La ciencia como misterio de Dios

“La más hermosa y profunda emoción que podemos experimentar es el sentido del misterio. En él está el origen de todo arte y de toda verdadera ciencia”.

29 DE ENERO DE 2023 · 08:00

Coco Parisienne, Unsplash,la luna en una canasta de baloncesto
Coco Parisienne, Unsplash

Mucho se ha escrito y seguramente se seguirá escribiendo sobre un tema tan controvertido como el de la ciencia y la religión.

Sin embargo, los tres grandes reformadores de la astronomía, Copérnico, Galileo y Kepler han exaltado en sus escritos la magnificencia de todo lo creado, con un verdadero espíritu místico y religioso, o sea de fe.

Copérnico, verbigracia, en su obra Revolutioibus afirma que el sol, generoso dispensador de luz y de calor, “debe ser el soberano por encima de los planetas, mucho más pequeños que él, en medio de todos debe residir el Sol, en el bellísimo templo creado por Dios, ése es el lugar que le corresponde donde pueda iluminar a todos los planetas”.

Por su parte en la jornada tercera del Diálogo de los Máximos Sistemas, Galileo Galilei hace decir a su interlocutor Salviati: “¡Y finalmente te pregunto, oh, hombre tonto! ¿Comprendes con la imaginación esa grandeza del Universo, la que juzgas demasiado vasta? Si la comprendes querrás considerar que tu aprehensión se extienda más que la potencia divina, querrás decir que imaginas cosas mayores que las que Dios pueda realizar. Pero si no la comprendes, ¿por qué quieres aportar juicio a las cosas que no comprendes?”.

Por último, Johannes Kepler, el gran astrónomo alemán, cierra su obra sobre la Armonía del Mundo con las siguientes palabras: “Te doy las gracias, oh Dios creador, porque me has dado la gracia de ver lo que has hecho, regocijándome de la obra de tus manos. He terminado este trabajo al que fui llamado. Puse en él toda la fuerza de mi espíritu que tú me has dado. Pude descubrir la grandiosidad de tu obra a los hombres que leerán estas páginas en lo que mi mente limitada ha podido comprender de tu reino infinito”.

Albert Einstein –profundamente citado- en una de sus páginas más bellas expresa que “la fe en un mundo exterior independiente del individuo que lo explora constituye la base de toda ciencia de la naturaleza. Puesto que la percepción de los sentidos no proporciona sino indicios indirectos de este mundo exterior, de esta realidad física, esta última no puede ser aprehendida  por nosotros más que a través de la vía especulativa. A ello se debe que nuestras concepciones sobre la realidad física no pueden nunca ser definidas. Si queremos estar de acuerdo, según una lógica, tan perfecta como sea posible, con los hechos perceptibles, debemos estar siempre prontos a modificar estas concepciones; dicho de otra manera, a modificar el fundamento axiomático de la física, puede comprobarse que, en el curso de los tiempos, este fundamento ha sufrido cambios profundos”.

Esta fe en la naturaleza y el mundo real constituye la esencia del pensamiento de Einstein compartiendo el genial pensamiento de Baruch Spinoza; y jamás a lo largo de su vida dejó de hablar de religiosidad o de religión, haciendo ello justamente el fundamento de su ética: “Quién crea que su propia vida y la de sus semejantes está privada de significado no es sólo infeliz, sino que apenas es capaz de vivir”.

Nadie como él advirtió el sentido del misterio: “La más hermosa y profunda emoción que podemos experimentar es el sentido del misterio. En él está el origen de todo arte y de toda verdadera ciencia”.

“Quién no haya probado jamás esa emoción, quién no se ha detenido para meditar y quedar cautivo en temerosa admiración, está como muerto, su vida se ha apagado. La sensación del misterio –aún si está acompañada por el miedo- encuentra también su origen en la religión. La certeza de que aquello que es impenetrable existe realmente y se manifiesta a través de la más alta sabiduría, de la belleza más radiante –y nuestras débiles facultades solo lo pueden comprender en su forma más primitiva-, este conocimiento, este sentimiento está en el centro de la verdadera religiosidad”.

“Es en este sentido, solo en él, que soy un hombre profundamente religioso… Me contento con aceptar el misterio de la vida eterna, con tener la conciencia y la intuición de la maravillosa arquitectura  del mundo existente y con aspirar a comprender la infinitésima parte de la religión que se manifiesta en todo lo creado”.

Y más adelante agrega, dando forma a su pensamiento y estableciendo un correlato entre ciencia y religión, que “es cierto que en la base de todo trabajo científico algo delicado se encuentra la convicción de que el mundo está fundado sobre la razón y que de éste puede ser comprendido. Esta convicción, ligada al sentimiento profundo de la existencia de una mente superior, que se encuentra en el mundo de la experiencia, constituye para mí la idea de Dios”.

Ese ser superior al que precisó en otra ocasión diciendo “Creo en el Dios de Spinoza, que nos revela una armonía de todos los seres”.

Nada más acertado para cerrar esta breve nota que transcribir un poema del sabio rey Salomón cuando sostenía que La sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo. / Se deja contemplar fácilmente por los que la aman/ y encontrar por los que la buscan. / Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean. / El que madruga por buscarla, no se fatigará/ porque la encontrará sentada a su puerta. / Meditar en ella, es la perfección de la prudencia, / y el que desvela por su causa, / pronto quedará libre de iniquidades. / La sabiduría busca por todas partes/ a los que son dignos de ella; 7 se les aparece con benevolencia por los caminos, / y les sale al encuentro en todos sus pensamientos.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - La ciencia como misterio de Dios