Cuando el centro de la predicación es yo/tú y no ‘Él’

El predicador es el mensajero que con temor y temblor entrega el mensaje de “Él”.  Si enfatiza el “Yo” para lograr la atención del “Tu”, “Él” pierde relevancia

29 DE ENERO DE 2023 · 08:00

Josh Eckstein, Unsplash,iglesia púlpito, iglesia cruz
Josh Eckstein, Unsplash

Igual que las producciones literarias narrativas, la predicación es un discurso que tiene un orden gramatical que está relacionado en fondo y forma con el propósito de lo que se pretende comunicar.

Antes de cualquier escritor comenzar una narración, sea esta cuento o novela, tiene que definir su trama central conforme al lugar gramatical que ocupará quien lleva la narración.

El autor tiene que dejar claro desde el inicio quien narra lo acontecido, si quien cuenta el relato es un “Yo” (primera persona del singular); un “Tú” (segunda persona del singular) o un “El” (tercera persona del singular).

Regularmente, cuando la narración es en tercera persona (El), se habla de un narrador omnisciente (que todo lo ve y que todo lo sabe). Desde aquí el narrador maneja todas las situaciones, todas las personas y todos los lugares.

Se dice de esta modalidad que en ella el narrador es una especie de dios,  dueño del tiempo y del espacio. 

Desde un “Yo” o desde un “El” son las formas más usuales para trabajar una obra narrativa. Utilizar el “Tu” es una modalidad escasísima en las narraciones literarias. Son pocas, poquísimas, se pueden contar las obras narrativas, novelas o cuentos, escritas desde un “Tu”.  “Aura” de Carlos Fuentes es una de las pocas novelas escrita en segunda persona del singular.

En mucha de la predicación popular de hoy, gramaticalmente, el discurso no está dominado ni centrado en el pronombre “Él” (Dios, Jesús, o el Espíritu Santo), sino en el pronombre “Tu”, y cuando no, el pronombre dominante es “Yo”.

“Él” en la predicación popular actual es poco abundante. En el nudo narrativo del “Tu” y el “Yo”, el “Él” tiende a desaparecer, va siendo desplazado porque “El” (Dios, Jesús, o el Espíritu Santo), no tiene un lugar protagónico y central en la narración. La presencia de “Él” en la predicación popular de estos tiempos es incidental. Con mucha frecuencia su mención solo sirve de trampolín para consolidar el protagonismo del “Tu” y el “Yo”.

Si usted se fija, en mucha de la predicación actual el “Él” casi desaparece en medio de un discurso dialogado entre un “Tu” y un “Yo” que pasan a ser los pronombres dominantes del discurso. 

La composición de un discurso lingüístico sea este oral o escrito, tiende a revelar las fuentes consultadas y los propósitos o metas de la exposición.

Mucha de la predicación que escuchamos hoy está centralizada en un “Tu” que tiene como meta inmediata captar la atención de gente ávida de soluciones automáticas, rápidas y sin el menor compromiso ni esfuerzo.

Las metas del predicador popular de hoy son encender las fibras emocionales del auditorio y ganar tu total atención, no importa cómo. El predicador tiene un promedio aproximado del comportamiento de las masas religiosas y de las cosas que preocupan o le gustan y entretienen  a la gente y él “trae una palabra”, que se dimensionará con luces, sonidos estridentes y gestos extravagantes y estremecedores entre otras maniobras espectaculares y deslumbrantes. 

Ya no se habla de un expositor de la Palabra, se habla de alguien que “tiene una palabra”, “que trae una palabra”. El juego discursivo es este: “Yo” tengo una palabra, y “Tu” vienes a recibir la palabra que “Yo” te traigo. En este juego discursivo “El” que verdaderamente tiene y es la Palabra que es el Señor Jesucristo comienza, entonces, a perder su rol central y dominante.

Se trata de una sutil y rentable estrategia posmoderna de la predicación popular que se ha puesto de moda. Es una narrativa en la que el “Yo” emplea todos los símbolos comunicaciones modernos que le confieren poder y ascendencia sobre el “Tu”, sin que “Él”, y las fuentes que son las Escrituras, con toda su autoridad, poder y valores éticos, tengan un papel preponderante en un escenario en el que el Señor Jesucristo y su evangelio no son la parte céntrica y estelar de la exposición.

En la medida que ese sujeto colectivo nombrado como “Tu” se va empoderando de un   discurso que deviene en una catarsis masiva de ansiedad, frustración, estimas maltrechas y esperanzas fantásticas, en esa medida se abre paso a la manipulación de un “Yo” que monopoliza todo en desplazamiento de un “Él”, que pierde relevancia y solo se cita porque la religión, no importa su contenido,  necesita alguna referencia sobrenatural.

