Dietrich Bonhoeffer y su ‘cristianismo sin religión’

Defendió un cristianismo participativo no sólo en la religión y el culto sino en todos los aspectos del mundo.

08 DE ENERO DE 2023 · 08:00

Dietrich Bonhoeffer,Dietrich Bonhoeffer
Dietrich Bonhoeffer

Secularización y secularismo (1)

Una de las grandes tendencias intelectuales y sociales en Occidente durante el siglo XX que llegó para imponerse fue y sigue siéndolo la progresiva y creciente secularización de la sociedad.

Tanto así que ni siquiera la teología pudo sustraerse a esta tendencia pues en ella también se observaron en su momento pasos en esta dirección, en lo que llegó a conocerse como la “teología de la secularización”, un término a la postre demasiado vago pues terminó tratando de abarcar muchas posiciones dentro de un amplio espectro al grado de resistirse a ser definido con precisión, no obstante lo cual merece de todos modos nuestra atención crítica.

Comencemos por decir, entonces, que aunque en una de sus formas más desarrolladas y benéficas, se entiende por secularización el proceso histórico por el cual las sociedades se liberan del control de la iglesia y de sus sistemas metafísicos cerrados, uno de cuyos positivos resultados es la separación entre iglesia y estado y la consecuente eliminación de “estados confesionales”; últimamente se ha equiparado la teología de la secularización a lo que podríamos designar como un “desertar secularista de Dios”, es decir, una comprensión del mundo en la que Dios ya no tiene cabida para ningún efecto práctico.

 

Las ideas de Dietrich Bonhoeffer

Debido a que se ha querido mostrar al teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer y su reconocido activismo como el paradigma o el modelo más elocuente -y al mismo tiempo malinterpretado- en pro de esta propuesta, hemos de considerar primero que todo a este personaje para pasar después a evaluar los beneficios y los peligros de este movimiento teológico.

Dietrich Bonhoeffer fue probablemente el teólogo alemán más importante de la generación que siguió a la de Karl Barth (el más grande teólogo cristiano del siglo XX). Se le recuerda especialmente por haberse opuesto de manera frontal al régimen nazi convirtiéndose finalmente en mártir de esta causa. De hecho, la lucha política le robó mucho del tiempo que hubiera dedicado a la reflexión teológica.

A diferencia de otros de los teólogos protestantes más eminentes del siglo XX como Barth, Brunner y Tillich, quienes a pesar de oponerse igualmente a Hitler prefirieron refugiarse en los Estados Unidos para librarse de la persecución fomentada contra ellos por el régimen; Bonhoeffer permaneció en Alemania hasta su muerte -ejecutado por la Gestapo en un campo de concentración por participar en una conspiración contra Hitler- ejerciendo al lado del también teólogo y pastor Martin Niemoller la dirigencia de la “Iglesia Confesante” que estaba formada por el reducto minoritario pero representativo de las iglesias alemanas que no se había plegado al régimen nazi y se oponía, a su vez, al mayoritario grupo de los llamados “cristianos alemanes” favorable al régimen. La iglesia confesante los combatía desde adentro, a la par que recibía el apoyo intelectual y político de los teólogos en el exilio que también se identificaban con esta causa.

Desde el punto de vista teológico Bonhoeffer fue alguien reflexivo, pero al mismo tiempo profundamente interesado en la práctica de la vida cristiana.

Como resultado de este interés y su reflexión teológica alrededor de él, acuñó sin proponérselo expresamente afortunadas sentencias que por su sencillez y profundidad han calado y arraigado en el ámbito de la teología contemporánea, así hayan tendido a ser interpretadas de manera equivocada y apartada del sentido original que su autor quiso darles.

Estas incomprensiones y distorsiones de su pensamiento se deben en buena medida al hecho de que, al morir a edad tan temprana (39 años), no pudo exponer de manera sistemática sus ideas, y por eso sus argumentos un tanto tormentosos y los destellos de su discernimiento se han prestado para crear una gran variedad de interpretaciones. Vamos, entonces, con sus sentencias más conocidas.

En su obra El costo del discipulado (publicada en español como El precio de la gracia: el seguimiento) Bonhoeffer acuñó su famosa expresión “gracia barata” con la cual denunciaba el modo en que el principio de Lutero de la sola gratia, que para el Reformador era la respuesta a una lucha interior intensa, se había vuelto solo una doctrina que nos sirve precisamente para evitar esa lucha.

Afirmó que la gracia barata se refiere a la gracia cuando se vuelve simplemente doctrina, principio, sistema, “la predicación acerca del perdón sin requerir el arrepentimiento; el bautismo sin el discipulado de la iglesia; la comunión sin la confesión”, un marco en el cual todo esfuerzo para comprometerse con una vida genuina de discipulado es calificado como “legalismo” o “entusiasmo” fanático.

En este mismo libro esbozó lo que plasmó de manera mucho más amplia y precisa en otro de sus libros: La comunión de los santos, al subrayar el carácter comunitario de la fe cristiana y la condición de la iglesia como cuerpo de Cristo, afirmando que “la iglesia es Cristo existiendo como comunidad”.

