¿Es el cristianismo una subcultura?

No existe una cultura cristiana, existe una doctrina cristiana para todas las culturas.

03 DE JULIO DE 2022 · 08:00

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La relación del cristianismo con la cultura en general siempre ha sido un tema espinoso que, sin embargo, no puede ser eludido por la iglesia de manera indefinida sin que le termine pasando una costosa cuenta de cobro. Por eso, dentro de las líneas de reflexión que voy a bosquejar enseguida, no incluiré el punto de vista de las iglesias y sectores del cristianismo que satanizan la cultura, como si ésta fuera un producto de la caída en pecado de nuestros primeros padres y deciden, por lo mismo, aislarse de la cultura secular para no contaminarse, constituyéndose en una especie de gueto que termina incurriendo en ese contrasentido señalado en el evangelio por el Señor Jesucristo al afirmar que no se enciende una luz para esconderla debajo de un cajón, que es lo que en el mejor de los casos terminan haciendo estos sectores de la iglesia.

Me referiré y dirigiré a los sectores de la iglesia que suscriben lo que la tradición reformada llama el mandato cultural. Es decir, la instrucción previa a la caída dada por Dios a la raza humana, en cabeza de nuestros primeros padres, de someter la tierra y ejercer dominio sobre ella, cultivando y cuidando los recursos provistos por Dios en la naturaleza. Porque esta instrucción se encuentra en los dos primeros capítulos del Génesis, antes del capítulo 3 que es el que da cuenta de la caída en pecado de la humanidad, lo cual significa que el mandato cultural es anterior a la caída y no es un producto de ella, ni queda abrogado por ella.

La cultura no es, entonces, mala originalmente. Lo que sucede es que, a partir de la caída se vuelve ambigua, es decir que junto con todo el luminoso y absoluto potencial para el bien que poseía antes de la caída, adquiere también un sombrío potencial para el mal con posterioridad a ella. Y es de esto de dónde surgen los malentendidos y las relaciones accidentadas y polémicas del cristianismo con la cultura a lo largo de la historia. Pero eso no significa que debamos arrojar el agua sucia con el bebé adentro. En efecto, cuando los padres bañan al bebé en la tina y el agua queda sucia, antes de arrojar el agua sacan al bebé de la tina. Eso es lo mismo que la iglesia debe hacer con la cultura. Desechar y combatir los aspectos censurables y perversos de la cultura producto de la caída, pero no prescindir de la cultura misma sino participar de ella redimiéndola y reencauzándola. Pero pasemos a la consideración de nuestros tres interrogantes.

 

¿Es el cristianismo una subcultura?

La respuesta es no y sí. No, porque el cristianismo no puede ser abarcado, contenido ni identificado con ninguna cultura en particular. Pero sí, porque da lugar en la iglesia a una subcultura. En efecto, el conjunto de lo que se conoce como “cristiandad”, es decir todos los seres humanos que profesan y comparten su fe en Cristo alrededor del mundo, creamos, fabricamos y consumimos unos productos culturales muy específicos relacionados con nuestra fe.

Tenemos todo tipo de música cristiana, de literatura cristiana, de videos y películas cristianas, de accesorios cristianos, de arte cristiano, de templos cristianos, de espectáculos cristianos, de ritos y prácticas cristianas y así sucesivamente. Y todo eso forma una subcultura que, como tal, no tiene nada de malo ni de censurable.

Lo malo es que a veces terminamos identificando al cristianismo con esta subcultura, de tal manera que todo lo que no encaja de lleno en ella no puede ser cristiano o no puede representar legítimos intereses de la agenda cristiana. El cristianismo queda así reducido y atrapado dentro de los estrechos límites que le impone la cultura eclesiástica de turno. Y la historia demuestra que identificar al cristianismo con una expresión cultural particular, sea cual fuere, ha sido nefasto.

A comienzos del siglo XX la Alemania de Lutero permitió que alguien como Hitler explotara el orgullo nacionalista de esta nación para hacerles creer a un número mayoritario de alemanes que la desarrollada cultura alemana era la más avanzada y la más acabada expresión social del cristianismo, con los trágicos resultados que todos conocemos.