Todo predicador debe tener en cuenta que él no es más importante que quien lo manda a dar el mensaje. El predicador es el mensajero que con temor y temblor debe entregar el mensaje de “Él”.  Cuando el mensajero enfatiza el uso del “Yo” para acaparar la atención del “Tu”, “Él” comienza a perder relevancia, y toda sustitución del “El”, por sutil y disimulada que pretenda ser es una peligrosa puerta que se le está abriendo a una nueva forma de idolatría.

Desde ciencias como la psicología, las técnicas de persuasión publicitaria y otras disciplinas, se han hecho estudios que muestran que el uso de los pronombres “Yo” y “Tu”, son reveladores de ciertas conductas y sirven para condicionar el logro de ciertos resultados previamente establecidos. Es claro que el uso de estos pronombres dentro del discurso oral suelen y pueden convertirse en recursos al servicio de la manipulación. Y efectivamente, con mucha frecuencia así sucede.

Pedro Pablo Fernández (1), se atreve a decir que en este manejo de predicador e iglesia se puede llegar a una relación de sadomasoquismo eclesial, en las que aparecen  personas que les encantan las predicaciones en donde se dice todo tipo de cosas malas de los hermanos y hermanas.  “Ellos se gozan cuando le restriegan en la cara a los demás (algunos, hasta a ellos mismos) todos sus pecados, es como si los golpearan. En su éxtasis dicen: ameeén, coge ahí, habla papá…”.  

No estoy diciendo que el uso normal de los pronombres “Yo” y “Tu” sea algo negativo que deba evitarse, pero si nos fijamos bien, podemos notar que el uso de estos pronombres tiene la  intención de asumir un protagonismo y un dominio del discurso donde “El” (Dios, Jesús, y el Espíritu Santo), además de las Escrituras como fuente primaria de referencia y autoridad,  van pasando a un plano secundario e incidental en el que son cada vez menos necesarios.

Estos pronombres dominantes conectan con frases como: “Yo declaro”, “yo decreto”, “yo desato”, “yo te digo”, “yo traigo una palabra para ti, donde este  “Ti” aparece como un modo gramatical del “Tu”, la segunda persona del singular.

Esto no quiere decir los que evangelistas y predicadores de este tiempo hayan hecho algún análisis o estudio intencional sobre estos manejos. No.  Lo que sucede es que las iglesias son también laboratorios de comportamientos personales   en los que vibran con gran intensidad la mayoría de los aspectos que componen la conducta humana, y ellos lo perciben.

Tenemos predicadores que en su empeño de manipular a las personas juegan una finta muy peligrosa sobre la base de que mientras más cerca ellos hacen creer que están de Dios, más cerca la personas van a querer estar de ellos; la verdad en ese sentido es que, mientras más se afanen las personas por  estar cerca de ellos, más lejos pudieran estar poniéndose de Dios. Se ha ido perdiendo el principio de que yo mengüe para que Él crezca. Los predicadores tenemos la encomienda de conducir la gente a Dios, no hacia nosotros.

Incluso, es innegable que estos pronombres pueden legítimamente utilizarse como una forma retorica dentro del discurso para llamar la atención de un auditorio. Pero esta forma cuando se convierte en la estrategia dominante del mensaje, cuando afecta sensible y notablemente el objetivo y el enfoque del mensaje, entonces, hay que tener cuidado y prestarle atención.

Noten hermanos que en los mensajes con una base bíblica y teológica el pronombre dominante “Él” es el eje central y protagónico de la exposición. En los mensajes motivacionales dirigidos a alterar las emociones y a provocar éxtasis y ciertos niveles de estados alterados de conciencias los pronombres dominantes son “Yo” y,  sobre todo, “Tu”.

Estamos llamados a desarrollar un estilo de predicación bíblica y teológicamente fuerte, viva, coherente y eficaz; una predicación donde el protagonismo del predicador no centralice todo el auditorio; una predicación tal sustanciosa y escritural que y el Cristo de la gloria y las Sagradas Escrituras no pasen a ser una nota al margen.  “El”, el Cristo glorioso y las Escrituras son y deben ser el centro del mensaje cristiano para este tiempo y siempre.

 

Notas:

  1. https://web.facebook.com/search/top/?q=pedro%20miguel%20fernandez%20iglesia

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - Cuando el centro de la predicación es yo/tú y no ‘Él’