La vigilancia del centinela

El Señor acudió a esta realidad tan familiar para transmitir gráficamente verdades espirituales. En este sentido el profeta era por excelencia el centinela de Dios.

27 DE JUNIO DE 2021 · 08:00

Mark Mialik, Unsplash,centinela, vigilante
Mark Mialik, Unsplash

Una de las recomendaciones más reiteradas en la Biblia dirigida a los creyentes, al punto de convertirse en un deber que no podemos descuidar, es la exhortación a velar o vigilar.

Esta acción es descrita de variadas maneras, entre las que se encuentran las siguientes: “Así que recuerda lo que has recibido y oído; obedécelo y arrepiéntete. Si no te mantienes despierto, cuando menos lo esperes caeré sobre ti como un ladrón… «¡Cuidado! ¡Vengo como un ladrón! Dichoso el que se mantenga despierto, con su ropa a la mano, no sea que ande desnudo y sufra vergüenza por su desnudez” (Apocalipsis 3:3; 16:15).

Por supuesto “mantenerse despierto” es una expresión que, como se cae de su peso, debe ser entendida de manera figurada y no literal, a la manera de la amada en el Cantar de los Cantares cuando declaraba: “Yo dormía, pero mi corazón velaba…” (Cantares 5:2). Otra de las maneras de referirse a ello es ésta: “Así que estén alerta…” (Hechos 20:31); “Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Pedro 5:8).

Siguiendo con esta relación, encontramos también la advertencia en el sentido de mantenerse en estado sobrio, con la mente despejada, pues: “Ya se acerca el fin de todas las cosas. Así que, para orar bien, manténganse sobrios y con la mente despejada” (1 Pedro 4:7). O permanecer en “sano juicio”, que se añade en este caso a las demás: “No debemos, pues, dormirnos como los demás, sino mantenernos alerta y en nuestro sano juicio” (1 Tesalonicenses 5:6)

Y, de manera especial, se asocia con la perseverancia en la oración que debe caracterizar al creyente: “Vigilen y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil»” (Marcos 14:38); “Estén siempre vigilantes, y oren para que puedan escapar de todo lo que está por suceder, y presentarse delante del Hijo del hombre»” (Lucas 21:36); “Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse alerta y perseveren en oración por todos los santos” (Efesios 6:18).

Para poner mejor en contexto estás amonestaciones, debemos entender que la condición en el mundo del hombre impío e incrédulo es virtualmente la de un prisionero sentenciado a muerte que, esclavizado por el pecado, espera la ejecución definitiva de su sentencia condenatoria: “Que lleguen a tu presencia los gemidos de los cautivos, y por la fuerza de tu brazo salva a los condenados a muerte” (Salmo 79:11).

Pero en el evangelio de Cristo la fe en Él libera al prisionero: “Miró el Señor desde su altísimo santuario… para oír los lamentos de los cautivos y liberar a los condenados a muerte…” (Salmo 102:19-21), de tal manera que, aunque el prisionero liberado continúa en el mundo, ya no pertenece a él ni se encuentra cautivo en él, como lo da a entender la oración del Señor: “No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo” (Juan 17:15-16).

Por eso, si bien aún permanece en este mundo, lo hace en una nueva condición: la del centinela.

En las antiguas ciudades amuralladas del Antiguo Testamento el oficio y la actividad del centinela eran absolutamente necesarios para advertir con tiempo a sus habitantes acerca de algún evento inminente que pudiera afectar drásticamente sus vidas de manera favorable o desfavorable: “Porque así me ha dicho el Señor: Ve y pon un centinela, que informe de todo lo que vea. Cuando vea carros de combate tirados por caballos, o gente montada en asnos o en camellos, que preste atención, mucha atención». Y el centinela gritó: «¡Día tras día, Señor, estoy de pie en la torre; cada noche permanezco en mi puesto de guardia!” (Isaías 21:6-8); “¡Levanten el estandarte contra los muros de Babilonia! ¡Refuercen la guardia! ¡Pongan centinelas! ¡Preparen la emboscada! El Señor cumplirá su propósito; cumplirá su decreto contra los babilonios” (Jeremías 51:12).

El Señor acudió a esta realidad tan familiar para transmitir gráficamente verdades espirituales a su pueblo. En este sentido el profeta era por excelencia el centinela de Dios, en cumplimiento del anuncio: “Yo aposté centinelas para ustedes, y dije: ‘Presten atención al toque de trompeta’. Pero ellos dijeron: ‘No prestaremos atención’” (Jeremías 6:17); “Hijo de hombre, a ti te he puesto como centinela del pueblo de Israel. Por tanto, cuando oigas mi palabra, adviértele de mi parte… A ti, hijo de hombre, te he puesto por centinela del pueblo de Israel. Por lo tanto, oirás la palabra de mi boca, y advertirás de mi parte al pueblo” (Ezequiel 3:17; 33:7); “El profeta, junto con Dios, es el centinela de Efraín, pero enfrenta trampas en todos sus caminos, y hostilidad en la casa de su Dios” (Oseas 9:8); “Me mantendré alerta, me apostaré en los terraplenes; estaré pendiente de lo que me diga, de su respuesta a mi reclamo” (Habacuc 2:1).

Pero el Antiguo Testamento ya anticipa también la inclusión de todos los creyentes en Cristo dentro del grupo de los centinelas siempre vigilantes, esperando pacientemente la venida del Señor y anhelándola con fervor: “¡Escucha! Tus centinelas alzan la voz, y juntos gritan de alegría, porque ven con sus propios ojos que el Señor vuelve a Sión… Jerusalén, sobre tus muros he puesto centinelas que nunca callarán, ni de día ni de noche. Ustedes, los que invocan al Señor, no se den descanso; ni tampoco lo dejen descansar, hasta que establezca a Jerusalén y la convierta en la alabanza de la tierra” (Isaías 52:8; 62:6-7); “Pero, en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre. ¡Estén alerta! ¡Vigilen! Porque ustedes no saben cuándo llegará ese momento… ¡Manténganse despiertos!” (Marcos 13:32-37. Ver también Lucas 12:35-38).

Tenía razón, entonces, Karl Barth cuando dijo: “El prisionero se convierte en el centinela que… aguarda con ansia el día que amanece… El justo es el prisionero convertido en guardián… apostado en el umbral de la realidad divina”, para exclamar como el salmista: “Espero al Señor con toda el alma, más que los centinelas la mañana. Como esperan los centinelas la mañana” (Salmo 130:6).

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - La vigilancia del centinela