El mismo Estados Unidos, todavía la superpotencia del momento y al mismo tiempo tal vez la única nación del Primer Mundo en la que el cristianismo sigue vigente por medio de un remanente fiel influyente, deliberante y determinante, se encuentra por esta misma razón bajo el riesgo latente de identificar su cultura y su estilo de vida, el llamado “sueño americano”, con el estilo de vida que el cristianismo promueve. Barth advirtió así en su momento contra esta tendencia: “El cristianismo… No le gusta que se hable en tono demasiado alto y confiado del desarrollo creativo del mundo… No actúa como refuerzo de ‘ideal’ alguno… adopta una postura más bien fría frente a la ‘naturaleza’, a la ‘cultura’… o al progreso… Donde se construyen torres, siempre hay algo que huele mal… Husmea siempre ahí… la amenaza de la idolatría… Ve el signo de interrogación encima de toda altura humana”.

Esta ha sido una de las razones por las que los esfuerzos evangelísticos y misioneros que esta nación y otras, como Gran Bretaña, han emprendido en el Tercer Mundo no han tenido siempre los resultados esperados. En efecto, la evangelización llevada a cabo en el Tercer Mundo por las misiones extranjeras llegó a ser en significativos casos un brazo extendido del imperialismo y una manifestación de la creencia en la presunta superioridad de la cultura del evangelizador respecto a la de los evangelizados. Se evangelizaba desde un pedestal de superioridad cultural y con actitud condescendiente y paternalista en el mejor de los casos, fomentando la perpetuación del colonialismo y la dependencia de las naciones evangelizadas en relación con las evangelizadoras.

Ya lo dijo en su momento William Temple“La actitud [cristiana] hacia otras religiones ha sido moldeada por la mentalidad colonial”. Este intento de meter de contrabando la cultura propia junto con el evangelio debe ser identificado y combatido, recordando y promoviendo los motivos puros para la evangelización, señalados con sencilla precisión por el apologista Alister McGrath con estas palabras: “La evangelización descansa sobre el deseo humano de querer compartir las cosas buenas de la vida… la verdadera razón para evangelizar es la generosidad”. Dicho de otro modo: “… Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente” (Mateo 10:8) y no exigiendo a los evangelizados el precio de tener que sacrificar su cultura autóctona para tener que acoger la cultura foránea del evangelizador.

La mentalidad colonial debe ser desechada del espíritu misionero cristiano por anacrónica y por generar una resistencia adicional de parte del evangelizado, fomentando también una equivocada y orgullosa identificación entre la cultura propia del misionero y la universal doctrina cristiana que está llamado a predicar.

Es acertado, entonces, hablar de “civilización cristiana occidental” para señalar la influencia determinante que el mensaje cristiano ha desempeñado en su constitución y desarrollo; pero no para dar a entender que Occidente tiene la patente registrada y el monopolio exclusivo de la divulgación e interpretación autorizada de la revelación divina manifestada en Cristo.

Toda sobrevaloración de la cultura, provenga de donde provenga, amenaza con convertir en un ídolo a la expresión cultural sobrestimada, y debe ser cuestionada por el cristianismo auténtico.

Es oportuno, entonces, señalar antes de continuar, las cuatro características del cristianismo en relación con la cultura tal y como se plantean en el libro El Reto de Dios y que consisten en:

  • El cristianismo no es cultural, porque no puede identificarse de lleno con ninguna cultura en particular.
  • El cristianismo no es acultural, porque no puede darse en el vacío, al margen o por fuera de la cultura, ya sea de la subcultura a la que la iglesia da lugar o de la cultura de una nación que procura honrar en su ordenamiento social la doctrina, la ética y la moral cristiana.
  • El cristianismo no es anticultural, porque no condena a ninguna cultura por sí misma de manera absoluta.
  • El cristianismo no es transcultural, porque no promueve la imposición de una cultura sobre otra.

En conclusión, como se puntualiza en el libro citado: No existe una cultura cristiana, existe una doctrina cristiana para todas las culturas”. Doctrina que juzga críticamente todos los aspectos de todas las culturas, exaltando y promoviendo aquellos que son afines con el cristianismo al dignificar la vida humana y glorificar a Dios, a la vez que identifica y combate aquellos aspectos contraculturales presentes en cada cultura incompatibles con el cristianismo debido a que degradan la vida y dignidad humanas y niegan o profanan el nombre de Dios. Pero pasemos ya a la segunda pregunta.

En las próximas semanas:

  • ¿Es el cristianismo una contracultura?
  • El cristianismo como brújula cultural

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - ¿Es el cristianismo una subcultura?