El verdadero templo de Dios

Dios no está atado ni obligado para con su templo si en éste no es oída, apreciada y practicada su Palabra.

18 DE JULIO DE 2021 · 08:00

Maqueta del Segundo Templo de Jerusalén,Maqueta del Segundo Templo de Jerusalén
Maqueta del Segundo Templo de Jerusalén

Dios ordena el Antiguo Testamento y de manera consecutiva, en primer lugar la construcción de la Tienda de reunión móvil para el peregrinaje de Israel por el desierto durante el éxodo de Egipto, y posteriormente, la del templo fijo de Jerusalén, una vez su pueblo tomó posesión y se estableció en la tierra de Canaán, ambas construcciones llevadas a cabo conforme a instrucciones muy solemnes y precisas, habida cuenta de que éstos serían de manera alternativa, el lugar provisional y el definitivo escogidos y designados por Dios por excelencia para habitar entre Su pueblo y para que éste, a su vez, acudiera a Él.

Esta circunstancia hizo que los israelitas llegaran a creer presuntuosa y equivocadamente que, al margen de su censurable conducta, Dios no permitiría nunca que Jerusalén cayera en manos enemigas debido a que el templo de Dios se encontraba en ella“Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: ‘Enmienden su conducta y sus acciones, y yo los dejaré seguir viviendo en este país. No confíen en esas palabras engañosas que repiten: ‘¡Este es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor!’… ustedes confían en palabras engañosas, que no tienen validez alguna! Roban, matan, cometen adulterio, juran en falso, queman incienso a Baal, siguen a otros dioses que jamás conocieron, ¡y vienen y se presentan ante mí en esta casa que lleva mi nombre, y dicen: ‘Estamos a salvo’, para luego seguir cometiendo todas estas abominaciones! ¿Creen acaso que esta casa que lleva mi nombre es una cueva de ladrones?…” (Jeremías 7:3-4, 8-11).

Pero Dios no está atado ni obligado para con su templo si en éste no es oída, apreciada y practicada su Palabra, como lo dijera el reformador Juan Calvino en su momento: “Dios no reconoce por templo suyo el lugar donde no es oída ni apreciada su Palabra”.

De hecho, la misma gloria divina que había llenado inicialmente ambas construcciones: “En ese instante la nube cubrió la Tienda de reunión, y la gloria del Señor llenó el santuario” (Éxodo 40:34); “… una nube cubrió el templo del Señor. Por causa de la nube, los sacerdotes no pudieron celebrar el culto, pues la gloria del Señor había llenado el templo” (2 Crónicas 5:13-14), abandonó también el templo gradualmente por causa de la desobediencia de su pueblo, dejándolo a merced de sus enemigos: “La gloria del Dios de Israel, que estaba sobre los querubines, se elevó y se dirigió hacia el umbral del templo… La gloria del Señor se elevó por encima del umbral del templo y se detuvo sobre los querubines… La gloria del Señor se elevó de en medio de la ciudad y se detuvo sobre el cerro que está al oriente de Jerusalén… ” (Ezequiel 9:3; 10:4, 18; 11:23), como resultado de lo cual: “A los siete días del mes quinto del año diecinueve del reinado de Nabucodonosor, rey de Babilonia, su ministro Nabuzaradán, que era el comandante de la guardia, fue a Jerusalén y le prendió fuego al templo del Señor, al palacio real y a todas las casas de Jerusalén, incluso a todos los edificios importantes”  (2 Reyes 25:8-9).

Y la gloria de Dios no retorna al segundo templo posteriormente reconstruido por Zorobabel y embellecido como el que más por Herodes el Grande hasta que Cristo, Dios mismo hecho hombre, hace de nuevo presencia en él durante su breve paso histórico por este mundo“Los padres de Jesús subían todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, fueron allá según era la costumbre. Terminada la fiesta, emprendieron el viaje de regreso, pero el niño Jesús se había quedado en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta. Ellos, pensando que él estaba entre el grupo de viajeros, hicieron un día de camino mientras lo buscaban entre los parientes y conocidos. Al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían se asombraban de su inteligencia y de sus respuestas” (Lucas 2:41-47).

Pero sólo para volver a abandonarlo en vista del rechazo de los suyos, pues: “Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:11); “Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella. Dijo: ─¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro y te rodearán, y te encerrarán por todos lados. Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte. Luego entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que estaban vendiendo. «Escrito está ─les dijo─: ‘Mi casa será casa de oración’; pero ustedes la han convertido en ‘cueva de ladrones’»” (Lucas 19:41-20:1).

Es por eso que en el Nuevo Testamento el templo de Jerusalén deja de ostentar la relevancia que hasta ese momento había tenido en el elaborado ritual judío de ofrendas, sacrificios y holocaustos, conservando tan sólo su función principal de “… casa de oración…” (Isaías 56:7). Este cambio no es, sin embargo, abrupto sino progresivamente anunciado y documentado, en primer lugar por Salomón y el profeta Isaías: “Pero ¿será posible, Dios mío, que tú habites en la tierra? Si los cielos, por altos que sean, no pueden contenerte, ¡mucho menos este templo que he construido!” (1 Reyes 8:27); “Así dice el Señor: «El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me pueden construir? ¿Qué morada me pueden ofrecer?” (Isaías 66:1); y por el mismo Señor Jesús: “… ─Destruyan este templo ─respondió Jesús─, y lo levantaré de nuevo en tres días. ─Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? Pero el templo al que se refería era su propio cuerpo… se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre… se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Juan 2:19-21; 4:19-24).

Nuevas condiciones que fueron ratificadas así por el diácono Esteban “Sin embargo, el Altísimo no habita en casas construidas por manos humanas” (Hechos 7:48); y por el apóstol Pablo: “»El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres” (Hechos 17:24), concluyendo con la revolucionaria doctrina según la cual somos los creyentes quienes hemos sido ahora constituidos, individual y colectivamente en la iglesia, como templos del Espíritu Santo“¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?… ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños” (1 Corintios 3:16; 6:19); “… Porque nosotros somos templo del Dios viviente. Como él ha dicho: Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6:16), dando lugar a la dispensación de la gracia en la era del Espíritu iniciada en Pentecostés, que brinda acceso a Dios a todos sin restricciones de tiempo ni de lugar, cuando acudimos a Él con un corazón contrito en el interior de nuestro ser mediante la fe en la persona de Cristo, gracias a la presencia permanente del Espíritu en los suyos; feliz cambio de condiciones sancionado por Dios en la historia con la destrucción definitiva del templo de Jerusalén por los romanos en el 70 d.C. y su imposibilidad de ser reconstruido por el pueblo judío hasta nuestros días, como ha sido su intención y deseo, en la misma explanada del hoy llamado “muro de los lamentos” y en el lugar dónde se encuentra actualmente erigida la mezquita conocida como “La cúpula de la roca”.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - El verdadero templo de Dios