Jesús y el carácter sagrado de la comida
Se puede concluir que Jesús desritualiza la comida, profundamente ritualizada.
04 DE MARZO DE 2025 · 08:00

El ministerio de Jesús destacó por su carácter relacional, esto es, por su voluntad de relacionarse íntimamente con las personas. En esa dirección, la comida ocupaba un lugar preferencial a la hora de conectar con sus seguidores.
En los evangelios Jesús come con pecadores, publicanos, fariseos y discípulos. Cada una de esas comidas responde a objetivos diferentes pero todas hablan de la relación como estrategia de evangelización por parte del Maestro.
En lo que sigue voy a tratar de aventurar una posible significación sociológica de este comportamiento a partir de los aportes del semiólogo y lingüista ruso Yuri Lotman.
En su libro Semiosfera III semiótica de las artes y la cultura Lotman aborda la dinámica de la cultura identificando una diferencia entre esfera práctica y esfera mitológica (o religiosa) que repercute en las prácticas alimenticias al marcar una “separación del comer práctico y del comer sacro, la desritualización de uno y la acentuada ritualización del otro”.
La conversión del acto de comer de una simple práctica fisiológica a signo, en forma ritual, implicó que la ingesta de alimentos no solo involucrara “la satisfacción del hambre, sino también todo un complejo de emociones y significados positivos”. En consecuencia, Lotman concluye que “el banquete se vuelve una forma universal de un ritual que tiene un amplio significado positivo”.
En la sociedad mediterránea en la que Jesús vivió el acto de comer estaba profundamente ritualizado.
Como señala el sociólogo Rafael Aguirre cada cultura establece disposiciones sobre qué comer, con quién, dónde, cuándo y de qué manera. En el caso del judaísmo del siglo I d.C. existían una serie de limitantes que buscaban mantener la pureza del pueblo escogido.
Los fariseos, por ejemplo, tenían normas muy estrictas tendientes a separarse del resto (fariseo quiere decir “separado”). Eso explica el enojo de sus principales al hecho de que Jesús aceptara la invitación de Leví a comer en su casa (Lc. 5:27-29). ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Le recriminan (Lc. 5:30). Compartir la mesa con pecadores y publicanos implicaba romper las fronteras que separaba a los puros de los impuros. Por eso más adelante (Lc. 15:1-2) nuevamente los fariseos vociferan “este a los pecadores recibe y con ellos come”. Lo mismo harán cuando Jesús vaya a comer a la casa de Zaqueo (Lc. 19:1-9).
Aun en las ocasiones en que se sienta en la mesa de los fariseos Jesús presta poca o nula atención al carácter ritual que debe presidir la comida. Lucas (7:36) cuenta que uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él, pero una vez en la casa una mujer pecadora derramó un caro perfume sobre los pies de Jesús. Entonces el fariseo murmuró “este si fuera profeta conocería bien quién y que clase de mujer es la que le toca”. Otro fariseo se extraña que antes de comer Jesús no se lave las manos a lo que el Maestro responde “limpiáis lo de afuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis lleno de maldad” (Lc. 11:37-39).
También subvierte las convenciones sociales ritualizadas cuando cuestiona el lugar que se debe ocupar en la mesa. Cuando enseña sobre los convidados a las bodas o la parábola de la gran cena señala que aquellos que ocupan los primeros lugares en los banquetes serán los últimos en entrar al reino de los cielos (Lc. 14:7-24). Algo similar ocurre en el episodio en que les recuerda a los discípulos que en el Reino el que sirve es mayor que el que se sienta a la mesa y que por eso a ellos se les ha asignado “comer y beber a mi mesa en mi reino” (Lc.22:27-30).
Volviendo a Lotman se puede concluir que Jesús desritualiza la comida profundamente ritualizada, la saca de su plano religioso para volver a colocarla en un orden natural, fisiológico y más humano. En paralelo ese “comer práctico” que experimentan aquellos que se sentaron a la mesa con Jesús es “sagrado” en la medida que presagia el banquete de bodas que disfrutaran los creyentes tras la segunda venida (Lc.12:36-37).
En otras palabras, Jesús rompe las barreras que separan el “comer práctico” del “comer sacro” y desnuda el carácter artificial de la ritualidad en torno a la comida desarrollada por los fariseos, al mismo tiempo que asigna un nuevo carácter “sagrado” a la comida compartida, en la medida que esta sirve de puente para forjar una relación entre el Maestro y sus seguidores.
Bibliografía
Aguirre, R. (1994) La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias sociales. Bilbao.
García Pérez, D. y Olivares Chaves, C. (2018) Comer y beber: alimentación en la antigüedad grecolatina. México.
Lotman, I. (1998) Semiosfera III semiótica de las artes y la cultura. Madrid.
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