Pero tal vez el mayor y más polémico impacto que Bonhoeffer hizo en la teología contemporánea es su énfasis en el valor positivo de un cristianismo “del mundo”. Es decir, un cristianismo participativo y deliberante no sólo en el ámbito de la religión y el culto sino en todos los aspectos del mundo. Su conocida expresión “cristianismo sin religión” está asociada con esta iniciativa sustentada en la convicción de que “En Cristo se nos ofrece la posibilidad de participar en la realidad de Dios y en la realidad del mundo, pero no en la una sin la otra”. En sus Cartas y papeles desde la prisión se refería a “un mundo llegado a la mayoría de edad”, donde ya no se podría dar por sentado que los seres humanos son religiosos por naturaleza brindando así a la iglesia casi por derecho un espacio propio y legítimo para proclamar el evangelio.

Para Bonhoeffer las condiciones del mundo han cambiado al punto que ya no podría seguirse sosteniendo ese “a priori religioso” en el que se ha apoyado tradicionalmente la predicación cristiana, haciendo entonces necesario un “cristianismo sin religión”. La sugerente originalidad de esta sentencia unida al hecho de que Bonhoeffer no pudo precisar clara y sistemáticamente a que se refería con esta expresión ha hecho que alrededor de ella se genere controversia, prestándose a disímiles interpretaciones.

Sin embargo, quien lee atenta y desprejuiciadamente su obra de por sí fragmentaria, ve en esta expresión la influencia de Barth con su ya característica y subrayada distinción y contraste entre el cristianismo y la religión, a los que veía como opuestos entre sí.

Porque cuando Bonhoeffer hablaba de un “cristianismo sin religión” no abogaba por la supresión de los aspectos formalmente religiosos o eclesiásticos que siempre han acompañado de manera necesaria al cristianismo, sino que quería más bien dar a entender la posibilidad de un cristianismo “secularizado” que ya no pensaría ni actuaría solo en términos de lo “religioso” o de la esfera de la “fe” como algo apartado y sin relación con todos los demás aspectos de la vida humana.

La religión que él rechazó fue entonces la actitud de presentar a Dios como la añadidura que completa la vida de una persona y que encuentra su legítimo lugar sólo en los límites de la necesidad humana. Por el contrario, ser cristiano significa participar en la vida del mundo, para servir a Dios en el mundo, y no exclusivamente en algún santuario religioso y estéril o en el aislamiento y protección brindado por un grupo cristiano. La vida cristiana es para ser vivida en el mundo.

Esto no significa que ser un creyente “del mundo” sea una licencia para un estilo de vida inmoral, laxo e indulgente. Bonhoeffer promueve más bien lo que podría ser llamado una “mundanalidad santa”. Es solo “viviendo en el mundo” que el creyente se fortalece para encarar los desafíos de la vida, pues Cristo no sólo transforma a los individuos en hombres buenos, sino también en hombres fuertes.

Cristo es el Señor del mundo y por lo tanto la actividad de Dios se manifiesta también en cada aspecto de la cotidianidad de modo que la vida cristiana en el mundo tiene que ser participación en el encuentro de Cristo con el mundo, teniendo presente, sin embargo, que la relación polémica entre la realidad eterna y el mundo presente impide que el cristiano se instale cómodamente en cualquiera de los extremos del espectro, ya sea el rechazo total del mundo, por un lado, o la aceptación completa del mundo presente, por el otro.

Por último en esta apretada selección de sus frases más célebres, Bonhoeffer acuñó la ya clásica expresión “el hombre llegado a su mayoría de edad” para referirse al nivel de desarrollo alcanzado por el hombre moderno que le permite superar esa excesiva, distorsionada y en buen grado patológica dependencia de Dios que fue tan típica y generalizada durante la Edad Media.

Esta superación debe llevar al cristiano a oponerse a ese recurso perezoso, fácil, mágico e irracional que requiere la ayuda de un Dios paternalista en todo. El Dios tapa-agujeros y remedia-todo que, hasta cierto punto, caracterizó al viejo y obsoleto mundo supersticiosamente sacralizado. Por el contrario, entrados en madurez, Dios desea que resolvamos nuestros problemas por nosotros mismos, sin que por eso dejemos de ser conscientes de su presencia, a la manera de un padre que vigila las labores de sus hijos maduros, una vez han aprendido de él la forma correcta y responsable de llevarlas a cabo.

Esta actitud nos permite combatir la falsa expectativa de esperar que Dios supla nuestros esfuerzos, pretensión que es más característica de la magia que de una fe saludable.

En efecto, la religiosidad mal entendida deprime al hombre manteniéndolo dentro de un mundo sacralizado con respuestas dogmáticas y paralizantes a problemáticas que podrían y deberían ser resueltas por el creyente mediante las facultades y recursos provistos por Dios para ello, generando en los cristianos actitudes inmaduras y reacciones pseudo-religiosas que confunden la religión con la magia.

La diversidad de interpretaciones y malentendidos a los que algunas de estas frases han dado lugar han conducido a escuelas teológicas divergentes a ver a Bonhoeffer como su común precursor y mentor.

Más allá de la mayor o menor corrección con que estas escuelas lo hayan interpretado, nos concentraremos en el artículo de la próxima semana de la manera en que las ideas de Bonhoeffer fueron interpretadas y desarrolladas por el movimiento conocido como “teología de la secularización” influido también por las ideas de algunos otros de los eminentes teólogos que hemos mencionado, como por ejemplo Paul Tillich, popularizado de manera algo descontextualizada por el obispo John Robinson con su bestseller Sincero Para Con Dios, reforzado a su vez por Harvey Cox con su Ciudad Secular.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Dietrich Bonhoeffer y su ‘cristianismo sin religión’