombra de sus alas.

• Guárdame como a la niña de tu ojo; escóndeme bajo la sombra de tus alas (Salmo 17:8)

Y vuelve a hacer uso del refugio bajo las alas del Altísimo en sus oraciones en el salmo 61:

• Anhelo habitar en tu santuario para siempre y refugiarme debajo de tus alas (Salmo 61:4)

Y otra vez dice en el salmo 63:

• A la sombra de tus alas canto de alegría, porque tú eres mi ayuda (Salmo 63:7)

A lo que debemos añadir de manera destacada el clásico salmo 91 que habla de la protección de Dios sobre los suyos:

…pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio. Su verdad será tu escudo y tu baluarte (Salmo 91:4)

Pero el punto culminante en el recurso a esta evocadora figura del lenguaje y la imagen que trae a nuestra mente tiene lugar en el evangelio.

Ocurre en uno de los momentos más conmovedores de la vida del Señor, cuando refiriéndose a su amada Jerusalén y sus habitantes, pronunció sobre ella el siguiente significativo y revelador lamento:

• ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Lucas 13:34)

Una declaración que es también aplicable a la iglesia.

La figura de las alas es sin duda un hermoso recurso poético en la Biblia para evocar realidades propias de la vida de fe y del trato de Dios para con Su pueblo.